A la niña tiburón

Le pregunto a gente cercana qué es lo que más anhela del mundo exterior durante el encierro que nos impone la pandemia del coronavirus. Con qué sueña encontrarse, qué buscaría al salir, qué desea escuchar. La mayoría responde: el mar.

Y pienso en La novena ola, del pintor Ivan Aivazovsky, y en todos los mares de J.M.W. Turner, en La gran ola de Kanagawa, de Hokusai, y en Watson y el tiburón, de John Singleton Copley; visualizo los mares de Joaquín Sorolla y de Monet, o la fuerza del océano en la obra de Justyna Kopania. Cuando abro los ojos busco en mi librero la edición del insuperable Moby Dick, de Herman Melville, ilustrada por Gabriel Pacheco. Los estantes se hacen mareas que traen a mis manos La Odisea y otros favoritos, como El viejo y el mar, de Ernest Hemingway; La vida de Pi, de Yann Martel; Océano Mar y Novecento, de Alessandro Baricco, o la intimidad en Las olas, de Virginia Woolf.

Porque el mar nos atrae, nos fascina. Y no es de sorprenderse, dice Wallace Nichols en su libro Blue Minds, porque es la sustancia más omnipresente en el planeta Tierra y, junto con el aire, el principal elemento para sostener la vida como la conocemos. Desde lejos, nuestro planeta es una canica azul y hasta dentro de nosotros, 70% de nuestro cuerpo está compuesto de agua.

“Necesito del mar porque me enseña”, escribió Neruda. Lo cita Elva Escobar, una respetada sirena. La escucho cuando se reúne con un grupo de colegas suyas para conmemorar el Día Mundial de los Océanos el 8 de junio, contar sus historias y levantar la voz porque en los asuntos de la ciencia y el mar también hay una lucha por la equidad de género. Desde un entorno virtual, este grupo de sirenas nos cuentan que los océanos del mundo comprenden más del 70% de la superficie y 97% del agua del planeta. Contienen 200 mil especies identificadas que podrían ser millones, absorben alrededor del 30% del CO2 que producimos los humanos y así amortiguan los impactos del calentamiento global, son la mayor fuente de proteínas del mundo y más de 3 mil millones de personas dependen de sus aguas. Las mares, dice el coro de sirenas, son el principal regulador del clima en el planeta. Y lejos de ser el problema, puede ser la solución.

Las sirenas mexicanas: Elvia Barreras, pescadora, única buza certificada en su costa (Puerto Lobos, Sonora), “mamá luchona” y sustento de casa. Elva Escobar, pionera en el estudio de ecosistemas de mar profundo que desciende en buques sumergibles y robots para explorar la vida a 3 mil metros de profundidad. Camila Jaber, que nació en una isla y siempre soñó ser sirena; por eso hace apnea y rompió el récord en México al descender 65 metros de profundidad sin tanque; lo hace por el silencio, la paz, amor al mar. Igual que Valeria Mass, que hace de la fotografía subacuática una expresión artística para transmitir la emoción que le provocan las maravillas que ve y reflejar que “nos hacemos uno con el mar”. O Iliana Ortega, bióloga conservacionista que va de México a Alaska, la Antártida, Galápagos… y se dedica a crear conciencia y fomentar educación ambiental. “Las mujeres somos un gran eslabón en la conservación y quienes levantamos la voz por un mundo mejor donde el mar sea de todos”. Porque no podemos amar lo que no conocemos, dicen. Igual, Virginia Hernández, sirena antropóloga, quien entrega su vida al manejo sostenible de las playas de Oaxaca; y Evelia Rivera, gran sirena de Campeche, que ama el mar por las historias que le contaba su abuelo.

Nélida Barajas, directora del Centro Intercultural de Estudios de Desiertos y Océanos A.C. conduce el viaje imaginario al mar organizado por CONABIO y la secretaría de Relaciones Exteriores. Las voces femeninas nos advierten que toda nuestra basura va a dar al mar (hoy, toneladas de tapabocas, guantes y plásticos); hacen una férrea defensa de la CONANP ante los recortes presupuestales… y nos insisten a coro: “El mar somos nosotros y nosotros somos el mar”.

adriana.neneka@gmail.com

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