México está envejeciendo más rápido de lo que habíamos previsto y ese cambio silencioso ya está reordenando la vida económica, laboral y social del país. La transición demográfica dejó de ser un tema de especialistas: hoy impacta el empleo, las pensiones, los cuidados, las finanzas públicas y, de manera cada vez más directa, sectores estratégicos como la aviación.

De acuerdo con cifras del INEGI, las personas de 60 años y más ya representan cerca del 14% de la población nacional, más de 17 millones de mexicanas y mexicanos. Para 2050, ese grupo alcanzará una de cada cuatro personas. Al mismo tiempo, la tasa de fecundidad se mantiene por debajo del nivel de reemplazo. Nacen menos niñas y niños, mientras crece con rapidez la población adulta mayor. México dejó de ser un país joven sin que terminara de prepararse para la vejez.

Este giro demográfico trastoca el equilibrio económico entre generaciones. Habrá menos jóvenes trabajando y más personas mayores dependiendo de servicios de salud, pensiones y cuidados. El problema es que esa nueva realidad convive con un mercado laboral profundamente frágil. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha advertido que el desempleo juvenil es hasta tres veces mayor que el de los adultos y que alrededor del 60% de los jóvenes que trabajan lo hacen en la informalidad. En términos simples: millones de jóvenes no cotizan, no acumulan derechos, no construyen una pensión futura.

El resultado es una ecuación peligrosa. Sin empleo formal juvenil no hay base contributiva sólida. Sin base contributiva no hay sistema de pensiones sostenible. Y sin pensiones suficientes, millones de personas mayores se ven obligadas a seguir trabajando por necesidad, no por elección. La pensión universal ha sido un avance social incuestionable, pero por sí sola no resuelve el desafío estructural.

A esta tensión se suma un factor crítico: los cuidados. El trabajo no remunerado que realizan principalmente las mujeres sostiene gran parte del equilibrio social del país. En una sociedad que envejece, esa carga aumentará. Sin un sistema nacional de cuidados sólido, las mujeres seguirán pagando el costo invisible del envejecimiento poblacional, sacrificando ingresos, trayectorias laborales y pensiones futuras.

Pero la transición demográfica no solo impacta los hogares. También golpea a sectores estratégicos del desarrollo, como la aviación. Un país que envejece vuela distinto: crece el turismo de retiro, los viajes por razones de salud, la movilidad familiar multigeneracional. Al mismo tiempo, el sector aéreo enfrenta un desafío silencioso: el envejecimiento de su propia fuerza laboral y la creciente dificultad para atraer jóvenes técnicos, ingenieros, pilotos, controladores y personal especializado en condiciones dignas.

La aviación es una industria intensiva en conocimiento, certificaciones y experiencia. Si México no genera desde hoy trayectorias laborales estables para jóvenes en el sector, el relevo generacional se debilita justo cuando el país busca consolidarse como potencia turística, logística y comercial de la región. La paradoja es evidente: el país aspira a mover más personas, más carga y más inversiones, pero no está asegurando de manera suficiente al capital humano que hará posible esa operación.

Además, una población que envejece exige aeropuertos accesibles, procesos simples, asistencia médica de emergencia, conectividad regional eficiente y políticas públicas que piensen la aviación no solo como negocio, sino como herramienta de integración social. El envejecimiento generacional implica repensar cómo volamos, quiénes vuelan y en qué condiciones.

La OIT insiste en que la transición demográfica debe abordarse desde un principio central: trabajo decente a lo largo de toda la vida. No se trata solo de corregir la vejez; se trata de garantizar empleos formales desde la juventud, protección social en la adultez y pensiones suficientes en la etapa final. Todo está conectado.

México se encuentra así frente a una disyuntiva histórica. El riesgo es claro: una economía envejecida, con jóvenes precarizados, sistemas de cuidados rebasados, pensiones insuficientes y sectores estratégicos, como la aviación, operando con déficits crecientes de personal calificado. La oportunidad, en cambio, es construir un nuevo pacto intergeneracional que coloque en el centro el empleo formal, la protección social, los cuidados y el desarrollo productivo.

El fenómeno demográfico no es un problema exclusivo de adultos mayores. Es un desafío de toda la estructura productiva; representa ya un asunto de seguridad económica, de estabilidad social y de competitividad nacional. No puede seguir tratándose como un tema marginal ni como una promesa de largo plazo. Si México no integra a sus generaciones en torno al empleo decente, los cuidados y la protección social, la factura se pagará en desigualdad, estancamiento productivo y pérdida de competitividad, incluso en sectores donde hoy el país busca liderazgo.

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