En 1939 a Jacobo Glantz un grupo de fascistas lo agredió a pedradas en el Centro de la Ciudad de México. Venía de Ucrania con su familia, su cultura y su tradición judía y tenía un gran parecido a Trotski. Le salvó la vida Jesús A. Siqueiros, hermano del pintor, que pasaba por ahí. Su pequeña hija, Margo, le miró la frente ensangrentada y la imagen se le grabó en la memoria. Lo cuenta en su libro Genealogías. El martes de la semana pasada en la UNAM, a la escritora de 95 años no la atacaron físicamente ni hubo sangre, pero sí le quitaron la palabra, le lanzaron piedras verbales… y todas y todos salimos lastimados.
Ya se sabe, un grupo de estudiantes encapuchados irrumpió en el auditorio “José Vasconcelos”, en protesta por su presencia. Una de las escritoras más notables de México, doctora emérita de la UNAM, docente durante décadas, que ha sido leída, reconocida, premiada y también muy querida, hablaba sobre migraciones y memoria cuando la interrumpieron a gritos en nombre de la liberación Palestina y contra del genocidio en Gaza. Habían vigilado uno tras otro de los tuits y retuits de Margo Glantz, sobre todo los referentes al holocausto. No repetiré las acusaciones e insultos que le arrojan a ella y a quienes se solidarizan con la genial autora. Decía Monsiváis que la libertad se defiende ejerciéndola. Y la UNAM realizó la conferencia a pesar de las amenazas en redes, sin impedirle a nadie la entrada al recinto y con el protocolo de seguridad indicado.
Anel Pérez, directora del Centro de Enseñanza para Extranjeros (CEPE) de la UNAM, intentó conciliar. Margo buscó el diálogo. Imposible. Ocho hombres jóvenes y encapuchados contra una mujer de 95 años. Quienes le impidieron concluir su conferencia se negaron a escuchar. Pero, además, advirtieron que no tolerarán que se invite a gente como ella y leyeron una lista de nombres de personas y de universidades israelíes con las que la casa de estudios tiene relación académica, con la consigna: “Fuera sionistas de la UNAM”.
Me pregunto si estos jóvenes saben que en el CEPE conviven estudiantes de 80 nacionalidades y las más diversas culturas, hebreos y musulmanes, rusos y ucranianos, de la India y del Congo, islámicos y cristianos… y que estos días se realiza la Semana de Estudios sobre Palestina y que recientemente se dio una charla sobre bibliotecas palestinas y la resistencia.
La agresión se agudizó en redes, sobre todo en X (antes Twitter), donde se divide el mundo en dos, sin matices, complejidades o contextos. De la descalificación visceral, hay un paso al discurso de odio. Y se contagia. Difícil opinar libremente en una red inundada de violencia verbal y donde sucede aquello de lo que Margo Glantz habla en su libro: Y por mirarlo todo. Nada veía. Se pasa de una foto de las infancias sufrientes en Gaza, al chisme de una celebridad, de la imagen de una jovencita desaparecida al último meme de Trump o a la foto de un perrito en espera de adopción. En medio de ese caos, los jóvenes se organizaron y se lanzaron a la conferencia armados de consignas contra una mujer que ha entregado su vida a la creación literaria y a la reflexión crítica. Y es que, como leí un día: “La razón sin pasión es estéril. La pasión sin razón es histeria”.
Contra la intolerancia hay que insistir en el diálogo y el respeto. Revalorar la diversidad, el conocimiento y la tarea intelectual. Y defender la libertad en la expresión cultural y la actividad académica, como proponen los firmantes de una carta pública de solidaridad a Margo Glantz. Pero además de respaldarla, hay que advertir riesgos al acecho, como la autocensura, que se cuece a fuego lento.
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