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ConArte es un laboratorio urbano de transformación social. Aplica el arte comunitario para tratar de disminuir la violencia en diferentes puntos del país. A través de disciplinas artísticas como la danza, el teatro, la fotografía, la música y las artes visuales, fortalece la cohesión de la sociedad.

Uno de los proyectos del Consorcio Internacional Arte y Escuela A.C. (ConArte), se aplica en las escuelas primarias y secundarias del Centro Histórico de la Ciudad de México, con la finalidad de transformar el sentido de pertenencia de niños y adolescentes, además de reducir los altos índices de violencia.

A los estudiantes se le enseña danza y otra disciplina, la cual depende del año escolar en el que se encuentren.

La clave del proyecto, dice Lucina Jiménez, directora de ConArte es que “se busca que las personas sean la propia obra de arte”.

De acuerdo con los análisis de impacto educativo del programa ConArte en las escuelas, se registraron altos índices de aprovechamiento, el incremento del gusto por ir a la escuela y un mayor desarrollo del lenguaje verbal y del pensamiento lógico matemático a partir de la implementación del proyecto.

Jiménez explica que los niños comenzaron a cambiar su forma de relacionarse, primero con ellos mismos, mediante un proceso de aceptación, autoconocimiento y mejor autoestima, y luego con sus compañeros. Cuando termina el ciclo escolar toda la comunidad estudiantil, en compañía de familiares y amigos, se presenta en el Teatro de la Ciudad, ubicado en el Centro Histórico, muy cerca de La Nana,sede de ConArte, un espacio de encuentro en la colonia Guerrero donde personas de todas las edades se reúnen para aprender y practicar diversas disciplinas.

Lucina Jiménez destaca que a pesar del contexto anterior de la colonia, donde había poca comunicación entre los habitantes y muchos conflictos entre los predios y vecindades, “hoy en día hay familias que consideran a La Nana su principal espacio de seguridad, de expresión y de libertad”. Ahí han encontrado que el arte les puede resultar cercano y agenera otras formas de convivencia.

También existe el “Nana móvil”, una bicicleta adaptada que va recorriendo todos los callejones del barrio y lleva teatro, danzón e historias. A un costado de La Nana, ubicada en el segundo callejón de San Juan de Dios, se construyó el mural comunitario Somos Guerrero, realizado por los vecinos como proceso de reapropiación de su memoria territorial.

La comunidad de La Nana, explica Jiménez, trabaja con una red de resiliencia; es decir, la capacidad de enfrentar un entorno adverso y de trabajar en él, “de tal suerte que no te sientas atrapado”.

Actualmente trabajan en un proyecto fotográfico con personas que cumplieron sus sentencias en prisión y están trabajando por cambiar su vida. La Nana también es considerada un punto de encuentro de la comunidad Hip Hop, donde pueden expresar sus ideas y valores. Se trabaja para todo aquel que se acerca: niños, adolescentes, adultos mayores y personas con discapacidad, pero el proyecto enfrenta problemas de financiamiento.

Otro de los proyectos de ConArte se encuentra en Michoacán, donde se está formando a promotores y artistas de 13 municipios que buscan recuperar la vida comunitaria porque han sido afectados por altos índices de violencia. “Llenar de policías y militares un espacio público, si hay un problema, ahuyenta el fenómeno al momento, pero cuando se retiran, si no existe una comunidad que sostenga un cambio en el uso del espacio, las cosas no van a cambiar”, considera Jiménez.

La antropóloga social menciona que la gente quiere una transformación y está dispuesta a hacerla, pero no sabe cómo. Una respuesta está en los recursos culturales. Porque no se trata sólo de “llevar arte o cultura. Lo que hacemos es que le damos valor y fortaleza a las prácticas artísticas y culturales de la propia gente y sí la enriquecemos con la mirada de profesionales, pero no para llevarles algo que tengan que llevar a ciegas”.

Se busca establecer un diálogo intergeneracional para lo que se debe tener un diseño ex profeso, no cualquier práctica artística produce ese cambio. “Si sólo llevas un espectáculo y te vas, ofreciste un momento de felicidad y apreciación, pero eso no te cambia la vida si no hay un proceso formativo detrás ni valores éticos muy claros”, explica Lucina.

“Los niños en este momento deberían ser mucho más escuchados porque son más transparentes, tienen una capacidad sensible e inteligencia que necesitamos”. Por ejemplo, cita Jiménez, se ha trabajado en un taller de arte comunitario con los niños del multifamiliar de Tlalpan que perdieron su patrimonio con el sismo del 19-S. Ellos colocaron una manta con frases y dibujos. Se leen mensajes como el siguiente: “Estoy aquí, estoy vivo. Ya pasó y recupero las nuevas experiencias que he vivido. Hoy sé que me gusta más estar con mi familia, estoy feliz porque mi escuela está bien y queremos una reconstrucción”.

Todo el personal de ConArte debe pasar por el programa de Propuestas Metodológicas, que es transversal del Programa Interdisciplinario para la No Violencia, a fin de comprender las raíces de las diferentes formas de violencia, las tensiones que genera la diversidad cultural, ideológica y generacional, así como para explorar emociones y estereotipos.

Los principales retos son la necesidad de generar las condiciones para que un proyecto comunitario pueda darse. Hay que trabajar con la comunidad y que sea la que genere propuestas. También es importante el conocimiento de que en muchas comunidades hay problemas, fragmentación por estructura de poder y memorias creadas. Por eso, cuando se comienza a trabajar con ellas se debe mediar y escuchar sin volverse parte del conflicto. La calidad del proyecto artístico tiene que estar ligada a la dignificación de las personas.

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