Si necesitamos saber cómo y por qué podemos enfermarnos y qué hacer con la pandemia del coronavirus, esperamos que sean los médicos y especialistas quienes nos expliquen lo que sucede. Cuando nos preguntamos de dónde venimos y hacia dónde vamos, hay historiadores que iluminan. Yuval Noah Harari, autor de libros como Sapiens y Homo Deus, escribe: “La humanidad enfrenta una crisis global. Quizá la más grande crisis de nuestra generación. Las decisiones que la gente y los gobiernos tomen en las próximas semanas probablemente le darán forma al mundo de los próximos años por venir (…) debemos preguntarnos no solo cómo sobrellevar la amenaza inmediata actual sino también qué tipo de mundo habitaremos una vez que pase la tormenta”.

En su artículo “El mundo después del coronavirus” (Financial Times, 20/03/2020) pone en duda que sean métodos autoritarios y el espionaje permanente a la población, vía nuevas tecnologías, lo que ha permitido a países asiáticos controlar la epidemia con mayor eficacia que Europa. Se trata de un falso dilema, advierte. Y agrega: “Pedirle a la gente que elija entre privacidad y salud es, de hecho, la raíz misma del problema”. Para él, podemos y debemos gozar del derecho a la privacidad y a la salud empoderando a la ciudadanía. Menciona como ejemplo a Singapur, Taiwán y Surcorea y asegura que si han tenido éxito es debido “a la aplicación extensiva de pruebas, la divulgación de reportes honestos y la voluntad de cooperación de un público muy bien informado”.

En síntesis, estos meses pueden definir el futuro del mundo y depende de las elecciones que tomemos. La primera disyuntiva: supervivencia totalitaria o ciudadanía empoderada. La segunda: aislamiento nacionalista o solidaridad global. En torno a la primera, asegura que cuando la gente recibe la información basada en datos científicos se genera confianza hacia las autoridades y la ciudadanía hará lo necesario sin necesidad de que la espíen, lo que funciona con mucho mayor eficiencia que un sistema policiaco detrás de una población ignorante y aterrada. Pero para eso la gente necesita confianza: en la ciencia, en las autoridades y en los medios.

El problema es que en años recientes “políticos irresponsables han socavado deliberadamente la confianza en la ciencia, los medios y la cooperación internacional”. Y esa confianza, dice Harari, es la que requiere una reconstrucción. Hay reservas; la mayoría de la gente en casos de emergencia corre a ayudar al que lo necesita y coopera cuando está bien informado, advierte.

La epidemia de coronavirus es, para este autor, una prueba mayor de ciudadanía y cada uno de nosotros deberá elegir si pone su confianza en información científica y expertos en salud pública, por encima de teorías de conspiración infundadas y políticos que usarán la crisis en su favor. Si no elegimos bien, pondremos en riesgo nuestras libertades más preciadas pensando en que es la única manera de salvarnos.

El artículo es mucho más extenso. Me detengo aquí porque la imagen de Andrés Manuel López Obrador con estampitas religiosas lanza un mensaje totalmente contrario a quienes optamos por el empoderamiento ciudadano, la confianza en las autoridades científicas y la voluntad de cooperación. Él puede creer que los “detentes” lo protegerán, y es libre de profesar la religión que desee, pero como Presidente de México y líder de millones de ciudadanos, su discurso no sólo resulta delicado, sino ofensivo para muchos más, ya sean creyentes o ateos, agnósticos o religiosos. ¿Por qué subestima la inteligencia de la gente?

La sentencia de Ramón Castro Castro, obispo de la Diócesis de Cuernavaca, Morelos, el pasado domingo, va todavía más lejos: “La pandemia del Covid-19 es un grito de Dios a la humanidad, ante el desorden social, el aborto, la violencia, la corrupción, la eutanasia y la homosexualidad”.

La religión que produce odio en lugar de armonía, espinas en lugar de frutos, no ayuda en tiempos de urgente solidaridad, compasión, conocimiento científico y cooperación internacional.

adriana.neneka@gmail.com

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