Hace unos días asumí la representación de México ante la Organización de los Estados Americanos en un momento desafiante donde el multilateralismo tradicional se encuentra en crisis; donde crecen las tensiones geopolíticas; se aplican sanciones y presiones unilaterales; se debilita el derecho internacional; y se sustituye el diálogo por la amenaza. Se trata, en suma, de un orden tensionado donde prevalece la presión como política y no el diálogo para construir entendimiento.
Pese a los muchos cuestionamientos sobre su actuar, la OEA, como organismo panamericano, surgió en 1948 para cultivar el diálogo político hemisférico apegado a los principios establecidos en su carta fundacional: afianzar la paz y la seguridad del continente; promover y consolidar la democracia respetando el principio de no intervención; asegurar la solución pacífica de controversias; procurar la solución de los problemas políticos, jurídicos y económicos que se presenten entre los Estados parte, y promover la cooperación para el desarrollo económico, social y cultural de los países miembros.
Estos propósitos adquieren mayor relevancia en momentos en que nuestro continente enfrenta crisis democráticas en algunos países; tensiones políticas internas; situaciones humanitarias graves y de compleja resolución; retos en la seguridad; migración; conflictividad social, desigualdad estructural, a lo que se suma la intervención externa en asuntos internos.
En esta coyuntura, las instituciones que componen el sistema interamericano sufren un desgaste importante. Se perciben poco eficaces; burocráticas o alejadas de las poblaciones; influenciadas por intereses de los países poderosos que las utilizan para legitimar sus propias agendas, e incluso incapaces de actuar cuando se contraviene el derecho internacional.
En este contexto es necesario impulsar desde todos los espacios posibles la defensa de los valores humanitarios y no permitir, en ninguna circunstancia, que se pierdan los avances democráticos y el reconocimiento de derechos que se han logrado tras años de dictaduras, golpes de estado, intervenciones, gobiernos autoritarios y violaciones a los derechos humanos.
Como señalé en mi primera intervención ante el organismo, México reconoce a la OEA como un espacio multilateral esencial para el diálogo respetuoso, la construcción de consensos y la cooperación solidaria entre los Estados de las Américas, y refrendé el compromiso de nuestro país con el derecho internacional, la democracia, la promoción y protección de los derechos humanos y la solución pacífica de las controversias.
Nuestra propuesta es clara, se trata de fortalecer el sistema interamericano reconociendo sus problemas, pero sobre todo impulsando un multilateralismo con rostro humano, que sea útil para las personas. Por ello, la OEA debe transformarse en una organización más efectiva, transparente y cercana a las personas, capaz de escuchar a los pueblos y no solamente a los gobiernos.
México continuará participando activamente en el sistema interamericano siguiendo los principios de respeto irrestricto a la igualdad jurídica y soberana de los Estados, el respeto a la autodeterminación de los pueblos, la no intervención, y la cooperación sin subordinación. Apostamos por fortalecer el derecho interamericano, generar nuevos estándares de protección y colocar en el centro a las personas en condición de pobreza, migrantes, infancias, mujeres, pueblos indígenas, afrodescendientes, población LGBT+, personas mayores y con discapacidad.
Bajo el liderazgo de la Presidenta de México, impulsaremos que el hemisferio discuta sus diferencias sin recurrir a la intervención ni a la amenaza, que se coloque la democracia y los derechos humanos como fines superiores para lograr un mejor futuro de paz, seguridad y equidad para todas y todos.
Embajador de México ante la OEA

