En su famoso poema homónimo, Jorge Luis Borges definía El Mar como “abismo, resplandor, azar y viento”. Es justo así como la directora Mati Diop -junto con su cinefotógrafa, Claire Mathon- retratan al mar en su ópera prima, Atlantique(2009): mientras que para algunos es la puerta de salida a la libertad, para otros es el abismo donde opera el azar y el viento.

Exhibida en el pasado festival de Cabos, y ganadora del Gran Premio del Jurado en Cannes 2019, Atlantique es una película auténticamente inclasificable. La historia (basada levemente en un cortometraje anterior de la directora) nos presenta a Ada (Mame Bineta Sane) una adolescente que espera a la orilla del mar a su novio, Souleiman (Ibrahima Traoré), un joven albañil que trabaja en una de las mega construcciones que se erigen cerca de la playa del suburbio de Dakar (en Senegal).

Souleiman está furioso: los patrones de la onerosa construcción les deben tres meses de sueldo y no parece que vayan a pagar. Los besos y abrazos de Ada son el único bálsamo para la desesperada situación económica de Soulaiman. Por su parte, Ada no está exenta de problemas: ama profundamente a su novio, pero resulta que su familia ya tiene arreglada la boda con su prometido, Omar (Babacar Sylla) un joven de familia millonaria.

El mar, traicionero, le tiene una sorpresa a Ada. Sin aviso previo, resulta que Soulaiman y un puñado de albañiles como él, se hizo a la mar con la esperanza de llegar a España, donde habría mejores oportunidades de encontrar trabajo. Luego viene el azar y el abismo: al parecer el barco nunca llegó a España, y ninguno de los tripulantes contesta su celular.

Cual moderna Penélope, Ada llora por su amado, le pone veladoras, reza y piensa todo el día en él, mientras que a la par, ya resignada, continúan los festejos de su próximo matrimonio con Omar, quien ya le tiene lista su nueva casa, para gozo y admiración de las amigas de Ada, quienes ven en el asunto no una tragedia sino el inicio de una vida sin problemas.

En medio de los festejos y con Ada sumida en la melancolía, una de sus amigas le da una noticia sorprendente: al parecer han visto a Sulaiman rondando por la fiesta.

Siempre con una paleta de colores ocres, deslavados, tristes, la ópera prima de Mati Diop desafía etiquetas: inicia como una cinta sobre la tragedia inmigrante, se torna rápidamente en una especie de épica romántica a lo Romeo y Julieta, hace breve escala en un thriller policial para después, sorpresivamente, convertirse en un relato casi paranormal que aterriza en terrenos del realismo mágico.

La sorpresa es que todos y cada uno de esos saltos mortales son ejecutados con suma naturalidad y elegancia, con imágenes oníricas que son capaces de evocar melancolía a partir de elementos tan ajenos como las luces láser de una discoteca.

Al final, este complicado pero hermoso ejercicio de cinematografía, no niega nunca el corazón de su historia: la de dos chicos enamorados, la de una injusticia que no permite alcanzar la paz, la de una mujer que al final se sabe liberada de toda atadura y se descubre dueña de su propio futuro.

Atlantique está disponible en Netflix.

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