Liliana tenía en su restirador a Camus: “En lo más crudo del invierno aprendí al fin que había en mí un invencible verano”. Luego de tres décadas del feminicidio que le arrebató la vida a los 20 años, después de 30 inviernos de silencio, su hermana Cristina le devuelve voz y respiración con un libro sobre su muerte, pero sobre todo acerca de su vida.

“Uno se pasa toda la vida preparándose para algo”, según Sándor Márai. Yo sospecho que Cristina Rivera Garza se preparó todo este tiempo para escribir El invencible verano de Liliana. La talentosa autora respondió a un impulso vital que llevaba dentro y, como detective, recorrió los espacios y personas donde Liliana dejó huella, escuchó decenas de testimonios, abrió las cajas de la memoria y dio con las palabras para nombrar, desde el nivel literario que la caracteriza, a su hermana menor.

A Liliana la mató su exnovio Ángel González Ramos el 16 de julio de 1990. Pero no fue un “crimen pasional”. Ahora, como advierte Cristina, ya tenemos el lenguaje para decir a las cosas por su nombre: feminicidio, sistema patriarcal, violencia sexista, “el violador eres tú”… Ya contamos con las señales para identificar el terrorismo de pareja, el acoso, el abuso, la amenaza… los pasos que anteceden al asesinato. Y ya aprendimos a pronunciar negligencia, desdén burocrático, indolencia organizada y todo eso que garantiza la impunidad.

El de Cristina es un libro lleno de dolor y de belleza. Es la historia de un feminicidio y el de todos los feminicidios. Un grito que clama justicia desde el amor. A Liliana la arrebataron la vida y su hermana se la devuelve convertida en luz y símbolo de lucha contra el odio.

Es un libro sobre el duelo. El duelo personal, familiar y colectivo. La espiral de dolor que recorre al entorno amoroso de una chica que deja de respirar en manos de un hombre a quien nunca detuvieron a pesar de que hubo testigos. La “culpa” del sobreviviente, el sufrimiento indecible de los padres. El shock de las amigas y los compañeros. Pero Liliana, en realidad, no desaparece del todo porque, como escribe Cristina “la presencia de los muertos nos acompaña en los minúsculos intersticios de los días”. Sí, dice, ese es el trabajo del duelo: “Reconocer su presencia, decirle que sí a su presencia”, como una definición puntual del amor. La escritora dijo que sí y publica un libro que rescata, con la de su hermana, miles de vidas arrebatadas que se hacen presentes en las calles y en la multiplicación de feminismos que exigen justicia.

Es un libro de vida. Liliana es una joven de 20 años llena de creatividad, inquietudes, risas y sueños. Vive en Azcapotzalco, cerca de la UAM, donde estudia arquitectura. Ama la vida, la calle, el cine, los amigos, su carrera, a Manolo, a Ana, incluso a Ángel, quien dice adorarla y con quien finalmente decide terminar sin oler el peligro “porque no conoce el lenguaje que le diga que puede ser capaz de quitarle la vida”.

La libertad es, para ella, lo más importante, según se desprende de cartas, notas y apuntes que Cristina encontró. “Porque no hay responsabilidad más sagrada y atroz que la que nos obliga a ser nosotros mismos”, escribe Liliana. Y eso, quien odia la libertad y la independencia de las mujeres, no lo soporta.

“Lo quería todo y lo amaba todo. Exigir lo imposible era su vocación”, cuenta Cristina. Por eso Liliana cobra vida este verano con tanta fuerza.

adriana.neneka@gmail.com