Hasta ahora, y de manera lamentable, el análisis de las recientes movilizaciones de las mujeres en México, se ha concentrado en los hechos de vandalismo registrados durante el 8 de marzo, perpetrado por grupos que tienen que ver con las decenas de miles de mujeres de todas las edades, particularmente mujeres jóvenes, estudiantes de secundaria y bachillerato, de todos los estratos sociales, que se manifestaron contra las distintas formas de violencia que enfrentan las mujeres.

Si bien las demandas fueron el alto a las violencias machistas, la demanda de seguridad y contra el feminicidio, las manifestantes impugnaron al Estado y la impunidad que brindan las instituciones públicas, pero también la simulación y el maltrato en las instituciones sociales como la familia, la escuela, la iglesia, el centro de trabajo, y la violencia doméstica, impulsando un cambio por la igualdad sustantiva, evidenciando la naturalización de las violencias machistas, la denigración de las mujeres en el espacio público y la invisibilización de su papel en el ámbito privado.

Estamos ante formas de expresión que se han venido construyendo las últimas décadas, que han planteado construir a partir de la identidad de género, desde muy diversas expresiones que rebasan el plano jurídico, y que se encaminan a la búsqueda de la transformación de las estructuras sociales.

Estas nuevas expresiones se han diversificado trascendiendo al feminismo tradicional, con nuevas lecturas del mundo y demandas concretas, que han multiplicado y diversificado corrientes y agrupaciones que van desde el feminismo liberal, que se encuentra ligado a las libertades políticas que permitan a las mujeres transformar su situación y su posición social, hasta otros movimientos que parten de la experiencia emotiva e identitaria que consideran que la transformación de las relaciones sexo-género deben de combatir al patriarcado como la expresión más abyecta del capitalismo.

Las divisiones ideológicas de muchos de estos movimientos no son excluyentes, pues las desigualdades estructurales en las que se enmarcan parten del reconocimiento de que la marginación y exclusión de las que son objeto, por el sólo hecho de ser mujeres, les impide el ejercicio de sus derechos sociales y políticos. Existen grupos que se definen como extremos radicales que consideran la identidad sexo-género como una manera necesaria de identificación. Estos grupos mantienen una posición de exclusión de los hombres porque consideran que estos reproducen de manera acrítica la dominación sexo-género a partir de los privilegios sociales que les ha otorgado la estructura patriarcal.

Sin embargo, lo que debemos destacar en este momento de movilizaciones es que todas ellas tienen un elemento en común: han sido víctimas de las violencias de género y sobre todo de la violencia sexual, y que todas estas violencias se han constituido en la amenaza más sentida: el feminicidio.

En este sentido, el movimiento de las mujeres en México se articula a partir de una alianza que emana de la experiencia vivida respecto a las diversas violencias que han sufrido por el solo hecho de ser mujeres; la indignación e impotencia ante la impunidad, el empoderamiento por pertenencia de género y, el acompañamiento comunitario con relación a la seguridad, a su propia existencia y a su derecho a una vida libre de violencia, a la que debemos dar respuesta.



Subsecretario de Derechos Humanos, Población y Migración

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