Me alarma concluir el 2025 como preámbulo de lo que viene para el 2026, en cuanto a los peligros de que la oligarquía tecnológica, que domina parte del mundo, participe en el comando de toma de decisiones en materia militar, particularmente en el Pentágono, a lo que se suma la ofensiva hacia la democracia en general.

1. Acudo al archivo. En abril de 2022 escribía en estas páginas: D. Korten, refiriéndose a las acciones de grupos de lobby, de expertos en cabildeo, que “La única razón de su existencia es convencer al público que el interés empresarial es el interés público”. Así, como se oye o se lee, en esta forma de acción política-corporativa, la historia de los negocios no es la acción de los representantes en los congresos y de los gobiernos, sino de las compañías, eso es lo dominante.

La discusión que abre Korten -Cuando las transnacionales gobiernan el mundo-, se remonta a 1998. Dentro de las acciones de las compañías para desplegar los grupos profesionales en la presión y generación de influencia sobre grupos parlamentarios, funcionarios del ejecutivo y magistrados, destaca que “Las compañías comenzaron a formar sus propias organizaciones ‘ciudadanas’ con nombres e imágenes cuidadosamente elegidos para enmascarar su auspicio empresarial y verdaderos propósitos”. En el presente, Curtis Jarvin lo plantea descarnadamente, cuando señala que la democracia debe ser remplazada por un gobierno de corporaciones

Las grandes compañías que impulsan la IA siguen este epistolado, de “convencer al público que el interés empresarial es el interés público” (revestido de eficiencia, de libertad), y que se aprecia en la significación de las redes sociales en la vida moderna en general, sobre todo en las generaciones más jóvenes. Retoman el sentido de George S. Patton, cuando señalaba que “Para salir victorioso en las batallas no hay que vencer sobre las armas, hay que vencer sobre el ánimo del enemigo”. La algoritmización de la sociedad juega en esta cancha, fracturando la arena pública. Introduzcamos el argumento de Peter Thiel, de que la democracia es inconsistente con la libertad, totalmente coherente con la postura histórica de la ultraderecha de disminuir a su más baja intensidad a la democracia; es decir, la derecha radical como enemiga de la democracia, afirmando que “La democracia no es compatible con la libertad”.

2. Se revisita el Informe de la Comisión Trilatera (Michel Crozier, Samuel P. Huntington y Joji Watanuki, 1975), en el que el se destacaba como asunto central la crisis de la gobernabilidad, por una democracia desbordada y exigente (derechos civiles -la lucha frente al racismo destaca-, la presencia de las luchas feministas, el auge de los movimientos sociales en contra de la guerra, que en el caso estadounidense tenían como referente concreto la salida de Vietnam). Este empujón del conservadurismo, que abrió la cerradura para dar paso de manera franca al neoliberalismo, implicó la reducción drástica del Estado, confrontación gubernamental con los derechos civiles, la bandera impulsada por M. Thatcher, de que la sociedad, “no existe tal cosa, solo individuos”. Esta argumentación diluye lo social, constituyéndose en su momento en ariete contra la democracia. No es un calco de la historia, sin embargo, asistimos a otra argumentación desde la órbita del gobierno de D. Trump, en donde el exceso de democracia y el peso de la política se encaran directamente frente a la tecnología, al menos en el sentido que citábamos líneas arriba, refiriéndonos a Peter Thiel, cuando señala la inconsistencia de la democracia con la libertad.

No soslayemos algo que recorre la discusión política de que Silicon Valley ya no construye aplicaciones, sino imperios, plantea el periodista Marcelo Longobardi (09/11/2025) retomando a F. Bria, lo que articula la lógica corporativa de la política y el énfasis en el ensanchamiento de la acción de la libertad (para los negociados y el control social).

3. El general Võ Nguyên Giáp, conocido como el “Napoleón Rojo”, comprendió antes que muchos estrategas occidentales que las guerras modernas se deciden no solamente por la superioridad técnica o el poder de fuego, sino por la resistencia política, moral y social de las sociedades en conflicto. Consciente de que Vietnam del Norte no podía igualar la capacidad militar de Estados Unidos, diseñó una estrategia de guerra de desgaste orientada a erosionar la voluntad política estadounidense, incluso al costo de aceptar bajas masivas. Su premisa era clara: mientras el pueblo vietnamita combatía por su supervivencia nacional, la sociedad estadounidense terminaría por cansarse de una guerra desplegada a miles de kilómetros, impopular, con el costo de la muerte joven. La llegada cotidiana de féretros desde el sudeste asiático no sólo minaba el frente militar, asimismo erosionaba el consenso interno y la legitimidad política de la guerra. Giáp entendió que el verdadero campo de batalla no estaba únicamente en la selva vietnamita, sino en la opinión pública y en el ánimo de la sociedad enemiga.

En el escenario contemporáneo de nuevos despliegues militares, lo aportado por Giáp, y años antes por George S. Patton, es ampliamente vigente: “Para salir victorioso en las batallas no hay que vencer sobre las armas, hay que vencer sobre el ánimo del enemigo”. Lo significativo es que, en un mundo en el que ese ánimo es gestionado algorítmicamente, la capacidad de intervenir en la percepción, la emoción y la conducta colectiva ya no depende solamente de la propaganda clásica, sino de plataformas digitales, incrustadas en el corazón mismo del aparato militar.

4) La presencia del mundo empresarial y corporativo tiene larga data. Reflexionábamos en estas páginas hace casi un año (El Universal, 25/01/25), sobre: A) Hugo Boss, miembro del Partido Nazi y diseñador exclusivo de los uniformes de las SS y las Juventudes Hitlerianas; B) Henry Ford, que contribuyó en la creación en su filial alemana en la creación de vehículos a la Wehrmacht durante la Segunda Guerra Mundial; C) En su filial alemana, Opel, la GM construyó vehículos y armamento para el ejército nazi; D) La IBM no podía quedar atrás. Thomas Watson, proporcionó tecnología de tabulación que permitió al régimen nazi, a partir de censos en los que colaboró en su diseño, ubicar a la población, lo que facilitaba la identificación y persecución de judíos y otras minorías; E) Siemens, como en el caso de BMW, proporcionó a los nazis equipos eléctricos; F) Volkswagen, con el ingeniero Ferdinand Porsche, contribuyeron con tecnología de punta para la construcción de carros de combate para el desplazamiento del ejército alemán.

Ahora toca al imperio de E. Musk (Starlink, SpaceX, dominio espacial y xAI, para la inteligencia artificial militar). En comunicaciones militares, Anduril (Peter Thiel), Palantir (M. Danzeisen, esposo de Thiel, es decir, amores y negocios), enriqueciendo la participación del mundo empresarial en los conflictos bélicos, con vigilancia y reconocimiento facial, drones, vehículos no tripulados por humanos, la creación de soldados autónomos, y algo central: la capacidad de graduar a expertos en tecnología como “tenientes coroneles” en las fuerzas armadas estadounidenses, lo que sustenta el argumento de Thiel de que la verdadera guerra es entre la tecnología y la política. “Es importante que la gente sepa quién es Peter Thiel, el empresario muy cercano a Trump que tiene negocios directos con él y que sus empresas tienen contratos con el Estado norteamericano”, sugiere Longobardi. Diferencias y conflictos aparte, tanto Musk, como Thiel, como Altman, de Open AI, tienen teorías muy poco democráticas sobre el futuro del mundo y los ciudadanos.

Paradoja del presente, sustentada por la oligarquía tecnológica, específicamente por Thiel, al sostener que “La democracia no es compatible con la libertad”. La entrada de las corporaciones a los asuntos públicos, específicamente al campo de la guerra, tiene una significación que no puede ser eludida. Karen Hao, autora de “Empire of AI: Dreams and Nightmares in Sam Altman’s OpenAI” (El imperio de la IA. Sueños y pesadillas en la OpenAI de Sam Altman), documenta con amplitud el crecimiento de la empresa OpenAI, destacando que la industria de la inteligencia artificial está dando lugar a una nueva forma de colonialismo. “Una de las cosas que realmente hay que entender sobre el desarrollo actual de la IA es que dentro de Silicon Valley han surgido lo que yo llamo corrientes cuasi-religiosas”, apunta Hao.

5. Con la sugerente provocación intelectual, de que Silicon Valley “ya no fabrica aplicaciones: construye imperios”, filón claramente autoritario, apunta Francesa Bria (La Vanguardia, El golpe de Estado de los tecnoautoritarios: de la América postdemocrática a la Europa que viene, noviembre de 2025), que, citamos ampliamente, “Se está configurando en Washington una nueva formación que plantea el desafío más sofisticado que ha recibido la gobernanza democrática en la era digital: es el Complejo Tecnológico Autoritario. Es más rápido, más ideológico y más privado que cualquier modelo militar-industrial anterior. Silicon Valley ya no solo construye aplicaciones: está construyendo imperios. Con la tecnología patriótica por bandera, una coalición de empresas, financiadores e ideólogos diseña una infraestructura planetaria de vigilancia, de coerción y de gobernanza sin rendición de cuentas. No es una metáfora. Es un sistema estratificado -plataformas en la nube, modelos de IA, redes financieras y de drones, sistemas orbitales- que conforma una infraestructura tecnopolítica integrada de control, lo que yo llamo la Pila Autoritaria. En su cúspide se hallan los exponentes más derechistas de Silicon Valley -Thiel, Musk, Andreessen, Sacks, Luckey y Karp-, cuyas inversiones se alinean con un proyecto político: la reconversión de la soberanía en un modelo de activos privados”.

Destaca Bria la pérdida de soberanía gubernamental en manos de las grandes tecnológicas estadounidenses. Y apunta que “Las infraestructuras críticas del Estado están siendo reemplazadas y reinstaladas en cinco dominios estratégicos -información de la población, suministro monetario, defensa, comunicaciones orbitales y energía- que constituyen los fundamentos mismos del control democrático”.

“Cada nuevo contrato agranda la trampa. Cuando Palantir se vuelve indispensable para las operaciones de gobierno, cuando la OTAN adopta como estándar los drones de Anduril, cuando las instalaciones nucleares alimentan los sistemas de IA que dirigen todo lo demás, el cambio es irreversible. Lo que surge no es una operativa empresarial tradicional, sino una transformación fundamental de la soberanía: de la autoridad política ejercida a través de instituciones democráticas se pasa al control técnico ejercido por agentes privados”.

Se profundiza lo aportado por Korten en este tiempo de la digitalización del cosmos, con la presencia de las corporaciones en todos los ámbitos de la escena pública. También la confrontación entre los capitanes oligarcas, pues como señala Gustavo Entrala, Altman formula una propuesta de IA a Trump, que de alguna manera desplaza a E. Musk. Pero lo central es intocable: el vínculo, como atadura, entre la IA y el mundo militar.

La configuración de un nuevo poder, antidemocrático por todos lados, da lugar a la aparición del complejo tecnológico autoritario, con comando corporativo. En el planteo conservador de los setentas, se apuntó a la disminución de la democracia, en el planteo neoconservador del presente, se apunta a su anulación. El avance electoral de la ultraderecha en el mundo no es una casualidad. Por ello, como señalara Bria, Silicon Valley ya no se conforma -insistimos en la tautología de control diseñada por la oligarquía tecnológica- con la hechura de aplicaciones, también levanta imperios. Una deriva autoritaria cada segundo más peligrosa (los tecnólogos conduciendo destinos militares, ¡upa! -que quede claro que coincido con G. Brassens, “Cuando la fiesta nacional yo me quedo en la cama igual, que la música militar nunca me pudo levantar”), claramente expuesta por Korten, cuando hablaba del imperio de las transnacionales.

El riesgo no reside únicamente en que las corporaciones tecnológicas proporcionen asesoría y herramientas al aparato militar estadounidense (en nuestro recorrido demostramos que esto no es algo nuevo), sino en que participen directamente en el diseño de la concepción doctrinaria del diagnóstico y toma de decisiones estratégicas, todo ello en la configuración de los escenarios de guerra. Los ingenieros, tecnólogos y programadores (como parte de la encarnación de los empresarios de Silicon Valley), están siendo investidos como “tenientes coroneles” -hasta ahora pocos, pero se abrió una puerta que degrada la carrera militar y enaltece a los CEOs configurados en homo technologicus totales-, desplazando a o compartiendo con los mandos formados en las armas y, de manera indirecta, elegidos democráticamente para conformar el gabinete (en sus distintas líneas de mando). Es decir, hasta el momento nadie ha depositado un voto real por Silicon Valley, y, sin embargo, sus miembros prominentes están siendo elegidos.

PS. Palestina libre

Feliz Año Nuevo. Que el 2026 sea una oportunidad para componer este nuestro mundo roto.

(UAM) alexpinosa@hotmail.com

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