En una reciente investigación publicada en el Wall Street Journal, basada en documentos obtenidos por una ex trabajadora de Facebook, se reveló (entre muchas otras cosas) que el equipo cercano de Mark Zuckerberg (el dueño fundador de Facebook) está consciente de lo tóxica y violenta que su red social puede llegar a ser. Y aunque se han realizado ciertos cambios para tratar de mejorarla, estos han tenido un efecto opuesto. El odio parece incrementarse en Facebook.

Zuckerberg lo sabe, y -según los documentos en poder del WSJ- sabe también cuál es la solución. El problema es que esa solución implica que la gente pase menos tiempo en Facebook, y eso afecta los ingresos del gigante de las redes sociales. Así pues, ¿qué ha decidido hacer Mark Zuckerberg? Nada. El negocio es primero.

¿Pero cuál es exactamente el negocio? Más allá de las fotos de gatitos, las selfies, o los bailes, Zuckerberg ha descubierto lo rentable que resulta la división y el conflicto. Facebook ha permitido que su herramienta sirva como principal medio de comunicación de grupos racistas, blanco supremacistas, antivacunas y eso sin contar que el movimiento de Trump se apoyó fuertemente en fake news y demás ataques que provenían siempre desde Facebook.

Pero esa división y encono no surgen gratuitamente. Se necesitan personas que inicien el juego y seguidores que lo repliquen. Se trata de un comportamiento que existe desde los inicios de la humanidad pero que las redes ayudan a potencializarlo, viralizarlo, hacerlo masivo y automático. Es el odio instantáneo.

En el documental 15 minutes of Shame -primer largometraje documental de Max Joseph- la productora y narradora en off, Monica Lewinsky, trata de explicar el fenómeno del escarnio público en redes sociales.

La ex becaria de la Casa Blanca y protagonista del escándalo que estuvo a punto de costarle la presidencia a Bill Clinton, se autonombra como “paciente cero” de esta tendencia hoy día tan común: hacer escarnio público, multitudinario y digital, de personas que han cometido un error o cuyos secretos más oscuros han sido revelados.

El documental muestra un puñado de casos recientes sobre personas que han sido vilipendiadas en redes, para luego pasar al señalamiento en medios electrónicos e impresos, para luego perder su trabajo y el respeto del público en general.

Es el caso de Matt Colvin, un comerciante cuyo negocio consistía en vender en Amazon diversos productos que él conseguía más baratos. Cuando la noticia sobre el “virus de Wuhan” empezó a correr, se dio cuenta que el mercado de gel sanitizante se encarecía y, como una medida preventiva (para que su negocio no se afectara), compró grandes cantidades del producto.

Un periodista del New York Times lo entrevistó, supuestamente con el tema sobre qué pasaría con este tipo de comerciantes ahora en pandemia, pero cuando el artículo se publicó, el enfoque era otro: hacía ver a Colvin como un desalmado que acaparó el producto para venderlo carísimo. La historia de Colvin vuelto un despreciable acaparador le dio la vuelta al mundo. En redes sociales se viralizó y su nombre quedó de inmediato manchado. Amazon mismo decidió retirar el permiso que tenía para vender sus productos en la tienda, por lo que Colvin entró en una crisis financiera de la noche a la mañana.

O qué tal el caso del trabajador de una empresa de energía que fue captado en la camioneta del trabajo haciendo una seña que se interpretó como el símbolo de los supremacistas blancos. El escándalo corrió rápidamente por internet llamando a la empresa a correrlo, que fue lo que finalmente pasó. El hombre explica el contexto: no estaba haciendo dicha seña, estaba haciendo ejercicios para calmar la tensión luego de horas de manejar.

Pero no hay explicación que valga: cuando las redes han decidido que eres culpable no hay forma de detener el juicio sumario, que no se queda solamente en algunos tuits de odio, sino que al final termina por afectar tu trabajo, poner en peligro a tu familia, y volverte blanco de todo tipo de insultos en la calle.

En esta caso, la persona que corrieron de su trabajo (su nombre nunca se revela en el documental) cuestiona a cuadro: ¿cómo voy a ser un supremacista blanco si soy inmigrate mexicano y tengo piel morena? La ironía es que el primer tweet denunciándolo como racista provenía, efectivamente, de un hombre blanco.

El documental explica que las redes sociales se han vuelto una versión moderna de las viejas máquinas de tortura con las que en la época medieval y la colonia se exhibía a los pecadores para el regocijo del pueblo. La humillación pública causa mucho placer en aquel que la ejerce: refuerza ideas de bienestar propio y de justicia. Hay placer no solo en humillar, sino en hacerlo bajo un esquema donde parece que el otro merece el castigo.

Así, la vieja picota, la hoguera, los picos y palos se sustituyen por posteos, insultos, memes y demás formas modernas de condenar y ejecutar, las más veces sin prueba alguna. Solo por el placer “de hacer el bien”, de sentirse moralmente superiores, y de hacer “justicia”, aunque no se tengan las pruebas necesarias para ello.

Los políticos saben bien de ese gusto, muy humano, en humillar al otro, y lo usan a su favor. Por eso les encanta crear división, trazar bandos, crear conflictos. Y las redes son hoy por hoy el medio ideal para atizar la hoguera y mantener ocupada a la población mientras ellos hacen otras cosas que no quieren que llamen mucho la atención.

15 Minutes of Shame no da soluciones al problema, pero si genera una reflexión al respecto. Claro, son las redes, pero también son nuestras propias taras y fobias. Es una reacción humana el gusto por la humillación pública. La pregunta es si vamos a permitir que ese fenómeno crezca exponencialmente con el uso de la tecnología.

Por lo pronto, la lección es que hay que checar dos, tres, cuatro veces una historia, antes de tomar el pico, la hoguera y salir a la plaza de internet a quemar al próximo pobre diablo que sea acusado hasta de lo indecible.

15 Minutes of Shame se puede ver exclusivamente en HBO MAX.

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