Una empresa que sin pudor ha demostrado su desdén hacia la sala de cine puede convertirse en el mayor productor de cine en el mundo. ¿Hay razones para estar preocupados?
En este espacio siempre hemos analizado cine, pocas veces nos hemos detenido en hacer análisis sobre la industria del cine (dos cosas completamente diferentes, por supuesto). En esta ocasión haré una excepción, ya que el reciente anuncio de la posible compra de Warner por parte de Netflix definitivamente puede ser el inicio de un cisma que transforme a Hollywood para siempre, con ello a toda la industria, y por ende termine afectando al cine como tal.
El cine es una de esas formas del arte que vive en una relación simbiótica con la industria. Claro, se puede hacer cine independiente, pero hasta la película más barata necesita una industria para que más gente la vea, y para que haya (de menos) un retorno de inversión.
Muchas películas se hacen (¡y qué bueno!) no porque sea un negocio, sino por una necesidad artística. Pero lo que no debería ser una norma es que todo aquel que quiera hacer una película no tenga éxito económico por no ceñirse a las reglas de un mercado.
La industria es necesaria para la sustentabilidad del medio y la perpetuidad del arte como ejercicio creativo y comunitario. Por eso la noticia de que uno de los mayores jugadores en el mundo del streaming -uno que ha hecho público su desprecio por la exhibición del cine en el cine- sea ahora el dueño de una de las productoras y distribuidoras más grandes de cine, suena a una terrible contradicción.
En este texto trataré de explicar cómo es que llegamos a este punto y qué puede pasar en el futuro. Pero aclaro, no soy un experto en negocios, pero sí conozco esta industria y en cierta forma he sido parte (ínfima) de ella.
Aclarado el punto, vamos a esta historia.
La exhibición de cine siempre ha estado bajo amenaza básicamente desde que se inventó el cine. La radio iba a matar al cine, la tele iba a matar al cine, las videocaseteras iban a matar al cine, la televisión por cable iba a matar al cine, el DVD iba a matar al cine, y el streaming, por supuesto, también iba a matar al cine.
Pero en el caso del streaming pasó algo que ninguna otra de las amenazas tuvo: la oportunidad de poner a prueba en el mercado un modelo de negocio donde las salas desaparecen y solo quedaba la radio, la tele, el cable, o en este caso, el streaming.
Esa oportunidad se llamó “Pandemia de Covid-19”, pero para entender por qué la pandemia fue fatal para las salas de cine y cómo las consecuencias de ello siguen sintiéndose hoy día, hay que entender primero cómo funciona el negocio de la exhibición.
La materia prima de las salas de cine son las películas, y antes de que llegaran las tecnologías digitales, las salas de cine eran el único lugar donde se podía ver las películas. Si te perdías una película en el cine, no había forma de que la vieras después.
Eso se acabó con la invención de la videocasetera. Ahora era posible tener una copia bastante decente de una película y verla en casa el día que fuera, a la hora que fuera, tantas veces como fuera.
Es entonces que se inventó esto que se llama “ventana de exhibición”, que no es sino el tiempo en que exhibidores y estudios acuerdan que debe pasar antes de que una película esté disponible en otro sitio que no sea la sala de cine.
Por ejemplo, Toy Story se estrenó en salas el 22 de noviembre de 1995, pero su salida en DVD sucedió hasta octubre de 1997. En cambio, Toy Story 4 se estrenó en salas el 21 de junio de 2019, pero estuvo disponible como descarga digital en octubre del mismo año.
Pasamos de una ventana de casi un año en la década de los 90 a una de poco más de tres meses en la década de los 2010.
Las razones de lo anterior son varias. A los estudios les interesa recuperar la inversión de sus películas lo antes posible y el primer paso para ello es la exhibición en salas. Es ahí donde usualmente los estudios ganan la mayor parte del dinero, después de las salas de cine vienen: las rentas (físicas antes, digitales ahora), la exhibición en aviones, hospitales, cadenas de cable, televisión abierta y ahora en streaming.
Así pues, a los estudios les interesa que la siguiente parte del proceso suceda lo antes posible, y la tecnología ayudó a que esto se hiciera realidad. La ventana de exhibición se fue reduciendo con el tiempo, quedando en promedio en unos dos o tres meses de espacio entre que una película llega a salas y su salida al mercado digital.
La sobrevivencia de las salas de cine estaba asegurada porque los estudios necesitan de los exhibidores para dar a conocer sus películas, y los cines necesitaban de los estudios para tener títulos que exhibir. Había pues un equilibrio entre ambos jugadores.
El arribo de Netflix al mercado no solo como un servicio de streaming sino como un estudio que producía sus propias películas y series pero que no las exhibía en salas planteó la duda: ¿es posible que este negocio sea negocio sin la participación de las salas de cine?
Para Netflix la respuesta es clara: si, sí se puede vivir sin necesidad de los cines.
Ya sea por temor, por pudor o por mínima decencia, los llamados “legacy studios”, los que fundaron Hollywood (WB, Paramount, Universal, FOX) no se atrevían a poner a prueba el modelo de Netflix. Es aquí donde llega la pandemia.
El escenario era de pesadilla: de tener un crecimiento sostenido en el número de boletos vendidos en taquilla, la cifra se fue a ceros. La pandemia obligó al cierre de cines en prácticamente todo el mundo, e incluso cuando las medidas de sanidad se flexibilizaron, era imposible tener salas llenas, ya que se tenía que guardar cierto espacio entre butacas.
¿Qué hacer? El primero en atreverse fue Universal Studios. Tenían lista para estreno la película infantil Trolls: World Tour (2020) y ante el panorama pandémico solo había dos opciones: esperar a que la pandemia se esfumara y estrenar en salas o, ir por todo y estrenar en salas y en streaming al mismo tiempo.
La osadía rindió frutos: Trolls: World Tour fue el estreno en digital más exitoso en la historia. La empresa ganó más dinero con esta película (una secuela), que lo que ganaron con la original exhibida en salas.
La caja de Pandora se había abierto. Los estudios impusieron a los exhibidores un trato que claramente no les era beneficioso: estrenar las películas al mismo tiempo, en salas y en streaming. Durante 2021, Warner estrenó todas sus películas usando este sistema. Disney y Universal hicieron lo mismo.
Cuando la pandemia se fue, la ventana de exhibición ya estaba en mínimos históricos: 45 días entre el estreno en salas y la salida en digital. Universal fue más allá, negoció una ventana de apenas un mes a cambio de ceder un porcentaje de sus ventas en VOD a los exhibidores.
Los resultados de este desesperado experimento fueron mixtos, Warner por ejemplo tuvo un año fatal con ese esquema, y no obstante tuvo un año magnífico este 2025 con el estreno de sus títulos en salas y con una ventana mínima de poco más de un mes.
Y una pequeña nota al calce. En ese escenario desolador, surgieron voces que con autoridad no sucumbieron a la tentación del streaming: Tom Cruise se opuso tajantemente al estreno de su nueva película de la saga de Misión Imposible -Mission: Impossible - Dead Reckoning Part One (2023)- en streaming. Esperó hasta 2023 para poder estrenarla como se debe: en la sala de cine.
Pero mientras todo esto pasaba, Netflix básicamente se reía de todos. Y es que la pandemia fue benéfica para ellos: el número de suscriptores aumentó dramáticamente, y era entendible: todo mundo estaba en casa, ¿qué hacer sino ver Netflix?
¿Pero esto qué tiene que ver con la compra de Warner?
Pues justamente, Netflix no cree en la exhibición en salas. Son la megapotencia en el mundo del streaming sin necesidad de depender de las salas de cine. Apenas y acuden a ellas porque son un requisito para participar en los Oscars, pero si por ellos fuera, jamás se pararían en un cine.
Y si lo dudan, aquí está la declaración de Ted Sarandos, el CEO de Netflix quien en abril de este año declaró: “El modelo tradicional de las salas de cine es un concepto obsoleto [...] la insistencia en preservar la ventana exclusiva de 45 días está fuera de sintonía con las necesidades del público actual”.
En su comunicado por la compra de Warner, Netflix menciona una sola vez la palabra “theatrical” (exhibición en salas), y solo para decir que “muy probablemente” las películas de Warner se seguirán exhibiendo en cines.
Así pues, el todopoderoso Netflix, el streamer más fuerte de la industria, ha engullido a su principal competidor. Por lo que ahora, la exhibición del cine en salas corre más peligro que nunca.
¿Y cuál es el problema? Dirán algunos. Y es aquí donde el debate se pone intenso. Para quienes somos cinéfilos de cepa, ver el cine en la gran pantalla no es opcional, es casi obligatorio. Hoy más que nunca se aprecia la posibilidad de aislarse del mundo, de las redes y del maldito celular para al menos durante el espacio de dos horas ver una película.
¿Es lo mismo ver una copia exacta de un Van Gogh, impreso en casa y pegada a la pared con un diurex, qué ver la pintura original en un museo? Su respuesta a eso definirá su postura respecto a la venta de Warner.
Está en riesgo vivir la experiencia de ver el cine en el cine, pero además está también en riesgo toda una industria: sin los cines, la cadena se colapsa y se traspasa básicamente a la industria del internet y de la venta de pantallas.
Si a eso se le suma el insistente uso de la AI en todos los aspectos de la creación del cine (ya hay actores virtuales, sets virtuales y hasta guiones escritos por Chat GPT), tenemos la pesadilla completa: un cine que no vive en el cine, que no está hecho por humanos y para humanos.
Es un cine que está hecho para el algoritmo, para llenar los estantes digitales de eso que se le llama “contenido”, donde lo que importa no es lo que hay dentro sino el espacio que ocupa. Lo que importa no es hacer cine, sino tener miles de títulos para dar la ilusión de tener opciones, aunque estas sean en su mayoría meros ejercicios de lógica matemática y mercadotecnia.
Este es el temor que surge ante la compra de Warner. La operación aún no es definitiva, falta ver qué opina el gobierno de los Estados Unidos. Si ellos deciden que esto no sería un monopolio, entonces los días del cine en la sala de cine están contados.
Ir a la sala de cine se convertirá en una práctica de nicho, como lo es hoy escuchar música en vinilos, en cassettes o en CD’s, o como lo es hoy comprar películas en formato físico (otro rubro que, por cierto, Netflix tampoco apoya).
La experiencia del cine será, ahora más que nunca, casi exclusiva de los grandes blockbusters, y de las grandes ciudades.
Esta forma de arte, destinada al gran formato, a la gran pantalla y a la gran audiencia reunida en una experiencia colectiva, parece esfumarse. El cine será confinado a una pantalla tan chica como en la que probablemente estén leyendo este texto.
Y eso…, eso es una lástima.

