Porfirio Díaz era partidario de la elección popular de jueces. En 1893, Justo Sierra se había echado sobre los hombros la defensa teórica y práctica de una designación mediante el Senado tras propuesta del jefe del Ejecutivo.
¿Qué añade Claude Dumas? ¿Qué dice Carlos Tello Díaz, biógrafo de Porfirio? Escribe Dumas sobre el Sierra de aquellas horas parlamentarias:
También reafirmó su fe en la ciencia social –“esta desdichada ciencia positiva”– y su fe en la aplicación que ha propuesto de ella.
Numerosos pasajes de este discurso valiente provocaron una respuesta entre los asistentes y, según El Tiempo, estallaron aplausos en las galerías. El público, entre el cual figuraban numerosos estudiantes, lo esperaban a la salida para ovacionarlo; luego lo escoltaron hasta su domicilio. No hay duda de que […] Justo Sierra y sus amigos no estaban totalmente aislados […]. Sin embargo, […] todo un sector de la prensa arremetió contra [él]. Calificaron desdeñosamente los aplausos como […] “ovación reglamentada”.
Y la descalificación se reforzaba con el proceso de ir difundiendo y aclimatando la etiqueta y remachando la calcomanía de Sierra como simple poeta soñador. Y fue así como aquel hombre que había sacrificado por la política buena parte de su evidentísimo talento juvenil para el despliegue y la puesta al día del verso y la prosa, ahora veía cómo lo desacreditaban por ser “poeta descarriado”, “soñador de la política”. Y quizá de aquí extraemos una de las causas profundas por las cuales este romántico se acercó al positivismo: lo empleó como antídoto.
Su procedimiento argumentativo tiene un toque didáctico cuando advertimos el patrón que lo sustenta; y consiste en que una realidad se eslabona a otra, pues si no hay causa no hay efecto:
Justo Sierra desarrolló el siguiente razonamiento: sin justicia independiente no hay justicia, y sin justicia no hay instituciones, y sin instituciones la República se llama despotismo. Cierto es que México no ha llegado a esos extremos, pero las garantías de independencia del Poder Judicial reposan, dice, en el tenue hilo de la relación “entre la honradez del juez y la honradez del jefe del Poder Público”. Es pues necesario legislar para el futuro, ya que las garantías no pueden reposar eternamente en las personas.
Los autores de ¿Por qué fracasan los países?, ganadores del Premio Nobel de Economía, señalan a las instituciones autónomas como responsables directas de la riqueza de un país. Comparan Nogales, Sonora, y Nogales, Arizona, para mostrarnos cómo no son las condiciones climáticas ni geográficas las causantes de bienestar o atraso. Por su parte, Porfirio no parece haber estado muy de acuerdo con la iniciativa de Sierra. Escribe Carlos Tello Díaz, autor de Porfirio Díaz, su vida y su tiempo:
Sierra recordó sus palabras: “Soy yo, señores diputados, quien hace algunos meses dijo que el pueblo mexicano tenía hambre y sed de justicia.” Dijo estar convencido de que esa justicia solo podía estar garantizada con la independencia del Poder Judicial, La inamovilidad era solo el medio de lograrla, observó, por lo que estaba dispuesto a transigir; aceptaba que los jueces y magistrados pudieran ser destituidos, con tal de ganar la inamovilidad de los ministros de la Suprema Corte de Justicia. Concluyó su discurso con esta reflexión: “Nosotros, que no venimos aquí a cuestiones académicas, ni a procurar el triunfo de teorías, sino a discutir leyes, nos hemos tenido que someter a una transacción, y hemos decidido apoyar el dictamen.” El 12 de diciembre de 1893 la iniciativa de reforma fue aprobada con 108 votos a favor y 42 en contra. Los diputados nombraron entonces una comisión, que encabezó Sierra, para entregar el proyecto de ley al Senado. Ahí quedó pendiente para ser discutido más tarde. Pero Díaz deseaba mantener el control del Poder Judicial. Para eso sabía que sus miembros debían ser designados en elecciones que controlaba el gobierno, y que debían ser, en principio, destituibles para mantenerlos disciplinados al poder. Estaba convencido de que conocía, mejor que el resto de los mexicanos, los intereses del país.[1]
Agustín Yáñez, también biógrafo de Sierra, lo sintetiza así:
La historia encuadra la parte medular del discurso, ¨puesto que en la historia es en donde está condensada la experiencia (v – 174). En cortante recorrido desde Felipe II hasta la Revolución francesa, desde la Constitución de 24 hasta la […] paz porfiriana, “la historia de la inamovilidad tiene páginas grandiosas” (id., 175); […].
[…] “El público de las galerías –informa El Tiempo […] el 14 de diciembre [de 1893]– esperó al señor Sierra a su salida en el pórtico de la Cámara y le hizo una ovación calurosísima, acompañándole un grupo inmenso, en su mayoría de estudiantes, por la calle, hasta su domicilio.” Era la respuesta popular a los ataques de que la prensa hizo víctima en los días anteriores a don Justo. La inamovilidad no prosperó. Sierra fue llevado de la Cámara a la Suprema Corte de Justicia, donde protestó como magistrado el 2 de octubre de 1894.
La insistencia en el proyecto de inamovilidad de magistrados y jueces era tan fuerte que Sierra todavía mencionó el asunto un año más tarde, en 1895, ante el propio primer mandatario:
[El campechano] reaparece en la tribuna el 2 de enero de 1895, cuando con exceso había transcurrido un año de la conmoción política suscitada por el discurso en favor de la inamovilidad judicial, y a los tres meses de ocupar la magistratura en la Suprema Corte. Ahora se trata de honrar la memoria del presidente don Manuel de la Peña y Peña, en presencia del general Díaz. Bien pronto llega la ocasión de volver sobre “la inapreciable ventaja del sistema de inamovilidad sabiamente consignado en la Carta de 24, y que, el día en que apliquemos el método a nuestros procedimientos políticos, resucitará en nuestra ley fundamental como el único medio de armonizar la libertad y la igualdad, el individualismo y la democracia”, para en seguida decir, a sabiendas de la oposición presidencial: “Gracias al respeto general hacia este principio de la autonomía del Poder Judicial, el señor Peña pudo atravesar nuestras crisis políticas sin abandonar, sino por periodos contados, su silla de magistrado” (v – 186).
El modelo de Sierra era un positivismo muy adaptado a las circunstancias mexicanas y muy contrapesado entre otras razones porque el futuro ministro de Instrucción tenía muy cerca personas valiosas de índole conservadora o bien espiritualista en un sentido u otro, entre ellas en algún momento –hasta 1880– el propio Santiago.
Puestos a operaciones básicas, digamos que una clave del Maestro fue esta: siempre fue hombre de sumar y multiplicar, no de restar y dividir; incluso por razones políticas, urgía que se incorporara a conservadores a la causa del orden sobre bases muy claras.
La lucidez, la cultura, la comprensión y la franqueza se combinaban en él como factores de equilibrio. Y sentía fuerte su modelo porque partía de bases a su juicio suficientemente sólidas, puestas a prueba, experimentadas y sopesadas: 1) observación de la realidad, 2) análisis de los factores, 3) eliminación de trabas y de esos “obstáculos para el conocimiento científico” de los que cien años después hablará Gastón Bachelard, incluidas aquellas ideas y propuestas que hubieran sido funcionales y válidas en otros tiempos, 4) comparación histórica y sincrónica, 5) elaboración y exposición de resultados, por lo común mediante una propuesta de ley. Por eso le resultaría doloroso que Francisco Cosmes lo acusara de no haber estudiado los hechos.
Hoy nos toca seguir estudiando a fondo aquellos hechos que por alguna razón nos tocaron en suerte.

