El cierre del año pasado estuvo marcado por un amargo sabor de boca en materia ambiental por los resultados de la COP26 y los débiles compromisos de los representantes de los países más grandes y ricos que siguen dando pasos hacia atrás en el combate al cambio climático. Sin embargo el liderazgo que vino de jóvenes activistas y de las comunidades de las naciones vulnerables a los extremos del clima, de la gente que está en la primera línea de quienes sufren los impactos climáticos, marcó a la COP26 con la dosis de esperanza que el planeta necesita para saber que otro mundo es posible.

El poder y convicción de la gente está aumentando la presión política sobre las naciones más ricas del mundo, con la mayor responsabilidad histórica sobre las emisiones, para que aumenten su ambición y sus compromisos tangibles sobre la mitigación del cambio climático, el apoyo a la adaptación y la financiación, en línea con el objetivo del Acuerdo de París de limitar el calentamiento a 1.5°C.

Los países deben asumir compromisos nacionales vinculantes para poner fin inmediatamente a todos los nuevos proyectos de combustibles fósiles y a nuestro gobierno le toca hacer lo propio. De entrada tienen el reto de reelaborar sus metas de emisiones nacionalmente determinadas (NDC por sus siglas en inglés) ya que las presentadas en 2020 son regresivas por permitir la generación de 14 millones de toneladas de dióxido de carbono adicionales a las que se tenían previstas en las metas de 2015. Ese extra en emisiones no es menor, equivale a las emisiones de la industria del cemento en nuestro país.

La acción climática de México hasta ahora ha sido calificada de insuficiente a altamente insuficiente y el tema no es la calificación, sino que esto tiene graves impactos en los ecosistemas, en la biodiversidad y en la gente. Una acción climática altamente insuficiente es responsable de catástrofes ambientales que inevitablemente también son sociales.

Este 2022, la lucha de pueblos indígenas, ambientalistas, jóvenes activistas, defensores de derechos humanos e investigadores señalará el norte, serán la brújula que deberá dirigir la acción climática con planes tangibles y vinculantes. La exigencia social y de la comunidad científica ha sido contundente: poner fin a nuevas inversiones públicas y privadas en proyectos de combustibles fósiles para finales del próximo año, así como aumentar el apoyo para los más vulnerables, acelerar la transición energética hacia fuentes renovables con justicia social, proteger los bosques y detener la deforestación.

Este 2022, la humanidad tiene la oportunidad de hacer frente a la crisis ambiental y reinventar un estilo de vida ecológico y sustentable, que ponga en el centro al medio ambiente y a las personas, no a las grandes industrias que nos trajeron hasta este punto de crisis climática. Este no es un reto solo de un sector, debe ser una lucha multisectorial y la gente ha dado un paso al frente mientras los gobiernos dan un paso atrás. Corresponde a empresas y gobiernos seguir coherentemente el liderazgo de los pueblos indígenas que protegen los bosques, las comunidades que protegen los océanos y la biodiversidad, de jóvenes que dan voz al planeta y que exigen el fin de los combustibles fósiles que asegure un futuro verde y justo.

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