La sala oscurece, te colocas los lentes 3D (esos lentes tan molestos para aquellos que, de hecho, usan lentes) y las primeras escenas de Avatar: Fire and Ash (EUA, 2025) se ven francamente espectaculares. Las bestias voladoras (tan típicas de Pandora) llenan la pantalla y parece que salen de la misma, los elementos (el mar, el cielo) se ven impresionantes.

Avatar debe ser la única película a la que le queda chico el formato IMAX.

Pero la emoción se disuelve luego de 10 minutos. Tus ojos se acostumbran a la estética, al color, a la textura (de videojuego), pero no al uso constante de los lentes 3D (tuve que quitarme los lentes como 5 veces), que además siguen oscureciendo muchísimo la imagen.

Terminada la emoción inicial es cuando uno pregunta, ¿qué sigue?, ¿qué más traes, Cameron?

Y la respuesta es: pues no mucho. De hecho, nada que no hayamos visto antes.

Estamos de vuelta en Pandora, este planeta místico, de paisajes maravillosos, poblado por los ultra hippies abraza-árboles de los Na’vi, aquellos larguiruchos suspiritos azules, siempre atléticos, con colas y taparrabos, cuya anatomía no sabe del concepto “grasa corporal”.

De nueva cuenta nos encontramos con Jake (Sam Worthington, ¿qué sería de su carrera sin Cameron?), un marine estadounidense, otrora discapacitado pero convertido ahora en un audaz líder Na'vi, y su fiel pero feroz compañera, Neytiri (Zoe Saldaña). Ellos siguen en duelo por la muerte de su hijo ocurrida en feroz batalla contra los humanos, esos colonizadores norteamericanos que insisten con invadir Pandora, hacerla suya y saquear sus no pocos recursos naturales.

Jake y familia han cumplido el sueño de todo chilango: irse a vivir a la playa junto con estas tribus que les encanta el agua. El problema es Spider (Jack Champion), un humano, remedo de Mowgli en El Libro de la Selva, que no se por qué vive con la familia de Jake, y quien respira en Pandora gracias a una máscara de oxígeno que, no obstante lo practica (mide lo que un Discman, perdón por la referencia tan retro), no deja de ser un problema cuando se trata de recargar el oxígeno.

Es por ello que Jake le dice a Spider que ya estuvo, que se regrese a su mundo. En esas están cuando llegan los malos a armarla de tremendísima tos. Se trata de Varang (Oona Chaplin) y su tribu, que al parecer es muy fan del fuego.

James Cameron explica (en entrevista, porque no crean que el guión hace énfasis en ello) que la creación de esta nueva tribu obedece a que no quería dejar en el espectador la impresión de que todos los Na’vi eran buenos, también están esta bola de desdichados que por supuesto, harán que Pandora pierda una vez más su carácter de “paradisiaco”.

La cosa se pone peor cuando la tribu de Varang, cual viles tlaxcaltecas, se unen al “renacido” y “avaterizado” coronel Quaritch (Stephen Lang), para atacar a los suspiritos azules quienes, a pesar de tener acceso a rifles, metralletas y todas esas cosas que el congreso de E.U. se niega a prohibir, ellos prefieren seguir combatiendo con arco y flecha. Por lo visto es más ecológico.

Gracias a este conflicto (el cual al parecer tiene una justificación, pero la dicen en una escena donde me dormí) se garantizan hartas batallas, mismas que -siendo completamente honesto- están divertidas: no solo bajan la modorra general provocada por tantos y tantos diálogos terriblemente aburridos, sino que sacan provecho al IMAX, a las imágenes hechas por computadora, a la animación, y al tresdé.

Pero aún con todo ese derroche de hardware, software e ingeniería, la película se ve y se siente en más de una ocasión como un videojuego, y ni siquiera uno que solo se pudiera “jugar” en el cine: siento que una PC con algunas tarjetas NVidia haría el truco. Ok, probablemente exagero, pero la sensación de estar frente al Play 5 es inevitable.

Estamos pues ante una muy elaborada y rebuscada historia de indios contra vaqueros, de racistas contra tribus, de buenos y malos. Lo mismo que vimos en las primeras dos películas, con una historia que no parece derivar de aquellas sino que se siente más como un pretexto para seguir en la necia de hacer más películas de los suspiritos azules. Películas que además, no aguantan ni el viaje de regreso en el carro: llegando a la casa ya se nos olvidó todo el asunto.

Aparte de la retahíla de diálogos semi ecológicos, los bailecitos onda pachamama de Coyoacán, y todo este tufo de hippie new age insoportable, hay que sumarle las grandes cantidades de solemnidad que emanan de esto. No solo es una película aburrida, es protocolaria, ceremoniosa, demasiado llena de sí misma.

Son más de 180 minutos usados en no decir nada relevante, en presentar un show de imágenes digitales y presumir que ahora ya les alcanzó para la expansión de software que permite animar fuego de manera realista: “y no tenemos empacho en usarlo, vean, harto fuego”.

¿De qué trata esta película? Ni Sigourney Weaver sabe. En el evento de estreno le preguntan por qué es importante ver esta película y la respuesta es penosa, la actriz trastabilla, dice algo horrendo sobre “estar preparados para la guerra” y luego se desdice. Nada mal con esa reina llamada Sigourney Wever, claro, pero creo que la escena demuestra el caos dentro de esta cinta.

O tal vez estaba siendo honesta. En algún punto, rumbo al final, una de los suspiritos azules (ustedes perdonen que no les diga el nombre, pero todos los Na’vi me parecen iguales) le pide a quienes darán batalla a los malosos “¡mátalos!, ¡mátalos a todos”. Pensé que luego vendría una especie de arrepentimiento o algo parecido por tan violenta reacción, pero no. Al parecer los hippies se ponen intensos si se cruza cierta línea.

Los millennials, centennials y demás generaciones que nacieron antier, andan defendiendo a capa y espada la llamada “relevancia cultural” de Avatar. Es evidente que no la hay, al menos no del tamaño que Cameron querría. Avatar es su Star Wars, y en esta entrega es por demás evidente: escenas de vuelo que remiten a las de las secuelas y precuelas, las batallas y hasta el uso de frases típicas de aquellas sagas: “You’re my only hope”.

¿Hasta cuándo tendremos que aguantar esto? Cameron dice que no piensa dedicar el resto de su carrera a hacer películas de Avatar (¡dios, me has mirado a los ojos!), pero a la vez anuncia la fecha de estreno de las dos siguientes. Duele pues, y mucho, ver que el último tramo en la carrera de un director tan brillante e inteligente como Cameron se vaya en esto: una máquina de crear dinero pero que carece de toda la mística de sus filmes anteriores.

También preocupa la contradicción inherente en todo esto. Justo al borde de que las salas de cine dejen de tener viabilidad económica para seguir proyectando cine, Avatar sigue siendo de esas películas que justo llevan dinero al modelo de exhibición tradicional que tanto queremos que se mantenga.

Luego entonces, ¿ver este tipo de películas es el precio que se tiene que pagar para que las salas sigan? Si la respuesta es sí: lo pago, con gusto. Aunque eso sí: no me pidan estar despierto.

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.

Comentarios