En días pasados se celebró en la ciudad de México la 9ª Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales, organizada por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Fue un acontecimiento que articuló militancia y análisis. Con amplia participación, tan necesaria después de las fases más críticas de la pandemia, fue un encuentro continental, y de alguna manera un posicionamiento (por la agenda trabajada y la inclusión general) frente a la pragmática “Se reserva el derecho de admisión” de la Cumbre de las Américas (realizado en Estados Unidos de América).

Evento muy amplio, me detengo en una pequeña parte de él. El día 8 de junio 2022, en un “Diálogo magistral” –se realizaron varios-, se abordaron los Desafíos de la democracia en América Latina y el Caribe: encrucijadas y amenazas. Nicolás Arata, más en el papel de coordinador del Diálogo, demandaba “Que las ciencias sociales nos ayuden a reflexionar sobre los grandes problemas…cuáles son los caminos para construir sociedades más justas”. De la participación de Manuela D’avila destaco dos problemas por ella subrayados: en Brasil, su país, la consistencia de una ultraderecha que tiene presencia electoral consolidada –que forma parte de la realidad política y, un matiz, principalmente con participación masculina-, y la fortaleza/debilidad de depender para ganar del voto a Luiz Inácio Lula da Silva, un dirigente carismático, con amplio trabajo obrero y popular, y así derrotar a la derecha brasileña (y continental bajo el sello Bolsonaro/ Macri/ Uribe/ Duque/ Vargas Llosa/ Trump/ Almagro/ y, como dirían Les Luthiers, etcétera).

Otro invitado al Diálogo fue Boaventura de Sousa Santos. En su intervención (compartida en el tiempo con militantes de La poderosa, organización de asambleas barriales argentinas), aludió a la necesidad de hablar de imperialismo norteamericano. Y consistente con lo que ha planteado sistemáticamente, su argumento apuntó que no puede escindirse al capitalismo del colonialismo, racismo, patriarcado, es decir, la lucha contra el capitalismo debe ampliarse y confrontar cualquier forma de dominación, lo que le da sentido a lo que el mismo de Sousa planteó de que “La dominación funciona articuladamente, la resistencia fragmentadamente”.

Construyendo la agenda, planteaba: “No hay que hablar de progreso, hay que hablar de Buen Vivir”, lo que exige cambiar totalmente de conceptos de la naturaleza, en el entendido de que “La naturaleza no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la naturaleza”, sustentando la narrativa en el diálogo de saberes y las epistemologías del sur, bajo el supuesto de que el conocimiento científico no es el único conocimiento válido. Después de esto, un remate también sistemático en de Sousa, la tarea de “descolonizar la universidad” y de repensar la espiritualidad, reconociendo, indica, que hay cosas que no son resueltas por la ciencia. Revisando el chat de la sesión, los comentarios aplaudían la iniciativa de descolonizar la universidad, del diálogo de saberes, de pensar la naturaleza por fuera de los canales convencionales de la ciencia, del relieve de la espiritualidad. En una sociedad que busca su rumbo, que necesita esperanzas, como sugería Manuela D’avila, de Sousa es como un rockstar, pues los jóvenes se agrupaban para tomarse una foto con él. Pero así como hay aplausos y entusiasmo frente a lo planteado por de Sousa, del otro lado hay posiciones críticas.

Por ejemplo, Guillermo Sheridan (Los científicos malos y el Buen supremo, El Universal 20/10/2020) enfila su batería a de Sousa, y al arco que se emparenta a él: “El sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, a quien el animador de TV John Ackerman llama el ‘faro visionario’, es el gurú ideológico y el líder espiritual de moda que conduce a México hacia la salida del ‘sistema neoliberal capitalista’.

Es un pensador con los ingredientes típicos del santón en las iglesias contestatarias, una suerte de Noam Chomsky iberoamericano y cristiano (tendencia Illich)”. Su crítica al eurocentrismo “inflama las almas que aman a los pobres”. La ciencia, le parece, debe abrirse a “formas de conocimiento no científico”, aprender por fuera de los espacios fijados para ello, cuestionando el argumento de la espiritualidad y al papel al que se subordinan las universidades de ser reproductoras del capital.

En lo personal, pienso que las contribuciones de Chomsky e Illich, distancias guardadas, me parecen muy importantes. Las últimas reflexiones de Chomsky sobre Ucrania (por cierto, descendiente de ucranianos) son imperdibles para la comprensión del tiempo presente.

No obstante, la visión unidimensional de la universidad exige revisarse, más allá de donde nos situemos, y un buen ejemplo es el evento organizado por Clacso, en el que participó un alto número de académicos de instituciones de todo el continente. En otra arista, de muchas, H. Dieterich (1996), en un texto revisado por cada estudiante que ingresa a la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco, por las modalidades del sistema modular –para nada una sugerencia incendiaria de que no debería leerse el texto de Dieterich-, señalaba: “Ante las deficiencias del pensamiento mágico, del sentido común, y, en general, de todas las formas de interpretación naturales, se hace imperativa la siguiente pregunta: ¿por qué el hombre no trata de abolirlas para ya sólo pensar de manera objetiva?”.

Más allá de la crítica a la liturgia, y en el entendido de que esta reflexión debe continuar, vale concluir con un sugerente apunte de J-F Chanlat (2022) que se enlaza al contenido de que “La naturaleza no nos pertenece”: “Estamos tomando conciencia, quizá todavía demasiado lentamente, de lo que deberíamos haber aprendido de la sabiduría de otros pueblos llamados primitivos, como nos recordaba con fuerza Claude Lévi-Strauss en uno de sus últimos textos: ‘Mediante sabias costumbres, que haríamos mal en relegar al rango de supersticiones, limitan el consumo del hombre de otras especies vivas y le imponen un respeto moral por ellas, asociado a normas muy estrictas para asegurar su conservación. Por muy diferentes que sean estas últimas sociedades entre sí, coinciden en que el hombre es partícipe de la creación, no dueño de ella. Esta es la lección que la etnología ha aprendido de ellos, y esperamos que cuando estas sociedades se unan al concierto de las naciones, lo mantengan intacto y que nosotros nos inspiremos en su ejemplo’”.

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