Imaginemos las manifestaciones que hubiéramos visto en las calles al ver, en un mismo escenario, al jefe de la Guardia Nacional o de cualquier otro sector militar, reunido con el secretario de Gobernación, un subsecretario, el dirigente nacional del partido oficial, todos juntos incitando a gritar al unísono, su respaldo y alabanzas al presidente con las consignas de "no estás solo", en francos actos de campaña electoral que violan la ley en toda la extensión de la palabra por llevarse a cabo con recursos públicos.

¿Qué hubiera sucedido en cualquier otro sexenio ante el descaro de esta abierta promoción al voto por algún integrante de la milicia o de funcionarios públicos? Sencillo, en un gobierno comprometido con la legalidad, además de vergüenza política ante el escándalo nacional, se habrían dado las explicaciones correspondientes y presentado las renuncias o remociones de los responsables. Pero eso no sucede en un gobierno corrupto, que miente para manipular, roba recursos públicos para la aclamación del patriarca y traiciona la confianza del pueblo.

Esto fue lo que vimos en eventos proselitistas de Morena el pasado fin de semana en dos estados del norte: al jefe de la Guardia Nacional, militar encargado de cumplir el mandato de ley de velar por la seguridad de los mexicanos, uniéndose a la tarea de convencer a los ciudadanos para votar a favor del presidente en la ratificación -que no revocación- de mandato del próximo domingo. Y al secretario de Gobernación, cuya responsabilidad, entre otras, es abrir el diálogo con todos los mexicanos y ser mediador entre el gobierno y los partidos políticos de oposición. Imaginar la recurrencia de estos hechos nos remite a Venezuela y Cuba, países con los mayores índices de pobreza y miseria, como signo que evidencia cada vez más la dictadura a la que nos está llevando Andrés Manuel López Obrador.

Y para abonar en el recuento de los excesos está la sorpresa que causó la noticia del Mario Delgado sobre Ricardo Mejía, subsecretario de la Secretaría de Seguridad Pública, cuando le informaba que quería presentar su renuncia "para ayudar al presidente". Aunque por otro lado el inquilino de Palacio Nacional afirmaba que el subsecretario estaba de “vacaciones”. ¿No ayudaría más, por cierto contundentemente, trabajar de forma eficaz con la responsabilidad del cargo, en este caso disminuir los índices delictivos, los homicidios dolosos, la violencia en todas sus formas y la impunidad para los delincuentes? y dejar a un lado la complacencia e idolatría al titular del Ejecutivo Federal.

Son preocupantes varios puntos: la clara violación al Estado de Derecho y el mito en el que se ha convertido la observancia de la legalidad en México; más aun el abierto activismo electoral de los militares, cuyo actuar parece más de amedrentración y la siembra del terror entre los ciudadanos que a las funciones conferidas en la constitución. Sobretodo en México que, en los últimos cuatro años, se ha convertido en un territorio prácticamente cooptado por el narcotráfico y la delincuencia organizada, que avanza cada vez más con el permiso de la autoridad.

El ejército ha sido, desde hace muchos años, una de las instituciones más respetadas. Sin embargo, hoy el presidente, promotor de corrupción selectiva, rodeado de cómplices que aportan a su movimiento, constructor (como siempre) de estructuras clientelares, ha transgredido límites muy peligrosos no sólo al dejarlo en las calles, permitirle su participación en actividades político electorales y otorgarles más concesiones que nada tienen que ver con mejorar al país y con la tarea que tiene encomendada que es cuidarnos a todas y todos los mexicanos, sino al empoderarlo, darle adjudicación de obras y construcción de sus caprichosas obras, como el AIFA; asignarle tareas en las aduanas; hacerlo responsable de la distribución de medicamentos. Prácticamente lo está dejando tomar las calles y eso se traduce en intimidación, sometimiento, y ahora, intervención directa en elecciones de Estado.

De seguir por este camino, con lo pésimo que resultó Morena para gobernar, por la obsesión permanente del presidente de controlarlo todo y a todos, de demostrar que él es quien tiene el poder y de amedrentar constantemente a quienes no piensan como él, las elecciones del 2024 corren peligro no sólo por estas razones, sino por la coacción y la amenaza velada que representa un ejército al servicio presidencial. Pasará de ser una de las instituciones más respetadas a una de las más temidas.

Por eso reitero mi llamado a prepararnos para defender a las instituciones democráticas de este país. No caigamos en el juego de la polarización social y demostremos que si es posible construir el porvenir posible.

Activista

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