El término lo utilizó Leonardo López Luján cuando afirmó que entre 1978 y 1982 el Templo Mayor se volvió trending topic y Eduardo Matos un influencer. Lo que confirmó Alfredo López Austin al narrar dos momentos en los que fue testigo de cómo en plena calle un día y otro en la aduana de un aeropuerto extranjero, el arqueólogo era detenido por la gente para expresarle su gratitud por el orgullo para México que su labor ha significado. Su talento como divulgador ha demostrado, dijo, que la obra científica puede ser reconocida por el gran público.

Lo anterior, durante el homenaje que, por sus 80 años de vida, le brindó a Matos Moctezuma El Colegio Nacional la semana pasada, donde también se le reconoció como escritor y poeta, gran traductor del pasado, clásico de la arqueología a nivel mundial y maestro.

En su turno, Matos inició así su discurso: “A los 80 años se está más cerca de la muerte, pero también de la vida”. Entonces recordé una visita reciente a su casa en San Jerónimo cuando me contó aquel plan suyo de quitarse la vida el 31 de diciembre de 2000. Invitaría a todas sus amistades a ver el atardecer en el Templo Mayor frente al que tendría lugar el ritual. Después de una gran comida y brindando con el mejor champagne francés, vertería sobre su copa el contenido que “plácidamente quita la vida”, calcularía todo de manera que en la última de las 12 campanadas para ingresar al siglo XXI y escuchando la “Coral”, de Beethoven, quedaría “atrapado en el tiempo”. Pensaba que era “un hombre del siglo XX” y que ya lo había dado todo. Por fortuna no cumplió su palabra y culmina 2020 con decenas de proyectos, más de 40 libros publicados y el sentido del humor intacto.

En su estudio rodeado de libreros hay un muro donde cuelgan los retratos de Whitman, Rilke y Rodin. Presencias tan indispensables como los libros que han marcado su vida. El origen de las especies de Darwin, que su madre le leía de niño, derivó en su rompimiento con la religión a los 15 años. Siguieron la obra de Kafka y de Hermann Hesse. Después leyó Dioses, tumbas y sabios de C.W. Cedam y decidió estudiar arqueología. Se fascinó con Hojas de hierba y Canto a mí mismo; pero con Cartas a un joven poeta se descubrió por dentro. A la ruptura con la familia siguió su rompimiento con los cargos importantes de poder para dedicarse a lo que más le gusta que es la investigación. Luego optó por romper “con las cosas superfluas de la vida”. Y hoy, dijo en su homenaje: “Estoy parado en la encrucijada del quinto rompimiento. Mi encuentro con la muerte”.

Las palabras de Matos se hermanan con la poesía: “Solo al arqueólogo y al poeta se les está dado darle vida a lo muerto (…), parafraseando a Proust el arqueólogo anda en busca del tiempo perdido”. Describe su gusto por los atardeceres, la soledad y los otoños. Y de pronto, su espíritu libre irrumpe para expresar, frente a más de 700 espectadores en línea, su total desacuerdo con el trato del gobierno hacia la ciencia y la cultura, los recortes al presupuesto, la manipulación de la historia con fines políticos, las recientes adiciones a la Ley de Monumentos del 72: “¿Es que se puede pedir prestado lo que es nuestro para después regresarlo?”

Dice Matos que ahora “el otoño soy yo mismo ya convertido en invierno”. Un invierno lleno de sol, pensamos. Y también de luna, diría la Coyolxauhqui desde el Templo Mayor.

adriana.neneka@gmail.com

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