Cuando se abre la pequeña puerta que da a la calle, la casa de Elena Poniatowska recibe al visitante con un rayo de sol aunque llueva en la ciudad. Su pequeño patio lleno de flores y colibrís, su mesa con fotografías en el recibidor, su acogedora sala con sillones amarillos y cojines bordados a mano, ella sentada en su sofá con un gato en el regazo y una gran taza de té sostenida por sus dos manos. Con un “¿Quieres un café o un tequilita?” suelta la primera pregunta de muchas, porque tiene maestría en signos de interrogación. Detrás de ella, orquídeas y plantas reciben luz a través de la ventana. Y alrededor de todo, libros y más libros. Hay algo de sagrado en esa calidez que recuerda a la atmósfera luminosa de la capilla de las Capuchinas de Luis Barragán en Tlalpan, pero con un gran espacio para la risa y la conversación.

Hace muchos años la acompañé a casa de su mamá. Fuimos a pie y de regreso atravesamos el pequeño parque de Chimalistac, cuando todavía era posible hacerlo de noche y sin miedo. De pronto se le acercó un hombre de mediana edad para saludarla, expresarle su admiración. Ella le preguntó su nombre y lo saludó cálidamente. Él le dijo que quería leerle un texto suyo. Y ella no vaciló en darle su número telefónico. Luego le pregunté, preocupada, si así le daba sus datos a cualquier desconocido. Tranquila, respondió que el señor se veía muy buena gente.

Después del robo a su casa el domingo pasado, le preguntan si sospecha de alguien. Ella responde que sospechar no está en su naturaleza, en su forma de ser. De ahí, la calidad de sus entrevistas, donde no juzga, escucha. Donde inteligencia y frescura toman por sorpresa al otro. Elena es mirada y oídos atentos a todo interlocutor que tenga enfrente. Como si esa persona fuera lo más importante del mundo. Así también se siente uno en su sala y en su mesa.

Por eso duele tanto y preocupa que un grupo de hombres haya entrado a su casa para robarle. También da rabia. Mientras ella comía con sus hijos cerca de ahí, se llevaron su laptop, que es una extensión de su memoria. Y no hay que minimizar el dato. Se trata de una escritora que por la firmeza de sus convicciones ha sido amenazada y agredida verbalmente. Se trata, a su vez, de un pilar literario de nuestra memoria colectiva en libros como La Noche de Tlatelolco; Nada, Nadie, voces del temblor; Tinísima, Las siete cabritas, Leonora, Dos veces única, Paseo de la Reforma, Todo México…

Decir “fue sólo un robo”, “ella está bien y se está investigando”, demuestra lo mucho que se ha normalizado la inseguridad en la Ciudad de México y en gran parte de nuestro país. El asalto diario, con violencia física y verbal, a los pasajeros del transporte público en el Estado de México, por ejemplo. O el temor con el que se vive en Morelos dentro y fuera de las casas por el atraco cotidiano... Todo, con absoluta impunidad. Al subestimar un robo, se pasa por alto que la pérdida material no lo es todo, porque lo peor es el daño por dentro, la agresión, la violación a la intimidad.

“Estoy triste, triste, triste”, dice la escritora del otro lado del teléfono. Ayer descubrió que también se llevaron recuerdos familiares, cosas que uno guarda cuando los hijos eran niños… Nadie debe pasar por eso. Elena Poniatowska merece celebrar su nueva novela, su reciente doctorado honoris causa, sus 89 años de vida, una comida con Mane, Paula y Felipe cualquier domingo por la tarde, en paz.

adriana.neneka@gmail.com

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