En la magnífica School of Rock (2003), Richard Linklater dirige una película sobre la rebelión inherente al gusto por el Rock N’ Roll. En uno de los mejores momentos, el personaje interpretado por Jack Black (un rockero de poca monta que se hace pasar por profesor de una primaria) dibuja en un pizarrón toda la historia del Rock, desde sus inicios, sus derivaciones y conexiones. Lo hace para enseñarles a sus pequeños e involuntarios alumnos una verdad fundamental: el rock es rebelión, el rock es una forma de pintarle el dedo al sistema. “Stick it to the man!”.
Algo similar sucede con la más reciente cinta de Richard Linklater, pero en esta ocasión en vez de hablar del Rock habla sobre su otra pasión: el cine.
Nouvelle Vague (Francia, Estados Unidos, 2025) inicia con un Jean-Luc Goddard (Guillaume Marbeck) joven y frustrado. Y es que todos sus compañeros de la prestigiosa revista Cahiers Du Cinema -François Truffaut (Adrien Rouyard), Claude Chabrol (Antoine Besson) y Éric Rohmer (Côme Thieulin)- ya han dirigido largometrajes. Solo falta él.
Con muy poco presupuesto, solo 20 días de rodaje, pero con un ego del tamaño de la Francia misma, Godard iniciará el rodaje de su ópera prima, À bout de souffle (1960) con la firme convicción de romper todas las reglas: no cuenta con un guion propiamente escrito sino con ideas que viven en su cabeza y que vierte de vez en cuando en una libreta, filma muchas de las escenas con cámara al hombro y con dolly’s improvisados, llega tarde al set y si no se siente con ánimo, no se filma nada.
Por supuesto, alrededor suyo hay incertidumbre: su productor, Georges de Beauregard (Bruno Dreyfürst) no puede creer que Godard desaproveche tan impunemente los días de rodaje, su protagonista Sean Seberg (Zoey Deutch) no entiende cómo es posible que no haya un guion, y el único que parece entender el estilo excéntrico de Godard es Jean-Paul Belmondo (Aubry Dullin), quien ya había colaborado con él en un cortometraje previo.
Filmada en blanco y negro, con el clásico formato “académico”, y haciendo gala de jump cuts y demás excentricidades propias del cine de Godard, Nouvelle Vague es el Avengers del cinéfilo refinado, básicamente todos los que hicieron de la Nueva Ola Francesa el gran movimiento que revolucionó el cine (y que hoy día sigue siendo tan influyente como desde entonces) están aquí: Chabrol, Truffaut, Vagna, Rivette, Rohmer. Todos rompen la cuarta pared (muy a lo Nueva Ola Francesa) y para que nadie se confunda (gracias Linklater) todos salen con un letrero que indica su nombre.
Sin duda es emocionante, y a lo mejor un poco snob: ¿cuántas personas conocen realmente quienes son estos directores, productores y críticos de cine? Pocos, pero son justo esos pocos los que verán esta cinta.
Nouvelle Vague es una cinta irremediablemente personal sobre una forma personalísima de hacer cine. Y aunque la cinta se llame Nouvelle Vague y no Godard, lo cierto es que el enfoque está centrado en el director francés: la Nueva Ola es justo este ambiente que le rodea, de artistas rebeldes, de amigos sarcásticos, de fotógrafos, vestuaristas y diseñadores de producción para los cuáles esta película es un trabajo más. Lejos estaban de sospechar que estaban filmando una cinta que se convertiría en la bandera de un movimiento rebelde, uno que reclamaba el cine como una experiencia personal, donde sus protagonistas no eran superestrellas como en Hollywood y que sus historias no eran épicas imposibles del cine comercial: el cine también es nuestras historias, las historias cotidianas de la gente común.
Aunque claro, una vez pasada por la lente, las historias dejan de ser comunes y sus actores y actrices se convierten irremediablemente en estrellas.
Nouvelle Vague es también una película sobre la amistad, y cómo la amistad puede ser un elemento clave al momento de hacer arte. Rumbo al final de la cinta (y espero esto no sea un spoiler), Godard muestra el corte final a sus amigos: Truffaut, Chabrol, Varda, y a su productor, Georges de Beauregard.
Este último es el primero en felicitarlo: “El mundo no está preparado… para esta mierda”. Godard le pregunta a sus amigos: “¿Es solo una mierda o un gran pedazo de mierda?”, a lo que ellos responden “Nunca se estrenará”, “Me quedé dormido viéndola”, “La peor película del año” y rematan con un “No es ciudadano Kane”.
Al fin críticos de cine, pero amigos también, entre broma y broma la verdad se asoma. Es cierto, À bout de souffle no es Ciudadano Kane (una película que los críticos de Cahier Du Cinema fueron de los primeros en encumbrar) pero sin duda es una película revolucionaria, rebelde, que rompió con las formas y que hoy día sigue siendo influyente. Pero nada de eso se lo dirían sus amigos.
Tener buenos amigos es fundamental para hacer cine. ¿Cuántas películas mexicanas que llegan a la pantalla grande no se habrían beneficiado de un amigo honesto que le dijera al director: “tu película es un gran pedazo de mierda”?

