Lux Æterna (Francia, 2020), la más reciente provocación del siempre incontenible Gaspar Noé, es probablemente una de las experiencias más intensas, inquietantes y artificiales a las que el director nos ha sometido. Lo anterior no es cosa menor, sobre todo si recordamos que Noé es responsable de cintas como Enter The Void (2009), Climax (2018) y la insuperable Irreversible (2002).

Al inicio de esta nueva cinta (que en realidad se trata de un mediometraje de apenas cincuenta minutos) dos actrices platican sobre sus experiencias trabajando en cine. Se trata de la veterana actriz Béatrice Dalle (interpretando a una versión de ella misma) y Charlotte Gainsburg (también interpretándose a ella misma).

Béatrice le platica a Charlotte sobre cómo algunos directores le exigían mucho en escenas siempre complicadas, a veces incluso desnuda frente a múltiples hombres. “El fin justifica los medios”, dice ella. Por su parte, Charlotte también cuenta cierta anécdota donde un director tuvo un “accidente” en una escena sexual. Mediante un plano fijo y en pantalla dividida (a pesar de que las dos actrices están una junto a la otra), el diálogo se interrumpe de vez en vez con tarjetas que muestran citas de directores como Dreyer, Godard y Fassbinder sobre el proceso creativo y el rol del director en el cine.

De repente la cámara se mueve para invitarnos al caos. Resulta que Béatrice es la directora de una cinta -”El oficio de dios”- una historia sobre brujas postmodernas donde la propia Gainsbourg es la estrella. La cosa es que la filmación de la película es un completo caos.

Siempre en pantalla dividida (lo cual hace difícil seguir los diálogos y las acciones) vemos cómo el director de fotografía se queja con el productor sobre las actitudes de la directora. A la par Gainsburg trata de llegar al vestidor pero es interrumpida por un joven debutante que le ruega para que protagonice su ópera prima que, por supuesto, “será una revelación en festivales”.

Al mismo tiempo, un periodista de prestigiada revista de cine quiere entrevistar a la actriz, mientras que el teléfono suena insistentemente: algo pasó en casa con su hijo pequeño. Y para no variar, las guapas modelos que fungen como brujas, se quejan de todo, que si el vestuario, que si el ambiente, que si nadie las pela.

Noé proyecta el caos mediante sus trucos habituales: la pantalla dividida, la cámara que parece volar, los colores intensos y, ya rumbo al inesperado y vibrante final, el director literalmente nos tortura con poco más de diez minutos de luces rojas estroboscópicas y un sonido chillante en las bocinas que se vuelve absolutamente insoportable dentro de la sala de cine.

Al fin y al cabo experto en construir pequeños infiernos cinematográficos, no es la primera vez que Gaspar Noé nos atormenta con su cine, pero probablemente sí es la primera vez que usa al literalmente el cine como un arma blanca, provocando malestar físico en la audiencia que se siente sometida a una variante del famoso proceso Ludovico (A Clockwork Orange, 1971) de Kubrick.

Así, Lux Æterna es “La Noche Americana” de Gaspar Noé. Una violenta provocación donde el director encara la cultura de la cancelación respecto a cómo es que un cineasta debe comportarse en un set. Aquí, la directora (otra provocación) grita, insulta, regaña y crea un caos, todo en pos de su visión creativa. Para Noé no hay otra vía y cita a Fassbinder: “cuando la presión es mucha, me vuelvo un dictador”.

El mensaje termina siendo una puñalada en los ojos, un castigo corporal a quien ose ponerse frente a esta película que puede resultar incluso vomitiva (literalmente) para aquellos que sufran de epilepsia fotosensible.

El mensaje y el método son absolutamente congruentes con el director: una puñalada en los ojos, un castigo corporal a quien ose ponerse frente a esta película que puede resultar incluso literalmente vomitiva para aquellos que sufran de epilepsia fotosensible.

Gaspar Noé entiende al cine como un arma que debe ser apuntada hacia el espectador. Su cine podrá ser violento, excesivo, lisérgico y tortuoso, pero encuentro particularmente valioso que, en una época donde se busca la dictadura de lo sano, lo terso, lo blanco, exista alguien dispuesto a golpear en el estómago a su público.

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