Lo que viven los día a día en su tocar de puertas: las personas se esconden, no les abren o los corren con la falsa idea de que van a “convertir” a la gente a su “religión”. Incluso hay quienes en sus viviendas han colocado la leyenda: “Este hogar es católico, no aceptamos propaganda protestante ni de otra secta”.

Enfrentándose a estas experiencias, caminan por las calles de las ciudades de México vestidos de camisa blanca de manga corta, corbata y portafolio, mientras que ellas llevan falda larga o vestido, y un gafete que les identifica como integrantes de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, o simplemente la Iglesia de Jesucristo. Siempre van en pareja.

Su objetivo es “invitar a las personas a venir a Cristo”, y buscan desmitificar la imagen que existe de ellos. Y ante el rechazo, la indicación que tienen es “ser amables” y “sonreír”.

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Con el encargo de que “están para servir”, son jóvenes misioneros y misioneras de todo el mundo, de entre 19 y 25 años, que buscan llevar un mensaje de paz, pero también hacen misión voluntaria, ayuda humanitaria o social, sin realizar algún tipo de proselitismo; recientemente estuvieron en Acapulco tras el paso del huracán Otis.

Se instruyen en el Centro de Capacitación Misional (CCM), no solamente en temas espirituales, pues también aprenden idiomas, gestión del tiempo, deportes, voluntariado y técnicas de enseñanza. Antes, este espacio era conocido como el Centro Escolar Benemérito de las Américas, y por 50 años capacitó a miles de estudiantes, pero hace 10 años se transformó.

De este lugar no pueden salir en lo que dura su enseñanza, pero cuentan con tienda, peluquería, lavandería, gimnasio y centro postal. No se les prohibe el uso de dispositivos móviles ni internet, aunque hay un día especificado para comunicarse con sus familiares. Si bien la música no está prohibida, la recomendación para los elders (hombres) y las hermanas (mujeres) es que escuchen temas relacionados con su vocación.

En la visita que EL UNIVERSAL hizo a este centro de capacitación, el más grande del mundo —con 36 hectáreas y ubicado en la alcaldía Gustavo A. Madero, cerca del Reclusorio Norte—, la hermana Natalia Leyva comparte que terminó su misión y sirvió en la Ciudad de México hace cinco años, en un templo de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en Aragón. “Ahí compartí un mensaje de Jesucristo, que puede bendecir a todas las personas, esto es que por medio de Jesucristo podemos encontrar paz y esperanza en la tierra y algunas otras cosas relacionadas al evangelio. De igual manera hice otras cosas en la calles, como cualquier otro misionero.

“Todos los misioneros tenemos un compañero, mi compañera y yo íbamos por las calles, teníamos invitaciones que podíamos dar a cada persona para visitar el centro o para escuchar nuestro mensaje, tocábamos las puertas haciendo esta invitación”, relata. “No los obligamos, o como esa idea errónea que a veces tienen las personas, pero sí deseamos que aunque sea nos den una oportunidad de escuchar un poco, puedan experimentar y sentir por ellos mismos las bendiciones de este mensaje, para que tomen su propia decisión”, precisa Leyva.

La joven, de 25 años, menciona que como misioneros de esa iglesia, son “representantes de Jesucristo” y comparten su mensaje cuando estuvo en la Tierra. “Cualquier cosa que ellos necesitaran, si podíamos estar ahí para ayudarles, con gusto lo hacíamos”.

Entre risas, Natalia recuerda cuando una señora —una “hermana”, como le llaman— la puso a ella y a su compañera a pintar la pared. “La verdad fue muy divertido porque no es algo que hacemos todos los días, al final nos compartió alimentos que agradecimos muchísimo”.

Como misioneros, los jóvenes no reciben ningún sueldo, y mientras se capacitan los gastos corren por cuenta de ellos y de sus familias.

El servicio misional es de 24 meses para los hombres y 18 para las mujeres. La estancia también depende de la misión asignada y su origen: de siete a nueve semanas para extranjeros y tres para locales.

El director de Operaciones y Capacitación del CCM, Nicolás Castañeda, refiere a El Gran Diario de México que en el lugar se han capacitado a 60 mil misioneros en 10 años.

“El objetivo de este centro de capacitación es que puedan entender su propósito, y una vez que lo aprenden, puedan vivirlo.

“La influencia de ellos en la sociedad es un impacto grande. Todas las personas que llegan a tener contacto, lleguen o no a aceptar el evangelio de Jesucristo, su vida es diferente”, dice, al mencionar que todavía hay personas que tienen “su libertad” de no aceptar a los misioneros y el evangelio. La conversión es un proceso personal, resalta.

“Es un milagro ver que un joven tenga la determinación de pausar todo lo que esté haciendo y dedicar su vida a compartir su testimonio con otros”, expresa Castañeda.

A pesar de la violencia que hay en el país, Robert W. Hymas, presidente del CCM, indica que se protege a los misioneros al no enviarlos a ciertos lugares.

También buscan ir eliminando que se les señale como “los mormones”, porque se convirtió en una palabra despectiva.

Actualmente, en el centro hay 615 misioneros —400 elders y 215 hermanas— de países como Argentina, Canadá, Congo, Reino Unido, Finlandia, Italia, Filipinas, España y Estados Unidos, entre otros.

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