Estrenada en el marco del Festival Internacional de Cine de Morelia en 2020, Blanco de Verano (México, 2020), la ópera prima del cineasta mexicano Rodrigo Ruiz Patterson, fue una de las cintas más celebradas del festival y probablemente uno de los estrenos mexicanos más festejados por su calidad en todos los rubros: un guión por demás solvente (co escrito junto con el director por Raúl Sebastian Quintanilla), unas actuaciones de primer nivel y la cámara de María Sarasvati Herrera que acompaña con variedad de tonos ocres a nuestro apesadumbrado protagonista.

Rodrigo (extraordinario Adrián Rossi) es un adolescente que vive con su madre, Valeria (soberbia Sophie Alexander-Katz). La relación de ambos parece de un Edipo por demás exacerbado: cuando él no puede dormir, va a la cama de ella y se acurruca a su lado en posición fetal. Incluso en el baño comparten momentos de desnudés cotidiana sin mayores aspavientos. ¿Y el padre? Bueno, no está presente, pero a pesar del divorcio aún se mantiene al tanto de Rodrigo quien prefiere no contestar sus llamadas.

Fuera de casa, Rodrigo prefiere deambular en solitario. A veces se salta las clases para ir a un deshuesadero cercano y meterse a una vieja camper que funge como guarida personal. Ahí fuma, rompe cosas y prende una fogata. El fuego se convierte cada vez más en una obsesión.

De repente llega la amenaza. Un buen día su madre le presenta a Fernando (Fabián Corres), su nuevo pretendiente. Rodrigo entra en una silenciosa (pero no por ello menos elevada) ira territorial. El adolescente ve con dolor cómo la atención de su madre, antes exclusiva para él, se vuelca en este tipo quien, por otro lado, se muestra auténticamente interesado no solo en su madre sino también en él.

Para demostrar el compromiso, Fernando los lleva de vacaciones a Acapulco, respeta su temprano tabaquismo e incluso le trata de enseñar a manejar. Todas estas atenciones no hacen sino elevar el nivel de alarma de Rodrigo.

Ya para entonces nos queda clara la referencia más obvia de esta película: Adrián Rossi nos está entregando su propia versión de Antoine Doniel, el solitario protagonista del clásico truffatiano Los 400 Golpes (Truffaut, 1959). La ira territorial se eleva y Rossi sorprende cada vez más con su actuación de bomba a punto de explotar. La similitud es tal, que incluso el rostro de Rossi encuentra su mejor compañero en la cámara de Sarasvati Herrera quien lo muestra hermoso incluso dentro de su propia explosión de ira.

Con todo, esta cinta no es únicamente el relato de un adolescente que no sabe lidiar con los cambios y la relación con su madre. Es también la historia de esa misma madre, que no sabe cómo tomar las riendas de su hijo, que no sabe (o no quiere) controlarlo, que lo sigue tratando literalmente como su “cachorro”.

Afortunadamente la película no ofrece lecciones ni tira moralejas, es un relato de adolescencias conflictivas y de adultos que no saben, no quieren, o no pueden poner orden en la casa.

Blanco de Verano es definitivamente una de las mejores películas mexicanas que se podrán ver en salas este año.

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