Para Ángeles Torrejón

En el internado, que operaba entre la disciplina militar y la austeridad franciscana, estaban prohibidos los espejos, por lo que durante un par de años el menor dejó de mirar su imagen. Cuando su madre decide liberarlo de ese lugar, regresa a su casa y al encontrarse con su rostro en el espejo… “Ahí me di cuenta que ya no era un niño”. Años después, Marco A. Cruz escribió esta nota autobiográfica y el manuscrito permaneció inédito hasta que el historiador y cazador de miradas Alberto del Castillo Troncoso lo encontró.

Durante ocho años, el investigador se sumergió en los archivos, las hojas de contacto, las notas autobiográficas, los testimonios de colegas, los negativos, las fotos inéditas y las más emblemáticas, las que nunca se imprimieron y las que se grabaron en la memoria colectiva, hasta llegar al origen y el desarrollo de la mirada de uno de los más grandes fotoperiodistas en la historia de este país. Del Castillo, además, hizo entrevistas, visitó bibliotecas, colecciones y hemerotecas y terminó su nuevo libro Marco Antonio Cruz: la construcción de una mirada (1976-1986).

Con el primer ejemplar impreso en la mano, el historiador celebró junto con el fotógrafo en un café al sur de la ciudad de México. Apenas un mes después, el pasado 2 de abril, en pleno viernes santo, el corazón de Marco A. Cruz se detuvo repentinamente mientras rodaba su bicicleta. Era editor de Fotografía en la revista Proceso cuando murió a los 63 años. En medio del impacto y la tristeza, sabemos que alcanzó a ver el tomo de 600 páginas con imágenes sobre su vida y obra. En cuanto terminó de leerlo, conmovido, escribió en su muro de Facebook: “(…) un mar de sensaciones y sentimientos, agradecido porque que es testimonio impreso en beneficio de la memoria de los primeros 10 años de historia personal y de mi país. La investigación es clave para el entendimiento de mi pasión por la fotografía”.

Editado por el Instituto Mora y Conacyt, el libro contiene la historia de la mirada de Marco A. Cruz en el contexto histórico, periodístico y cultural en el que se desarrolló. Su origen en las artes plásticas, el aprendizaje en el laboratorio de Héctor García, su paso por revistas de izquierda documentando movimientos sociales; los momentos estelares que compartió con destacados fotógrafos de su generación en los primeros años de La Jornada (como la cobertura de los sismos de 1985), la fundación de la agencia Imagenlatina…

Alberto del Castillo me pidió un testimonio para el libro. Escribí:

Por aquellos años en La Jornada, la sección cultural y la de fotografía eran vecinas al fondo de la redacción. Me gustaba sentarme en un lugar de cara al trayecto que reporteros y fotógrafos recorrían para llegar ahí donde la historia que uno traía en la libreta, o en la cámara, cobraba forma periodística. Desde ahí los veía llegar. Más bien: los sentía llegar. Por la energía que desprendían, la adrenalina, el entusiasmo, la prisa por exhibir una denuncia o por imprimir una bella imagen o una terrible realidad. Los recuerdo, uno a uno, caminando siempre de prisa, con sus equipos y lentes a cuestas y, sobre todo, con su mirada a cuestas. Entre todo ese semillero de talentos, la mirada profunda de Marco A. Cruz llevaba un bagaje distinto que lo convirtió en uno de los fotógrafos más cercanos a la poesía del lenguaje visual y en un autor a la altura del arte en blanco y negro.

adriana.neneka@gmail.com

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