Escucho ese gran himno en el que se ha convertido “Canción sin miedo" de Vivir Quintana, mientras escribo. Hace un año conmemoraba el 8M, Día Internacional de la Mujer, en las calles, como millones más en este país y en todo el mundo. Un día después, el paro. Y luego, la irrupción de una pandemia que parecía atarnos de pies y manos por tiempo indefinido. No fue así.

Porque las causas que nos llevaron a las calles y al paro unos días antes del confinamiento se intensificaron. Para dimensionarlas propongo un ejercicio de empatía: imaginarnos madres, hermanas, amigas, tías, compañeras de trabajo, primas o vecinas de 3 mil 723 mujeres asesinadas durante 2020 en México. O trasladarnos al espacio doméstico de 220 mil mujeres y niñas lastimadas que han abierto una carpeta de investigación por violencia familiar. Visualizarnos como una de las 67 mil mujeres hospitalizadas en un año debido a la golpiza o a las heridas provocadas por la violencia machista… Ponerse en el lugar de cada una de las 70 víctimas de violación al día. O pensar el futuro de 21 mil 575 adolescentes embarazadas durante el confinamiento entre 2020 y 2021.

Mirar cómo se levantan las mujeres y los diversos feminismos a nombre de todas ellas, nos desata.

Nos desata que un presunto violador pueda ser candidato a una gubernatura, con la palmada al hombro de la Presidencia y la complicidad del partido en el poder que suscribe el pacto patriarcal con silencio cargado de cinismo.

Nos desata el coraje, la fuerza, la unión de millones de mujeres decididas a no permitir ya más el acoso, la normalización del abuso sexual, la institucionalización de la violencia de género, la desaparición de mujeres, jovencitas y niñas… en la más absoluta impunidad. Nos desatan las colectivas feministas que resignifican la valla levantada alrededor de Palacio Nacional para convertirla en memorial de las mujeres violentadas en México y para cubrirla de nombres y flores. O cuando proyectan sobre el monumento las frases: “México feminicida”, “Un violador no será gobernador”, “Aborto legal ya”… estruendo visual y golpe estético. Nos desata ver a una niña convertida en símbolo de esperanza mientras vuela un papalote en el Zócalo con la sonrisa llena de futuro. Nos desatan los testimonios de chicas valientes que cuentan su historia en redes y quienes recorren la ciudad y rebautizan las calles con nombres de mujeres, víctimas de feminicidio, desaparecidas, activistas, escritoras y periodistas.

Nos desata la indignación de quienes denuncian frente a Palacio Nacional la violación de una hija y la impunidad con la que siguen libres los victimarios. Las que se toman de la mano y corean: “El feminismo no tiene partido político”. Las que luchan por espacios laborales libres de violencia de género y las que exigen justicia salarial. Las zapatistas y las que defienden su territorio en la montaña, en el campo, en el bosque o la selva y las que recuerdan a Berta Cáceres, defensora de los ríos, con un cartel que dice: “(…) no murió. Se multiplicó”.

Y nos desata el colectivo Fieras Fierras que resignificó el famoso sonido ambulante de “fierros viejos que vendan” para pregonar: “se abortan sistemas patriarcales, opresores, feminicidas, acosadores, impunes…”

En síntesis, nos desatan las jóvenes feministas con nuevas formas, tan creativas como potentes, de manifestarse. Están en todos lados, nadie las va a callar y tienen mucho que enseñarnos.

adriana.neneka@gmail.com

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