Son nuestros ojos. Durante el confinamiento colectivo más largo del que tengamos memoria, recorren calles, ciudades y pueblos, van de la frontera norte a la del sur, áreas residenciales y zonas marginadas; están en las mañaneras, en los mercados, en el Metro, los aeropuertos y el transporte colectivo. Las ambulancias, los hospitales, las salas de espera, los cementerios y crematorios los ven pasar con sus cámaras. Son los fotógrafos de la Agencia Cuartoscuro, quienes han documentado sin descanso la vida y la muerte en México durante la pandemia del Covid-19.

Su labor cotidiana todos estos meses será memoria y huella visual de un momento histórico que parece cambiarlo todo. Mientras muchos nos aislamos para evitar que se incrementen los contagios de un virus tan microscópico como letal, estos jóvenes fotoperiodistas corren a diario todos los riesgos para documentar la nueva realidad con lo que tiene de inédita, extraña y dolorosa. Hacen clic y lo capturan todo sin juzgar. Y, a diferencia de la mayoría de los medios, registran los más diversos rostros de la tragedia, como el miedo y el heroísmo del personal médico, la angustia de los familiares afuera de los hospitales y el hambre del desempleado, pero también ese gesto, ese lugar o esa iniciativa ciudadana que muestra la creatividad, la esperanza y la generosidad.

Los números 162 y 163 de la revista Cuartoscuro, que son los que circulan estos días, se concentran en el tema Covid-19. El primero cubre los meses de abril y mayo, cuando podían escucharse creencias como la que describe Pedro Anza en el texto que acompaña las imágenes: “A mí ese virus no puede hacerme nada, sólo mata a los muertos”. Días del Vive Latino abarrotado y la Crucifixión en Iztapalapa sin público, cuando las compras de pánico y la Central de Abastos a todo vapor… las piñatas de coronavirus y así, hasta el lento proceso de enmudecimiento y vacío de las ciudades. Una imagen de Mario Jasso simboliza los contrastes que se verán hasta hoy en la sociedad mexicana. La escena tiene lugar en el Metro. Una joven en primer plano usa cubrebocas, guantes, cuidados extremos, mientras que atrás de ella, sin protección alguna, una pareja se besa como si nada. El ejemplar cierra con una foto de Gabriela Pérez Montiel en la que una mujer se introduce por un túnel sanitizante, cuyo horizonte es incierto.

El número 163, con el que se conmemora el 34 aniversario de la revista, parece la continuación de ese túnel de incertidumbre cuya luz no alcanza a verse todavía. Abarca junio y julio. La nueva virtud de estas páginas es que, junto a las imágenes, aparecen los testimonios de cada uno de los fotógrafos. Son de los “esenciales” que salen a la calle y se preguntan ¿qué significa ser periodista en tiempos de pandemia? De algunos, tan jóvenes como Galo Cañas, brotan palabras así: “Inmortalizamos el dolor, el último adiós sin abrazos ni besos. Cargamos con el miedo, ansiedad, gel antibacterial, cubrebocas, guantes en la mochila. Retratamos la desobediencia. La protesta. El amor. Las lágrimas. La muerte. La vida. La contingencia. No hemos parado y no pararemos porque mientras haya qué fotografiar, sobre qué escribir y a quién entrevistar, seguiremos”.

El director Pedro Valtierra y Ana Luis Anza, editora, hacen posible que nuevas generaciones continúen la herencia de grandes fotoperiodistas como Nacho López, Héctor García y Rodrigo Moya.

adriana.neneka@gmail.com

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