¿Por qué proteger una azotea?, ¿qué valor tiene un espacio vacío?, ¿con qué argumentos defender estos sitios mudos frente a proyectos urbanos que pretenden ocuparlo todo? Hoy, que el entorno visual de la Casa Barragán en Tacubaya está en riesgo, por el trazo de la línea 3 del Cablebús que conectará Chapultepec, comparto una reflexión.

Se trata de espacios de libertad. Las azoteas en la Ciudad de México han sido lienzos, escenarios, páginas en blanco para el arte mexicano. Los mejores retratos que Edward Weston le hizo a Tina Modotti sucedieron en una azotea en la esquina de Veracruz y Durango de la colonia Roma. Ahí ella se desnudó y tendida al sol y al suelo posó para la lente de uno de los mejores fotógrafos de la historia. La azotea del ex convento de La Merced fue testigo de cómo nacieron los mejores retratos de Nahui Olin realizados por el Dr. Atl. En la azotea pintaban, escribían, y miraban desnudos la región más transparente. Otra más prestó su piso de cemento rugoso a los pies jóvenes y emocionados de un adolescente que quería ser bailarín y se escondía entre los rayos de sol y el viento para levantar el brazo, girar su torso, lanzar sus piernas al infinito y gritar en silencio su verdadera vocación. Como Billy Elliot, pero en la colonia Hipódromo: era “Billy” (Guillermo) Arriaga.

Tacubaya conserva, en el mundo de las azoteas, la joya de la corona. Y es que, en su propia casa-taller, obra maestra de la arquitectura del siglo XX, Luis Barragán hizo de ésta un laboratorio cromático y emocional donde el cielo, el aire, el silencio, la serenidad, la luz y las sombras ejercen todos sus derechos como elementos de una poética del espacio.

Fernando González Gortázar asegura que aquí Barragán “nos enseñó a mirar el cielo”. Y es que se trata de un espacio privilegiado para dialogar con un horizonte intemporal y libre de contaminación visual. En la azotea habitan en silencio la metafísica de Giorgio De Chirico, la influencia de José Clemente Orozco, la de Jesús Reyes Ferreira y la del arte abstracto. La naturaleza cobra voz en la sombra de enormes “copas de oro” que cuelgan de una enredadera sobre un muro rosa buganvilia.

José Saramago visitó la Casa Barragán en 1998. Y como cada visitante que llega de todo el mundo para conocer el lugar abierto como museo, sintió en cada espacio un golpe de estética, tradición y modernidad. Siglos de historia sintetizados en un lenguaje arquitectónico: “Esto es una maravilla, qué sobriedad”, dijo. Pasó por el jardín que lo envolvió. Pero la culminación del recorrido, al subir las escaleras que llevan al cielo capturado en la azotea, le impactó. La grabadora guardó sus palabras: “Es bellísimo, bellísimo, bellísimo”. Magia: “Es la palabra exacta, de alguna forma es una emoción parecida a la que tuve en Teotihuacán. Me sorprendí, como ahora, con la organización de los espacios”. Luego escribió en el libro de visitas: “Emoción y descubrimiento (…) expresión de una sensibilidad. Barragán es un genio de la arquitectura”.

Ante la voz de alerta de la Fundación de Arquitectura Tapatía que resguarda la Casa Barragán, declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, el gobierno de la CDMX y la Secretaría de Cultura ofrecen revisar el tramo del Cablebús que amenaza con invadir el paisaje y ese cielo, enmarcado en la azotea, con cables, columnas, una enorme torre, el tránsito continuo de cabinas… Preservar la integridad estética de uno de los sitios más bellos de la Ciudad de México, de ese tamaño es el reto.

adriana.neneka@gmail.com

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