No encuentro otras palabras que definan la situación con la que inician 2022 el sector cultural, el ambiental y el científico. Cuando urge un respiro, un momento para la reflexión sosegada que suele ofrecernos la coyuntura del calendario, el ruido de la podadora gubernamental se intensifica. Los líderes no entienden que es necesario dejar a un lado las ambiciones políticas para sacar lo mejor de la sociedad, invertir en aquello que tiene sentido y que puede ayudarnos a salir de la incertidumbre y el caos.

Instantáneas: El último día del año, la Guardia Nacional entra a las instalaciones del CIDE, donde estudiantes y personal docente hacen una huelga contra la intromisión gubernamental y la imposición de un director. La intimidación a los jóvenes por parte de las autoridades es inimaginable en una democracia que alienta el conocimiento y respeta la autonomía universitaria. En Año Nuevo se anuncia la desaparición del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI), disfrazada de “integración” al Instituto Nacional de Pueblos Indígenas (INPI). Sucede justo cuando inicia el Decenio Internacional de las Lenguas Indígenas (2022-2032) lanzado por la Unesco. Y al día siguiente, los recortes presupuestales se agudizan contra instituciones que alimentan la conciencia crítica como la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Aún no comprendemos el absurdo de la cancelación de la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil, el proceso penal contra 31 científicos del Conacyt o la amenaza contra seis consejeros del INE, cuando la maquinaria sigue arrasando contra todo aquello que huele a soberanía intelectual.

Y cuando comenzamos a cuestionar el sentido de la compra de una refinaría en Deer Park si la emergencia climática exige la eliminación del uso de energías fósiles, se anuncia la “integración” del Instituto Nacional de Ecología y el Instituto Nacional de Tecnología del Agua, a la secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales. En medio de este despertar en Año Nuevo, recordamos que los premios Nacionales de Ciencias y Artes de 2020 siguen sin entregarse y los de 2021 no se han nombrado todavía.

Para el gobierno de la 4T nada de eso parece prioritario. Y por eso lo somete a la guillotina del “ahorro” y la austeridad. Sólo importan los megaproyectos en Chapultepec, el Tren Maya, la Refinería Dos Bocas, el aeropuerto Felipe Ángeles y la popularidad del presidente. Lo demás, aquello que tiene que ver con el arte y el conocimiento, con la defensa de la biodiversidad y del llamado urgente del planeta por preservarla, con lo que no se traduce en dinero o voto, es además de irrelevante un estorbo. Tampoco importa la dignidad de las personas. Si al poeta indígena Juan Gregorio Regino nadie le avisó de la iniciativa para desmantelar el INALI que él dirige, es su problema. Si a Carlos A. Heredia, secretario de Vinculación del CIDE, le piden la renuncia al iniciar el nuevo año, que se las arregle, igual que los 2 mil “eventuales” del INAH y los 60 de la ENAH que el 31 de diciembre leyeron un comunicado en el que se informaba que no los recontratarían. Aunque luego se rectificó, el asunto evidenció la precariedad creciente en la vida laboral de estos sectores.

Es necesario disminuir la potencia de la podadora para que se escuchen las voces en resistencia. Pero también la voz de la música y la poesía, la voz de la erudición, la del nuevo descubrimiento científico, la del mar, los ríos, las aves… y las voces internas que solo en el silencio se comprenden.

adriana.neneka@gmail.com

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