En su nuevo libro, Aline Pettersson abre el capítulo final con un epígrafe de Norberto Bobbio: “El mundo de los viejos, de todos los viejos es, de forma más o menos intensa, el mundo de la memoria”. Y cuando una escritora como ella, de 82 años, dialoga con el paso del tiempo para hacer literatura, el resultado es arte y desafío.

Lo es porque implica penetrar hondo, reconocer aquello que de universal tenemos todos los seres humanos con nuestras debilidades y fortalezas, asomarse a la luz y a la sombra de las diferentes etapas de la vida, a la conciencia de nuestra piel que cambia y a rincones del alma que tememos visitar. Escribió un día que “el alma tiene una urdimbre cuyos pliegues nunca será posible conocer del todo”. Es justo donde ella incursiona para entregarse a sí misma en cada uno de los ensayos autobiográficos que integran Selva Oscura (FCE).

Comparte momentos definitivos de su infancia, su adolescencia, su madurez. Hay sentido del humor y verdad. Nos regala su casa y sus objetos, sus obsesiones y deseos, sus libros (la ambición de visitar los universos que le ofrecen) y sus autores, sus calles, sus paisajes, sus amores, sus amigos y colegas, las rupturas, la huella de Suecia en su obra, el camino a la escritura que inicia con un diario, sigue en un viaje en barco y luego rompe el cerco de la rutina doméstica para ahondar en el lenguaje, en la reflexión sobre la condición femenina, el placer, el erotismo y la maternidad …Nos entrega sus sueños, sus enfermedades, su depresión, la idea del suicidio en algún momento y su regreso a la paz interior. Nos obsequia presencias como la de José Emilio Pacheco, Juan Rulfo, Doris Lessing, Julio Cortázar …Y la definitiva: Josefina Vicens “mi madre literaria”.

Pettersson dice que “la bruma ha permeado mi forma de ver el mundo”. Se refiere a la miopía que, sin embargo, le permite ver más porque “dispara las potencias de la imaginación”. De ahí, quizá, que escriba novela, cuento, poesía, literatura infantil, ensayo y traducción literaria. O su capacidad para retener en la memoria lo sustancial de momentos como el despertar del enamoramiento en la adolescencia: “Un buen día dejé de reconocerme al sentir que algo violento, un huracán, se había apoderado de mí. La sensación de no caber dentro de las paredes de mi cuerpo”. ¿Quién no se reconoce en ese instante? El día que se topa con la pobreza en la calle y desarrolla la conciencia social que conduce a la utopía socialista. O en ese otro proceso: “La mirada del viejo escudriña los rincones de la memoria apuntalada en los objetos, las personas, los sitios. Mientras más largo sea el recorrido de los años, más deberá apoyarse, la persona, en recuerdos que transpongan la espesura de la mente batallando contra el tiempo inmediato que se borra (…)”.

Sin idealizarla, porque reconoce que no hay lugar para la sabiduría en la sociedad contemporánea ávida de respuestas inmediatas, Aline hace una poética de la vejez y del misterio y dice que la suya “es una buena edad para desnudar la parte interior” y rascar en las entretelas del ser humano. Picasso, María Zambrano, Bertrand Russell son para ella ejemplos luminosos del ejercicio de creación y reflexión hasta una edad avanzada. Así que “seguiré en la batalla mientras me sea posible; ese es el único camino”. Y sostiene: “La vida se tiene que vivir con pasión, escarbarse y florecer hasta el final”.

adriana.neneka@gmail.com

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