Decía Marshall McLuhan que los artistas son las antenas de la especie. Y la obra de Samuel Meléndrez Bayardo le da la razón. Conocedor profundo de la obra de Luis Barragán, el pintor tapatío decidió hacerle un homenaje, desde la pintura, sin imaginarse que uno de sus óleos, El sueño, podría convertirse en metáfora insuperable de la amenaza que se cierne sobre la integridad estética de uno de los espacios más sublimes del arquitecto mexicano, la azotea de su casa en Tacubaya.

El pintor tapatío no sólo abrevó de las formas, el universo cromático, los espacios y atmósferas de la obra de Luis Barragán, sino de la ética, el espíritu y la filosofía humanista del arquitecto. Y se entregó durante tres años a la reflexión plástica alrededor de obras emblemáticas en Guadalajara, Ciudad de México y Edomex, como la Casa González Luna, las Torres de Satélite, La Cuadra de San Cristóbal, la Fuente de los Amantes, la Casa Egerstrom y, desde luego, su Casa-estudio en Tacubaya. El resultado, Homenaje a Luis Barragán, se expone en la Celda Contemporánea de la Universidad del Claustro de Sor Juana.

Meléndrez Bayardo (1969) recorre su exposición y, para empezar, me dice: “Quiero que sea celebración del orgullo de sabernos herederos del legado de uno de los artistas más grandes de nuestro tiempo”. Apasionado, me cuenta de la influencia del arquitecto en su pintura: “Creo que es inconsciente, Barragán forma parte de nuestra educación emocional, hemos visto su obra desde niños, in situ, en los libros... Él trabajaba como un pintor. Mito, religiosidad y belleza son sus claves. Y nos enseña a reflexionar en temas filosóficos profundos como el tiempo, el espacio y el silencio. Nos enseña el valor del cambio y de la permanencia, nos enseña a amar la luz del sol y de las sombras que proyecta, nos enseña a amar el arte y la arquitectura moderna y al mismo tiempo a respetar el trabajo de los artistas que nos precedieron. En él conviven las nociones de tradición y modernidad. Luis Barragán es la representación del espíritu extremadamente educado, exquisito, refinado, con un alto sentido de la autocontención y una gran capacidad de generar seductores espacios poéticos. Tiende a la monumentalidad, pero al mismo tiempo crea delicados códigos líricos. Nos hace entrar en un estado de vulnerabilidad emocional. Es un asaltante de la sensibilidad del espectador, un generador de emociones estéticas (…)”.

El propio Meléndrez Bayardo es un obsesionado del cielo, la luz, el muro, la sombra, la poesía. En escenas ficcionadas dentro de espacios barraganescos, el pintor juega con elementos del arquitecto, como el amor a los caballos, las fuentes, el agua, las escalinatas, los laberintos, los ecos de la Alhambra, el Magreb, Magritte, De Chirico y Delvaux… el diálogo posible de la arquitectura de ayer con la de hoy. Pero también introduce lo suyo: la nostalgia, la infancia perdida, el cine, el juego, la noche, el humor… Me plantea una preocupación central: las agresiones al paisaje urbano y la pérdida irreparable del patrimonio cultural cuando los intereses económicos, la soberbia y las burocracias arrasan con él. Cuando se pretende destruirlo todo para renovarlo todo, como planteaba Marinetti.

Nos detenemos frente a El sueño (2018). En el lienzo, un enorme Gotzilla irrumpe en el mítico horizonte que se aprecia desde la azotea de la Casa Barragán en Tacubaya. Meléndrez lo pintó sin saber que otro monstruo, vestido de Cablebús, podría contaminar un día ese paisaje único de la Ciudad de México.

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