Cuando supe que Guillermo Arreola abría una exposición en la Universidad del Claustro de Sor Juana advertí el riesgo. Porque en la celda dedicada al arte contemporáneo todo puede suceder, igual que con su obra. Caminar sobre un vidrio transparente que deja ver los vestigios arqueológicos del exconvento en el subsuelo puede provocar vértigo, como su pintura. Y, al mismo tiempo, un encuentro entre el pasado y el presente de un pintor que se expresa con óleos, acrílicos, en lienzo, madera, papel, radiografías, ensayos audiovisuales y libros de artista. Y que, como a muchos, el encierro por la pandemia cambió.

Confieso que, luego del largo confinamiento, llegué con especial anhelo al Centro de la Ciudad. Por primera vez, después de año y medio, visitaba una exposición de manera presencial. Así que, con todo y el protocolo del gel y el tapabocas… la experiencia fue como una prueba de vida. Entrar al exconvento jerónimo del siglo XVI, donde vivió y escribió Sor Juana Inés de la Cruz, es un golpe estético. Y de presencias fantasmales. Allá va Antonieta Rivas Mercado, a quien su padre, don Antonio, regaló este monumento con el que el gobierno le pagó deudas por su obra arquitectónica. Ella misma abrió aquí “El Pirata”, un salón de baile que luego pintó al óleo Nahui Olin… Aquí se encontraron los restos óseos de la Décima Musa y convivieron con los de la Reina Roja de Palenque, que se resguardaron durante años en el laboratorio del antropólogo físico Arturo Romano Pacheco… Es decir, el lugar está lleno de historia.

Entro a la Celda Contemporánea. El silencio envuelve. Desde el Patio de los Gatos me sigue un minino para acompañarme durante todo el recorrido por las 32 obras de la exposición. Geney Beltrán, en su texto introductorio, anuncia que hay una historia en cada cuadro que se quiere desprender, unos personajes “olvidando, relampagueando, repartiendo, despidiéndose.” Guillermo Arreola, que también es escritor, novelista, poeta y autor de cuentos, pasa del lenguaje literario al pictórico con la naturalidad que transita de la abstracción al arte figurativo y al libro de artista. Y no es que tenga una historia que contarnos, sino muchas que perturban y encantan y hay que encontrarlas, como en los sueños y las pesadillas, dentro de uno, al tiempo que dialogamos con Andrea Mantegna o con Van Gogh, Chagall, Turner… que también se asoman a la celda. Pero esta muestra titulada La Reina no es trata de Arreola, el de antes y después, en una síntesis de 15 años de trabajo.

En la obra La reina no es reconozco la transición del pintor hacia el arte neofigurativo. Huesos me lleva, irremediablemente, al México de hoy, igual que ese gran cuadro donde la abstracción expresa lo que solo puede decirse con el dramatismo del lenguaje visual: Paisaje de Allende, Coahuila. Askabé agita las tormentas que como Relámpagos habitan por dentro. Olvídame es la revelación de personajes que se fugaron de las letras y viven perdidos en un bosque pictórico. Vida y muerte de Zelda Fitzgerald provoca el incendio en los ojos… Luego, Con más nadie, composición de 20 piezas en acrílico sobre radiografías… Y al final, la pintura cobra movimiento en Conjuros y ¿Has visto la sombra del humo?”

Si Arreola cambió con el encierro su pintura, nosotros también vemos su obra con ojos nuevos. Como si redescubriésemos el arte con la inquietud y el asombro de la primera vez.

adriana.neneka@gmail.com

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