La ética religiosa y la ética filosófica se vuelven indispensables porque abren el camino para la percepción del otro como hermano o amigo o aliado o socio y ya no como enemigo o como actor que no se vuelve factor para la producción y el consumo y que por lo tanto pierde su estatus de actor y puede ser destruido.
La humanidad ha ido resolviendo muchas de sus violencias mediante una manera que ha encontrado a nivel masivo: incorporar al enemigo como proveedor y/o como cliente.
Pedro Páramo es residuo de lo que hacían los emperadores en Persia y en Roma y en Mesoamérica y en el Imperio Inca y en muchos otros sitios: conquistaban territorios para homogeneizar las actividades económicas y vencer la tensión de la abundancia y la escasez, favoreciendo la abundancia al asegurar el suministro de materias primas y la disposición de hombres para las labores del campo.
Las invasiones de territorios ajenos, así como el asesinato o exterminio (franco) de poblaciones enteras son remanentes, dolorosísimos, de situaciones pretéritas que la humanidad no termina de resolver porque no logramos convertirnos (todas las personas) en agentes económicos y por ende sociales y políticos, sujetos de derechos inalienables.
Para destruir a un pueblo, por cierto, antes se le quitan sus posibilidades de ser agente económico: no es casual que los nazis prohibieran a la gente comprar artículos en establecimientos judíos; al apartar a un pueblo de las actividades económicas se facilita su aniquilación y para acelerar la aniquilación se esparcen sesgos nacionales negativos. O étnicos. He aquí la secuencia, el manual para un genocidio anunciado.
(Cuando visité Belén en 2022, en el marco de la Cátedra Rosario Castellanos de la Universidad Hebrea de Jerusalén y gracias a la generosa invitación de nuestra admirada Ruth Fine, constaté que la pequeña ciudad sufría de numerosos establecimientos cerrados, inactivos. Se ayudaría enormemente a la población reactivando la actividad económica con ella. ¿Por qué no han pensado en esto los países afines por lengua, culturas e historias? No es una solución inmediata, pero es una solución a mediano y largo plazo, idealmente involucrando al otro Estado beligerante como intermediario comercial o algo así. No suele entenderse otro lenguaje más que el lenguaje comercial y monetario.)
Luego entonces el sesgo –concluyo– es un agente económico y actúa soterradamente en la división nacional e internacional del trabajo, mientras que las religiones universales y las filosofías y artes asimismo universales buscan quitarnos marcas y sesgos para que seamos precisamente sólo personas con derechos básicos e insustituibles.
Con el más crudo realismo, digamos que la solución a las guerras y a los genocidios de ayer y de hoy se encuentra en la inserción de todos los seres humanos como agentes de la economía tanto al producir como al consumir: nadie mata a su cliente o a su proveedor; se mata a la gente que “no existe” (véase la primera parte de este texto, aparecida el 15 de agosto en El Universal), esto es, a aquellos pueblos a los que no se les ve utilidad económica o política o social, aunque absolutamente todos pueden tenerla.
La humanidad ha logrado ser agente económico de sí misma en un 70 u 80 % de la población, quizá más, quizá menos. Quizá únicamente en un 50 %. En todo caso, allí donde hay conquistas territoriales y guerras, casi seguramente nos encontramos con residuos de una ideología primitiva, consistente en confundir la riqueza con el territorio. Las características geográficas deberían agudizarnos la percepción de que los terrenos, pese a indudables riquezas naturales, son aun así mucho menos importantes que las personas a la hora de producir riqueza cada día, benéfica para cada una de las partes. Hoy se conquista mediante el comercio y la cultura; la conquista territorial irá desapareciendo, a menos que incrementemos el peligro de cataclismos nucleares.
Hace unos días encontré en la Casa del Libro un pequeño tomo: Gaza: el poema hizo su parte, de Nasser Rabah. El prólogo es de Luz Gómez; la traducción, de Benjamín López Oliva (del árabe). El tomo salió bajo el sello de Ediciones del Oriente y del Mediterráneo (2025).
Escribe Luz Gómez:
La poesía última, la poesía del genocidio, dosifica lo artístico, prescinde de los referentes intertextuales o históricos al uso y de la musicalidad elaborada, recurre a una lengua entrecortada y, a lo sumo, a imágenes impactantes de la devastación. Es algo especialmente manifiesto en los poetas más jóvenes. Hiba Abu Nada, nacida en 1991, publicó un último tuit con un poema el 8 de octubre de 2023, doce días antes de que un misil la matara en su casa junto a su familia:
La noche de la ciudad es oscura, salvo por el brillo
[de los misiles.
Silenciosa, salvo por el sonido de los bombardeos.
Aterradora, salvo por el sosiego de las oraciones.
Negra, salvo por la luz de los mártires.
Buenas noches, Gaza (p. 16).
El arte –por ejemplo, la tragedia griega–, según recordaba Friedrich Nietzsche, es una estrategia de individuación. Las impersonales maquinarias de la guerra nos desindividualizan a ti y a mí y a la persona con la que te cruzaste hace un momento en la calle y a aquella otra a quien le dedicaste un reojo de menos de un segundo y a la cirujana que acaba de devolverle la vista a un niño y al profesor que se esfuerza cuando prepara la clase y al fontanero que desazolva tuberías para evitar peligros y a la abuela que atiende a sus nietos y al abuelo que espera a la abuela…
Luz Gómez evoca a otro poeta gazatí asesinado recientemente. Se trata de Refaat Alareer. Estos versos se escribieron en 2011 y se han vuelto uno de los himnos locales después del espantoso ataque terrorista de Hamas a comunidades israelíes por lo general de una izquierda solidaria o al menos respetuosa con Palestina:
Si tengo que morir
tú tienes que vivir
para contar mi historia
para vender mis cosas
y comprar un trozo de tela
y unas cuerdas
(hazla blanca y con una larga cola)
y así un niño, en algún lugar de Gaza,
cuando sus ojos miren al cielo
buscando a su padre que se fue en una llamarada –
sin despedirse de nadie
siquiera de su carne
siquiera de sí mismo –
verá la cometa, mi cometa hecha por ti, volando
alto, alto
y pensará por un momento que viene un ángel
trayéndole amor.
Si tengo que morir
deja que ella traiga esperanza
deja que cuente la historia (p. 17).
Contarnos historias es una experiencia terapéutica en el sufrimiento. La imaginación es otra herramienta de la literatura (del arte) que puede dar un poco de alivio y de expectativa en medio de tanto dolor incomprensible; anota Nasser Rabah:
Lo que queda es la imaginación,
un músculo incansable.
La imaginación es el café de los extraños, es los espejos
del inconsciente, las bibliotecas de los cautivos.
La imaginación es lo que nos queda
[para hacer una patria de la nada (p. 108).






