La pequeña por fin conoció a su tía al verla descender del avión. Anita, la hermana de su madre, de quien tanto había oído hablar, regresaba al país enferma, débil, en los huesos, con el pelo muy corto. Cuando la mujer vio a la niña, un vínculo indisoluble se creó entre las dos, y se apresuró a abrazarla sin saber que lo hacía para siempre. Porque su sobrina, entonces de siete años, se convertiría en periodista y escritora. Y un día contaría su historia, la de una mexicana que sobrevivió a Siberia y a los campos de concentración soviéticos en la Alemania de la posguerra. Durante 12 años la habían dado por muerta.

Aquella niña era Verónica Ortíz Lawrenz. Ha publicado por lo menos cinco obras literarias más, pero Una decisión equivocada (Lectorum, 2020) es, sin duda, la más importante. No sólo porque narra una historia silenciada, la de la incursión soviética en Alemania luego de la derrota del nazismo, para hacer suyos los campos de concentración, la crueldad y la venganza, sino porque su lazo familiar con la protagonista, Anita Lawrenz Tirado, le dio acceso a fuentes de primera mano. Así, le revela al lector la capacidad de supervivencia de una joven sometida, junto con miles más, a atrocidades inimaginables. Se sabe por múltiples libros y películas detalles sobre los campos de Hitler pero poco sobre la dimensión de la barbarie estalinista contra alemanes y extranjeros inocentes al terminar la guerra. Y menos aún, acerca de la historia de una niña sonorense de 12 años que, por decisión de su padre, viajó sola a Alemania junto a sus hermanitas —Martha, de 10 años, futura madre de Verónica, e Irene de ocho— y cómo sobrevivió a un infierno.

“Somos muchos los hijos de los sobrevivientes de la guerra. Una decisión equivocada puede marcar generaciones. Yo también vengo de ahí”, me dice Verónica.

Cierro el libro conmocionada. Y recuerdo La bailarina de Auschwitz, de Edith Eger, y el prólogo de Suite francesa, que cuenta la vida de su autora Irene Nemirovsky. Las dos mujeres, víctimas del nazismo, del odio y la xenofobia. Pero también del machismo. La primera, húngara, sobrevivió para contar su paso por los campos de concentración, pero también para documentar su resiliencia. La segunda, rusa judía, murió asesinada, pero su hija rescató el manuscrito de su novela póstuma. Como ellas, Verónica da luz a la memoria. Asume el compromiso de contar una historia familiar y al escribirla trasciende el valor literario de su obra y dignifica la vida de miles a quienes arrebataron la voz. Esas voces, hoy, cobran vigencia. Porque son testimonios de alerta contra el racismo, el resentimiento, el odio… es decir, contra el fascismo que sigue vivo y amenazante en la mente de tiranos con poder y sus fanáticos.

Verónica se entregó 11 años a investigación y la escritura de este libro. Entrevistó a su tía Anita y se lanzó a Alemania, recorrió campos de concentración, cárceles y bosques siguiendo sus huellas. Enfrentó el silencio, la culpa y la vergüenza de algunos y logró atravesar ese otro muro que se alzó luego de que cayera el Muro de Berlín. El que levantó Rusia al borrar toda la evidencia del sadismo estalinista después de la guerra.

Parece que Verónica Ortíz, la reconocida conductora, la pionera de educación sexual en los medios, la periodista y novelista… llegó a la vida para escribir esta historia. Y publicarla en este momento.

adriana.neneka@gmail.com

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