Marx Arriaga, titular de la Dirección de Materiales Educativos de la Secretaría de Educación Pública, lanza en marzo una convocatoria a creadores visuales para el rediseño de libros de texto gratuito de educación primaria destinados al ciclo escolar 2021-2022. En plena pandemia y crisis laboral, les advierte que no habrá pago alguno, sólo una constancia y el derecho a un ejemplar. Además, cederán los derechos de reproducción de su trabajo y deberán sentirse orgullosos. Los libros se necesitan, impresos, en agosto.

La Asociación Mexicana de Ilustradores (AMDI), que representa legalmente el reconocido autor Enrique Torralba, organiza foros, lanza una #Anticonvocatoria en redes donde exhibe con humor la improvisación del proyecto, y envía a las autoridades una carta donde expresa su indignación. Y es que, en el fondo de la convocatoria oficial hay un desprecio a la excelencia profesional, a los maestros y a las infancias de este país. Pero también a la historia de la ilustración en México y a la calidad de sus autores.

Desde las pinturas rupestres, los códices y los tlacuilos hasta el videojuego, hay una rica tradición de ilustradores en este país. Artistas de la Escuela Mexicana de Pintura, como Gabriel Fernández Ledesma, y del Taller de la Gráfica Popular, como Mariana Yampolski; integrantes del movimiento muralista, como Diego Rivera; y de la generación de la Ruptura, como Vicente Rojo y también Francisco Toledo, hicieron ilustraciones para niños. Los caminos del diseño, la caricatura, la historieta, la abstracción, el collage, el realismo mágico y el surrealismo, el expresionismo, la poética visual y el hiperrealismo; la experimentación de texturas, el lápiz, el carbón, el grabado, la acuarela, el óleo o la tinta y los nuevos lenguajes digitales forman parte de ese universo y de nuestro patrimonio visual.

Los niños son los más exigentes de todos los públicos. Una niña que se habitúa a la belleza en los libros, la buscará en todas las expresiones artísticas y de la vida, es decir, una buena ilustración contribuye a la educación visual, tan necesaria como la alfabetización en un mundo donde millones de imágenes circulan cada día por nuestras pantallas. Un niño que se acerca al arte de calidad exigirá mejores contenidos en el cine, la televisión o el videojuego, también sabrá demandar un mejor paisaje urbano, una educación a la altura de sus capacidades, un mejor mundo para mirar y más herramientas para transformarlo.

Gracias a las ilustraciones, una niña de hoy sabe cómo eran los dinosaurios en la prehistoria. Un niño de ciudad puede conocer el desierto, la selva, la montaña y su flora y su fauna. Una niña de campo viajará a espacios urbanos que quizá no conoce… una y otro podrán descubrir la diversidad cultural y los distintos modos de vida sobre la Tierra. Las ilustraciones también son casa del otro mundo posible: donde hay lugar para la magia, para los mitos, y para seres de fantasía. El lápiz, el pincel o el mouse del autor son la varita mágica que lo hace posible. El ilustrador es, pues, un artista que convierte a su trabajo en un espacio de complicidad con los niños.

Decía Diego Rivera que cuando se paga por una obra de arte, un concierto, un libro, un dibujo… “pagas la cantidad de sensibilidad, la cantidad de imaginación, la cantidad genio eventualmente, el trabajo acumulado por el artista para ejecutar su obra”. Que sus palabras resuenen en la SEP.

adriana.neneka@gmail.com

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