Las películas que vimos este 2025 no estuvieron interesadas en ordenar ni explicar el mundo, sino en habitarlo.
Se detuvieron en cuerpos agotados, en silencios prolongados, en amenazas que creíamos superadas pero que están latentes y en heridas que siguen abiertas.
El cine no levantó la voz. Mantuvo la mirada, porque sabe que hay momentos históricos en los que observar con atención ya es una forma de resistencia.
Y es que muchas reflexiones giraron alrededor de la fatiga. No solo física, también moral. Por ejemplo, en Train Dreams.
Una cinta en la que la vida se mide en lo sencillo. En el trabajo diario, el tiempo que no pasa sin factura y en la pérdida. No hay épica ni promesa: hay desgaste, repetición, una perseverancia callada y el inevitable renacimiento desde el dolor.
Algo parecido ocurre en Jay Kelly, filme en el que los vínculos existen, pero no alcanzan para justificar una vida egoísta. La soledad no aparece solo como vacío, sino también como distancia con la realidad.
Los realizadores entendieron que el agotamiento contemporáneo no necesita explicación, se reconoce en relatos mínimos.
Algunas historias también se atrevieron a mirar aquello de lo que casi no se habla, pero sigue ahí como A House of Dynamite, historia en la que la inseguridad no es solo un recurso narrativo: es política y realidad.
La película pone sobre la mesa el riesgo de las armas nucleares sin convertirlo en espectáculo.
Lo inquietante no es pensar en una explosión, sino en su posibilidad constante. Vivimos como si esa contingencia hubiera quedado atrás cuando en realidad solo dejó de ocupar titulares.

Las relaciones de poder atravesaron muchas tramas, aunque rara vez desde la violencia directa. Más bien como sistema, como engranaje que opera a distancia.
En The Voice of Hind Rajab, filmar se convirtió en un gesto profundo, ético. Dar voz a una niña atrapada bajo el fuego en Gaza, cuando ni siquiera los equipos de la Media Luna Roja lograron rescatarla, es un acto de memoria.
La obra no reconstruye una tragedia: rescata una voz que el mundo no escuchó a tiempo.
Frente a cifras y comunicados, el cine devuelve nombre, respiración, miedo.
Hind Rajab deja de ser un dato para volver a ser alguien. El deseo lejos de cualquier idealización también atravesó el año.
En Hamnet se mezcla con el duelo, con el amor que persiste incluso cuando el lenguaje falla. No hay consuelo rápido. Y el pasado, inevitablemente, regresa. Vuelve como herida íntima, como culpa y responsabilidad frente a lo creado en Frankenstein.
En resumen, la mayoría de las narrativas elegidas por los artistas insistieron en que no se puede avanzar sin mirar aquello que se dejó atrás.
Esta temporada los filmes se acercaron al cansancio, al control, al anhelo y a los peligros silenciados. Pero, sobre todo, hablaron de no desaparecer.
De dejar una huella, un gesto, una imagen. Y quizá por eso, en un mundo que acelera y olvida, el cine volvió a hacer lo esencial: recordarnos que estar vivos también es ser vistos.

