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Con apenas 12 años de edad, Frida Sofía ha mostrado una entereza que da esperanza y fuerza a los rescatistas, militares y voluntarios que han trabajando más de 32 horas en el colegio Enrique Rébsamen, no ha llorado, no ha gritado, ni se ha desesperado. Está debajo de una mesa de mármol en el salón de inglés del primer grado de secundaria, ahí quedó atrapada el día que todo se vino abajo.
Afuera, grupos de rescatistas y personal de la Marina realizan un trabajo quirúrgico para remover los escombros y evitar que se colapsen de nuevo las losas.
La niña dio señales de vida el miércoles, poco después de las 9:00 horas. Un sensor térmico la detectó. Después confirmaron con un escáner y más tarde corroboraron con un perro entrenado, que recorrió la loza del piso entero, que estaba ahí, con vida, pero no tenían idea del lugar preciso para entrar. Como pudieron le acercaron una manguera con agua, de la cual aparentemente tomó un poco.
La primera inspección de los topos dio una idea de lo complicado que sería su rescate. Sólo escuchaban su voz a oscuras a través de un hueco de apenas 45 centímetros. Por ahí, Javier, el más pequeño de los topos, hizo maniobras, se contorsionó y se hizo más pequeño para entrar, una, dos, tres veces, sin resultados.
No obstante, reveló que respondía al nombre de Frida Sofía.
No veía a la menor, no tenía idea de dónde estaba. “Mija, ya vamos por ti, tranquila, no te desesperes, estás bien, ¿hay alguien más contigo?”, le gritaban. “Tengo sed, estoy bien. No se tarde”, respondió Frida, a quien también le preguntaron si se podía mover, si podía salir. La respuesta fue negativa y eso complicó todo.
Los intentos posteriores surtieron el mismo efecto. No se encontraba el lugar exacto. Cuatro horas después, su maestra de inglés al enterarse de la noticia llegó a la escuela. En una servilleta les hizo a los militares una suerte de croquis de cómo era la escuela y dónde estaba el escritorio que le salvó la vida a la menor. Con esta información, los topos se volvieron a meter para rescatarla y fallaron nuevamente.
Entre el escritorio, Frida y los rescatistas había una loza entera que no podía demolerse porque se vendría abajo y complicaría aún más el trabajo de todos. Mientras se planeaba la nueva estrategia, la conversación con la menor seguía. “¿Hay alguien más contigo?”, cuestionaron. En ese momento Frida recordó que junto a ella habían dos niños más, pero no supo decir si estaban con vida.
Los aparatos térmicos detectaron el cuerpo con vida de Frida. En la noche los esfuerzos se apresuraron, la lluvia que cayó no impidió que continuaran el rescate.
Los trabajos se prolongaron hasta altas horas de la noche. Cerca de las 01:00 horas de hoy, el cuerpo seguía entre los escombros de la escuela.
Horas antes, el secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, declaró que en el transcurso del día no se había presentado ningún familiar de la menor, ni que tuvieran la certeza de que se llamara Frida Sofía.
Un largo día. Se piden sicólogos a gritos. Lo hacen con altavoces. Con los mismos que habían anunciado el pan y café caliente durante toda la madrugada para los trabajadores en los derrumbes del Colegio Enrique Rébsamen, ahora lo hacen para pedir a los sicólogos.
Acaban de entrar familiares de las víctimas a una carpa ubicada en el patio del colegio a reconocer cinco cuerpos recién hallados en uno de los pisos del edificio desplomado. Uno a uno salen abrazados por los sicólogos. Lloran, lamentan que el sismo haya acabado con su ilusión de vida. En unos momentos más el cuerpo de su familiar subirá a una camioneta forense de la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México y ellos tendrán que recogerlo.
A esta hora son más los cuerpos recuperados que las personas rescatadas con vida. Son las 4:30 de la mañana y los silencios pedidos con el puño arriba son cada vez más rápidos y con mayor distancia entre ellos.
Algunos han salido con la ilusión de que su familiar sigue en calidad de desaparecido. A Jonathan le habían pedido que fuera a identificar a su cuñada. Dice que había 12 cuerpos esperando a ser reconocidos. Ninguno era su familiar.
Los militares, policías federales que tienen el control de acceso al trabajo de rescate viven con tristeza su labor. “¿Más niños?”, preguntan mientras forman una barricada para que no se vea el paso de los cuerpos a la camioneta que se estaciona de reversa. Las puertas se abren y se ve llegar a miembros de la Marina cargando camillas con cuerpos cubiertos con una sábana blanca, uno detrás de otro, hasta llegar a cinco. Sólo uno tienen una hoja con un número de identificación.
Esperanza de vida. Personas que aún esperan saber el paradero de su familiar ven de lejos la escena. Rosa Castrejón, hermana de una desaparecida de intendencia, decía a las dos de la mañana que si pudiera decirle algo a su hermana sería que la quiere mucho y que luchará por ella y por su hija; casi tres horas después de eso mantenía la esperanza de rescatarla con vida.