Todavía no terminan de conocerse los expedientes podridos de las administraciones de Calderón y de Peña Nieto, pero ya se decidió que PAN, PRI y PRD —derrotados en 2018—, vayan en una coalición parcial anti-4T para 2021. Sin duda, esta es una buena imagen sobre cómo anda la política en el país. ¿Sumas que restan?

Resulta difícil entender esta coalición electoral si la vemos desde la lógica que dominaba el sistema de partidos antes de 2018, en donde los tres grandes partidos surgen después de la sucesión presidencial de 1988. El PAN y el PRD empujaron múltiples acuerdos para una transición democrática, que se inició desde el Estado con la reforma fundacional de 1977 y se consolidó con la reforma de la autonomía del organismo electoral en 1996. Ese cuadro ha cambiado completamente. Una parte de la transición se hizo para terminar con un partido de Estado con perfil hegemónico y luego dominante. Hoy la oposición quiere vendernos el cuento de que estamos otra vez con un sistema de partido dominante, que en los números tiene esa composición, pero que está muy lejos de lo que fue el PRI en décadas pasadas.

El realineamiento electoral de la última sucesión presidencial construyó un nuevo partido gobernante, Morena, y dejó en el rincón a los partidos del viejo régimen. Detrás del resultado de 2018 hubo una importante crisis alimentada por la violencia, la impunidad y la corrupción, que dejaron los gobiernos soportados por una partidocracia formada por el PRI, PAN y PRD. Esta nueva alianza quiere ganar la mayoría en la Cámara de Diputados y formar un contrapeso a Morena y a AMLO. Esta es la segunda vez que se juntan estos partidos, en 2012 el Pacto por México fue su primera alianza explícita para hacer una serie de reformas que terminaron en regresivas leyes secundarias. El fracaso de este pacto se pagó en las urnas en 2018.

Hace años hubo algunas alianzas partidistas locales entre lo que eran la izquierda y la derecha partidistas, emblemáticamente representadas por el PRD y el PAN, tenían el objetivo de detener al PRI, ponían por delante la defensa de la democracia, y subordinaban su pálida ideología. La alianza que se propone para el 2021 es para cubrir 158 de los 300 distritos (61 para el PAN, 53 para el PRI y 44 para el PRD). Por lo pronto, no tiene programa, ni parece que tenga objetivos democráticos. Lo que domina es un pragmatismo de sumas y restas, de votos y dinero, para recuperar posiciones. El hilo conductor es formar un frente anti-AMLO.

La respuesta de AMLO es que son lo mismo y ya se quitaron la máscara. Pero, al mismo tiempo, Morena y la 4T también construyen su aritmética pragmática en alianzas con el partido Verde y, de manera no formal, con la nueva chiquillada de reciente registro (los evangélicos, Elba Esther Gordillo, Pedro Haces).

La imagen partidista ha cambiado en todo el mundo y la representación política se ha deteriorado. Las ideologías y los imaginarios utópicos se han desinflado y en su lugar han llegado las distopías y el populismo, tanto de izquierda, como de derecha. México atraviesa un momento muy emocional que se ha expandido en una polarización alimentada desde el poder y desde la oposición. La responsabilidad de este proceso apunta hacia el presidente y, de forma reactiva, hacia la oposición. Para bailar tango se necesitan dos, igual que para ocupar posiciones en esta confrontación. La alianza opositora es el resultado de dos años de pugnas entre la 4T y las diversas oposiciones. Ahora, con el proceso electoral en curso, el escenario de los votos tendrá como eje principal una suerte de referéndum: votar a favor o en contra de la 4T y de AMLO. La confrontación convertirá a estos comicios en un dilema en blanco y negro.

La ciudadanía demanda a las dos coaliciones de partidos para el 2021 un debate sobre la próxima agenda parlamentaria: hacienda pública, seguridad, recuperación económica, justicia, etc. Sólo así podría salir un poco de la emocionalidad de odios en la que está atorado México. ¿Es mucho pedir?

Investigador del CIESAS.
@AzizNassif

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