El jueves 3 de septiembre de 2025, en el Homenaje a Eugène Enriquez (1931-2024) en el XXIII Congreso Internacional de Análisis y Estudios Organizacionales (XXIII CIAO), Jean-François Chanlat, Profesor Emérito de la Universidad Paris-Dauphine PSL, ofreció una conferencia magistral que dejó planteos incisivos para comprender nuestro tiempo. Académico brillante, amigo cercano de América Latina -tengo la fortuna de ser su amigo-, Chanlat retomó la pregunta que Enriquez formuló con crudeza: “¿Cómo pueden las naciones civilizadas ser capaces de tanta barbarie?”.

¿Pertinente? Sin duda. La cuestión, en su relieve histórico, nos obliga a repensar los términos de civilización y barbarie. Se trata de una vieja discusión. Puga Espinosa, M. C., Peschard Mariscal, J., Castro Escudero, T. (2002), aluden a Carlos Octavio Bunge quien, en su obra Nuestra América (1903), se refería a “un mestizaje positivo que se logrará cuando se imponga el más fuerte sobre el más débil, racialmente hablando, y en lo que propone no excluye, por cierto, el genocidio”. Muchas evidencias que no pueden abordarse en este espacio. Sin embargo, pensando en estos nuestros “tiempos modernos”, el ejemplo sangriento y doloroso de Gaza no es telón de fondo, ocupa un primer plano en la escena mundial.

Israel, autoproclamada nación civilizada, ejecuta un genocidio contra la población palestina (desde la narrativa hegemónica del gobierno de Israel, lectura compartida desde el conservadurismo y la visión “occidental” en muchas latitudes del planeta, al reducir a la población árabe y musulmana a la condición de terrorista, sanguinaria, en síntesis, “bárbara”). Pero los asesinatos, el hambre y la sed en Gaza, los asentamientos irregulares en Cisjordania, todo ello en un cerco, que pone en duda si hay condición humana en las venas de los operadores del genocidio, esa constelación de acciones de muerte son producto de las manos del gobierno de Israel. No hay lugar para el engaño. Es parte de lo que señala Enriquez como “el poder destructivo del hombre en su imposibilidad de resolver la cuestión de la alteridad”.

En círculos concéntricos más secundarios, podemos también apreciar la dificultad para que haya vestigios de alteridad, ante la presencia recurrente de diálogos rotos. Acerquémonos de nuevo a Enriquez a partir de la exposición de Chanlat: “Solo he querido subrayar el poder destructivo del hombre en su imposibilidad de resolver la cuestión de la alteridad”, expuso Chanlat. Como enunciaba líneas arriba, lo estamos ubicando como expresión de la sociedad de los diálogos rotos. Para ilustrarlo, atendamos expresiones que encienden alarmas sobre el deterioro democrático en América Latina. En Argentina, durante el cierre de campaña de La Libertad Avanza (LLA), por las próximas elecciones en la Provincia de Buenos Aires, un militante de LLA proclamaba en un barrio pobre: “los negros a su casa”. El sentido de la expresión es claramente de discriminación, de denostación evidente. En paralelo, Sergio “Tronco” Figliuolo, candidato número 11 a diputado por LLA, descalificaba a los críticos que cuestionan al gobierno de Milei, en el partido de Moreno -municipio en el lenguaje mexicano-, uno de los territorios más pobres de la Provincia de Buenos Aires, con otra frase que no oculta el argumento sobre la diferenciación

social, exhibiendo con crudeza el desprecio y la discriminación: “Eran 25 monos sin dientes tirando piedras”. Ambos ejemplos muestran cómo la algoritmización de la vida pública y el peso del discurso en redes sociales son reticentes al diálogo, alimentando el declive democrático. Ningún reconocimiento del otro, ningún esfuerzo por comprenderlo o acercarse para el intercambio de ideas. Ni qué hablar de la alteridad ausente.

Sigamos algunas anotaciones sobre la vigencia de Enriquez, atendiendo las pistas de Chanlat y su selección de citas: a “Cuarenta años después de su publicación, De la horda al Estado, Enriquez continúa problematizando nuestras sociedades. Su mirada sobre la naturaleza y la práctica del poder, sus disfraces e ilusiones, permite reconocer nuevas ‘figuras del amo’ en las organizaciones actuales”. Ahora, por nuestra parte, metamos carne a este esqueleto teórico que nos deja Enriquez, sobre todo revisando el peso de la individualización y la alienación -aunque acudan al ropaje de que se trata de procesos de desalienación, recordando a K. Marx, de que en la historia se “toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal”. El avance de la ultraderecha, enarbolando la bandera de la libertad, está representando una “nueva escena de la historia universal”. Atender rigurosamente esto, con suficiencia, nos advierte Enriquez, “Es la única que permite abordar los procesos de la vida en sociedad, las relaciones de poder, las relaciones laborales, los conflictos, la dinámica del cambio tal como los sienten, expresan y actúan los actores alienados, que sin embargo intentan definirse como sujetos sociales” (1997, p. 256).

Al mismo tiempo de este reconocimiento, de su sentido, en una mirada amplia de la historia, pero a partir de la situación histórica contemporánea, valdría la pena poner atención y preguntarnos si en las fronteras de este neoliberalismo agresivo no se está dando cauce a un proceso de retroceso, en este caso de la configuración institucional (el Estado) a la horda. Las “muchedumbres solitarias” (Gustave Le Bon) enardecidas porque se ha extraviado la brújula de la política como acción de regulación del conflicto. Un umbral de alto riesgo se percibe en los procesos de desregulación social. Es decir, como claramente lo enuncia Chanlat, se trata de un proceso de la utopía al lenguaje vacío, en el que Chanlat, apoyándose en Cornelius Castoriadis, reconocía un campo minado y al mismo tiempo de horizonte: “Si se crea una nueva cultura humana, tras una transformación radical de la sociedad existente, no sólo tendrá que abordar la división del trabajo...; irá acompañada de una revolución de los significados establecidos, de los marcos de racionalidad, de la ciencia de los últimos siglos y de la tecnología que les es homogénea” (1996, p. 324).

No es posible poner punto final a esta colaboración, destacando los puntos expuestos por Chanlat, sin hacer una referencia a la ética de la finitud. Recordando las fuentes inspiradoras de Enriquez, inspirado en Freud, Chanlat en clave de diálogo con Enriquez alude a las tres éticas clásicas -la de la convicción (Weber), la de la responsabilidad (Weber) y la del debate (Habermas)-, a la que Enriquez agrega la ética de la finitud, la cual se “fundamenta en aceptar la impotencia, reconocer los propios límites, cuestionar el narcisismo mortífero y asumir las consecuencias nefastas que las acciones humanas tienen sobre el futuro de la humanidad”. Creo que no estamos preparados para asumir la ética de la finitud, y sin embargo contribuimos con nuestra acción social colectiva en el probable futuro de la humanidad, en su finitud.

Una conferencia magistral que deviene en una agenda amplia (urgente) de trabajo a recorrer.

PS. En medio de estas reflexiones, la coyuntura política argentina ofreció un respiro. El Senado argentino votó con amplia mayoría la llamada “emergencia en discapacidad”, rechazando el veto presidencial. Con 63 votos a favor, 7 en contra y ninguna abstención, pasando a su trato en Diputados. Una victoria celebrada por familias y sectores que reclaman solidaridad y apoyo para una población que lucha por ser reconocida como viva y activa. No obstante, en el Senado, el senador Ezequiel Atauche (LLA) preguntaba sobre, desde su mirada, la verdadera razón de "este supuesto proyecto que viene a moderar las atribuciones presidenciales con respecto a los DNU", a lo que respondía, "lo que está pasando es que este Senado está pretendiendo quitarle herramientas constitucionales al Presidente y ustedes no representan a los argentinos" (en su discurso logocéntrico y excluyente, refiriéndose a los senadores que estaban en el recinto). El poder legislativo es la expresión manifiesta de la diversidad social, representa a los argentinos en sus diferentes preferencias electorales. Desconocer o soslayar esto es parte de la obcecación para comprender la alteridad.

(UAM) aley@correo.xoc.uam.mx

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