No cabe duda que en Palacio Nacional se encuentra un hombre que sabe cómo ganar elecciones, pues durante 18 años fomentó y capitalizó el enojo de las y los ciudadanos, al crear una realidad alterna de México. Aprendió a utilizar el chantaje que, reitero, lo convirtió en un experto en política electoral, pero no tiene la menor idea de lo que significa la política pública, y lo peor es que tampoco le importa.

López Obrador, para evadir su responsabilidad, especialista en generar montajes escénicos, es apoyado por las personas más recalcitrantes, deshonestas y carentes de ética que viven de las jugosas ganancias que les ha dado la apología del delito y la utilización de la desgracia humana para fines personales, que nada tiene que ver en apoyar a quienes más lo necesitan.

Al fiel estilo de "Argos", la casa productora de esta administración, tenemos falsos debates, como el caso del avión presidencial, con una venta frustrada, una rifa inexistente y gastos del erario público sin ningún sentido, o el que se ha orquestado desde hace algunas semanas, especialmente dirigido a sus seguidores, como la reciente puesta en escena que bien podía llamarse “La Distracción”, en la que hemos visto los dos primeros capítulos: la llegada de Lozoya, 'El amago', y 'Rumbo a la purificación gracias a don Andrés', mientras México escribe los episodios más crudos de la vida real, la ausencia de más de 44 mil personas que ya no podrán contar su historia, gracias a un gobierno que prefiere la venganza y no la justicia.

Esta táctica perversa responde a solo propósito: lucrar con la necesidad y mantenerse en el poder. A López Obrador no le interesan ni los pobres, ni la ciencia, ni la tecnología, ni el campo, ni la educación, ni la salud, ni la seguridad, aunque el país se caiga a pedazos. Tampoco quiere proteger la vida de las y los mexicanos, menos cuidar el empleo o la economía, o incluso frenar las defunciones (médicas, por omisiones y deficiencias gubernamentales, o por violencia o feminicidios). Su obsesión es denostar, intimidar o amenazar a sus adversarios políticos y para ello, él y los suyos no tienen empacho en purificar a los actores políticos que accedan a interpretar el papel asignado en esta pantomima política.

Para conseguir sus fines, la estrategia es inhibir la participación ciudadana con el discurso permanente de que toda la oposición es corrupta, y solo él y su movimiento son honestos, cuando hay muestras específicas, desde que era jefe de gobierno del Distrito Federal con las ligas de Bejarano o el dinero de Ímaz, de un sinfín de contratos de adjudicación directa o los múltiples escándalos protagonizados por personas muy cercanas a él. La corrupción en este gobierno no sólo es evidente, sino cínica y descarada.

En el partido en que yo milito, como oposición siempre hemos señalado los desaciertos y las malas decisiones de éste y los demás gobiernos en turno, pero también hemos contribuido a construir y fortalecer instituciones en beneficio de nuestra vida democrática, como el entonces Instituto Federal Electoral (hoy INE), el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI) o la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH).

Ante los señalamientos que ponen en duda nuestra participación en las reformas estructurales, solo basta señalar que Acción Nacional ha procedido según sus plataformas políticas, desde su creación, para seguir fortaleciendo a las instituciones. Si hay acciones ilícitas que se deban conocer, sancionar y castigar, del partido político que sea, que se denuncien.

Lo cierto es que debemos ser una oposición que deje de temerle al chantaje presidencial, que defienda con mayor valentía las causas y las cosas que hemos hecho bien como gobierno. No se puede pretender estafar al pueblo de México con descalificaciones, mentiras y ataques a la única oposición que es un contrapeso para este gobierno. La realidad en datos está a la vista.

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