Si bien las ambiciones de esta cinta son de alto alcance, lo cierto es que le falta para compararse con el tono optimista y fantasioso de Slumdog o con la sutil agudeza en la metáfora de Parasite.

The White Tiger es una cinta que no se decide entre ser una farsa, una comedia, o un melodrama. El protagonista y narrador de esta historia es Balram (solvente Adarsh Gourav), un exitoso empresario de la India que mediante una carta le cuenta al primer ministro de Japón (de próxima visita en el país) la historia sobre cómo se convirtió en un prominente hombre de negocios a pesar de venir de un origen muy humilde.

Al igual que en Parasite, las metáforas en esta cinta son muy importantes. La primera es que Balram trata de explicar las marcadisimas desigualdades sociales de la India (“La mayor democracia del mundo”) comparándola con una jaula con gallinas. Las gallinas -dice Balram- van tranquilas al matadero, al igual que todos nosotros en este sistema capitalista.

La segunda metáfora es justo la que da título al filme, el tigre blanco es un ser único en su especie y que no es fácil de encontrar. Ese tigre es Balram mismo, ya que presume no sólo haber superado la miseria, sino pareciera presumir que ha entendido al sistema, tanto que ahora forma parte de él no como un sirviente sino como un amo.

Nacido en un pueblo paupérrimo (como tantos en la India) y abandonado la escuela desde muy pequeño por la necesidad de trabajar, Balram entiende (ya como adulto) que su estatus social es el de sirviente, y como el valor de un sirviente depende de aquel al que sirve, el joven decide buscarse a un muy buen amo: un cacique local con mucho dinero y mucho poder, incluso para corromper (que tampoco suena tan difícil) al gobierno.

Balram se las ingenia para de uno u otro modo conseguir el puesto de chofer con esta familia poderosa. Siempre en una actitud de servilismo total (les besa los pies, les dice que son como sus padres, les pide que le rebajen el sueldo) ante sus patrones, se va ganando la confianza de ellos, no sin aguantar las humillaciones de rigor: golpes, malos tratos, insultos, y vivir en el sótano de un edificio de lujo.

Con claras deudas hacia el cine de Scorsese (y para el caso también con el de Boyle y el de Bong Joon-Ho), el director Ramin Bahrani impregna un buen ritmo a su cinta, mediante el uso constante de la voz en off, los montajes musicales, y una edición caprichosa con abruptos cortes a negros, probablemente haciendo homenaje a Bollywood.

El destino de Balram queda marcado cuando la esposa del hijo de su patrón (Priyanka Chopra) conduce en estado de ebriedad causando un fatal accidente. Los patrones deciden usar a Balram como chivo expiatorio. Balram, hasta ahora crítico observador de la dicotomía entre patrón y sirviente, decide que ha llegado el momento de hacer algo al respecto.

Así, más cercano al cine de Adam McKay (The Big Short, Vice) que al de Boyle o Scorsese, Balram se convierte en una especie de explicador de las injusticias del sistema capitalista y que, mediante su historia de éxito, llega a una conclusión terrible pero interesante: no parece haber más opción que ser un sirviente de por vida, o convertirse en patrón y salir del gallinero.

El titubeo entre comedia y drama termina por acentuar lo improbable del relato, y aunque este sea solo un vehículo para vertir una crítica al sistema de opresión capitalista, esta termina siendo tan profunda como una búsqueda en Wikipedia o un Power Point.

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