El lema del pan, “Patria, familia, libertad”, tiene antecedentes que deberían llamarnos la atención. El sábado 18, las tres palabras fueron eje de la presentación de un partido que ya dio dos sexenios presidenciales y numerosos sexenios estatales, así como muchos gobiernos municipales, diputaciones y senadurías.

El lema me hace pensar en el liberalismo conservador de figuras tan importantes en México como, ni más ni menos, Justo Sierra. Debo esta asociación a la lectura–relectura en proceso de un amplísimo estudio de Andrés Ordóñez acerca de varios elefantes en la sala.

Un elefante es el esfuerzo de personalidades como Sierra para cuadrar círculos en el México mutilado y ensangrentado de la segunda mitad del siglo xix. Aquel pacifista por tradición y por convicción constructiva se veía de pronto envuelto en una revuelta y había estado a punto de ser aprehendido en Querétaro y acaso fusilado en 1876 por apoyar a José María Iglesias y no a Porfirio Díaz en el afán de ambos líderes por hacerse de la Presidencia de la República.

Una de las calles más atractivas de la Ciudad de México se llama “Emilio Castelar”. Hasta allí llegaba mi profundo conocimiento de esta figura. Castelar (lo recuerda Ordóñez) fue presidente de la Primera República Española y ejerció un influjo en el joven Sierra, ya repuesto este último de los sustos de andar en acciones bélicas y en escapatorias un tanto ajenas a su espíritu de constructor de nación, de sentido, de sociedad, de futuro.

Díaz, en la Presidencia, tuvo el mérito de entender que era la hora de llevar a la práctica una síntesis de pensamientos, ideologías, personas, corrientes e intereses hasta entonces en pugna. Captó el talento de Sierra: no parece haberlo castigado, nos dice el biógrafo Claude Dumas, por su apoyo a Iglesias.

Este miércoles 22 se celebró en el auditorio del ex Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, del Acervo Histórico Diplomático, un encuentro sobre las pugnas entre distintas corrientes políticas. Se habló de un fascismo que avanza. Pablo Cabañas comparó el nuevo lema del pan con lemas similares, de clara filiación fascista. Según este académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la unam, el lema del pan habría sido hecho por un despacho en Miami. De ser cierto esto, no habría habido capacidad y consenso para reunir tres palabras propias en un partido creado por Manuel Gómez Morín y apoyado por gente muy valiosa en el curso de los últimos 86 años.      

Antes de tener este dato, susceptible de verificarse, mi lectura era en clave liberalismo–conservador: “patria” y “familia” remitían a los aspectos conservadores (orden, ley, tradición, institucionalidad, principios, valores); “libertad”, a los liberales (innovación, ciencia, creatividad, derechos humanos ya consagrados, respeto a las prudentes decisiones individuales). No sería una mala combinación, y Justo Sierra la avalaría como una auténtica síntesis dialéctica tras años de luchas y pérdidas humanas y territoriales: urgían los acuerdos si no queríamos terminar perdiendo el país entero.

Me cuentan que le preguntaron a una figura panista dónde estaba el proyecto y que no supo responder. En estas épocas de tantas atribuciones dudosas, más vale empezar la cláusula con un “Me cuentan que”. En todo caso, al pan y al país les hace mucha falta un buen libro.

La sucesión presidencial de 1910 (1908), de Francisco I. Madero, es un ejemplo óptimo de un breve volumen que resulta a la vez orientador y estimulante. El lema del pan es breve y, como vemos, problemático y ambiguo o al menos insuficientemente claro. Harían bien los liderazgos y las bases de todos los partidos en incidir con auténtica seriedad en un conjunto de explicaciones lógicas y nítidas. Algún panista comentó que piensan ganar la calle. Este ganar–la–calle solamente tendría sentido si implicara ponerse a escucharnos a todas las personas acerca de los asuntos más preocupantes: seguridad, empleo, vivienda, salud, educación, transporte, inflación, bacheo, democracia, junturas en el Metro…

Las personas tenemos ideas sobre cómo resolver problemas concretos, sobre todo los de nuestro entorno próximo. Siempre se dice –y pocas veces se hace– que se nos consultará. La calle no se gana con anuncios espectaculares, sino con acciones espectaculares. Y humildes: políticos en el Metro, empapándose del día a día, impregnándose de realidades concretas en México, no en Miami ni en Dubai ni en Palestina (la sociedad civil sí puede ir a solidarizarse a esos y a otros sitios, incluidos Veracruz, Puebla, Oaxaca, etcétera, y las autoridades, mientras tanto, no deberían reducirse a proceder en tiempos de tragedias, sino prevenir desgracias que simplemente jamás deberían ocurrir).

El libro que nos falta, y que tal vez nunca se escribirá, debería explicarnos cómo se sostendrán los programas sociales; ¿cuál será su viabilidad financiera a corto, media y largo plazos? Y los programas sociales deberían incluir la educación: la sabiduría de las abuelitas nos dice desde hace mucho que no es tanto que se nos regale un pescado, sino que se nos enseñe a pescar. Un pueblo que sabe pescar es un pueblo libre.

Quienes hoy tallamos la suela sobre el suelo patrio no tenemos la estatura de gigantes como Justo Sierra y como el rector Manuel Gómez Morín. Pero –lo dice una bonita frase– podemos subirnos en sus hombros.

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