. México se encontraba al extremo norte del mundo iberoamericano y, por lo tanto, era el país más expuesto a los embates del más dinámico de los imperialismos. Antes de nuestra independencia, Washington se había apoderado de la Florida y Bonaparte, consciente de la realidad geopolítica, le había vendido en 1804 la inmensa Luisiana; el aventurero Aaron Burr, después de ser vicepresidente, conspiró para organizar una expedición de conquista del norte de la Nueva España. La famosa declaración de Monroe (1823) para mantener a Europa fuera de América se transformó rápidamente en la reivindicación yanqui de la América toda como colonia de Estados Unidos.

Después de El Álamo (1836), el efímero éxito de Santa Anna y la victoria de Sam Houston llevan a la independencia de Tejas/Texas que restablece la esclavitud; en 1845, Texas entra en la Unión norteamericana, preludio a la agresión totalmente injustificada contra México. Los voluntarios del oeste y del sur (los viejos estados del noreste mandaron muy pocos soldados) se lanzan a la conquista y el tratado de Guadalupe Hidalgo (1848) les concede todos los territorios al norte del Río Bravo. La rectificación suplementaria de frontera, en 1853, ya es un episodio de la fiebre ferroviaria. La Guerra de Secesión (1860-1865) fue interpretada por algunos veteranos como un castigo de Dios por la injusta guerra contra México, y la victoria del norte nos fue favorable: EU apoyó a Juárez y contribuyó de manera decisiva al fracaso de la intervención francesa y del imperio de Maximiliano.

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Luego, Estados Unidos se vuelve una potencia industrial y financiera tal que desbordan de sus fronteras: entre 1897 y 1908 su portafolio al extranjero se multiplica por 4.5 y, entre 1908 y 1914 por 1.5; entre 1914 y 1940, por 3. En total, en 40 años, una multiplicación por 20. La mitad de esas inversiones, hasta 1914, estaban en América Latina y el 26% del total en México, la misma cantidad que en Canadá: ¿preludio al TLC, T-MEC? Hasta 1934, la política del big stick, luego, con Roosevelt, la Segunda Guerra Mundial, la guerra fría, la Good Neighbor Policy y la Alianza por el Progreso. La historia explica la relación de odio y amor que tenemos con Estados Unidos. Cito al historiador Mauricio Tenorio, mexicanísimo profesor en la Universidad de Chicago:

“El sentimiento de odio y amor por lo americano, gringo, gabacho, yankee, es, a qué dudar, una añeja tradición nuestra. Condenar o promover el imperialismo cultural, la americanización, la agringuización no es una mera retórica mexicana, es Ariel que, escondido detrás de los verbos castellanos, nos ‘ventriloquea’ el idioma. En México, unos temen por la pérdida de la ‘cultura nacional’, otros doblan por la globalización made in the USA. En España, en 1996, a un ensayista español (Vicente Verdú) le valió un importante premio poner al día el sonsonete aquel: la crítica al individualismo, la falta de espiritualidad, la superficialidad, la vulgaridad y el imperialismo de los yankees”. Y, enfrente, “el otro nativismo”, el de Estados Unidos; el antimexicano, antihispánico, antinmigracionista que se deja oír cada que Próspero se deprime. Y es que, dice don Luis González, “el nacionalismo, mezcla de odios y vanaglorias, es el morbo máximo de los Estados-nación del último par de siglos”. (Tenorio, De cómo ignorar, CIDE, FCE, 2000, pág. 146)

            Desde 1994, en México, todo fue afectado por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, recientemente renegociado como Tratado México Estados Unidos y Canadá: T-MEC. A casi 30 años de distancia, podemos decir que fue un macrosismo en el marco de unas relaciones tan peligrosas como estimulantes. Llegó la hora de discutir los avatares de las historias y las identidades nacionales de los tres países, naciones de muchas naciones, naciones cada día más intrincadas, trenzadas, al grado de que no se puede entenderlas fuera del marco continental. Desde la década de 1880 la instalación cada vez más masiva de mexicanos en Estados Unidos puede leerse como la revancha de 1846-1848, una manera de Reconquista. Y ahora las tres economías son inseparables. México es el primer socio comercial de EU, delante de Canadá y China; en Canadá la presencia demográfica mexicana ha dejado de ser una novedad.

Ese preámbulo histórico de 200 años era necesario para entender el mandato político y económico que dicta la Historia a nuestras tres naciones y a sus gobiernos. El momento presente es especialmente complejo porque, desde los tiempos de José López Portillo y Miguel de la Madrid (por las guerras centroamericanas), no se habían tensado de esa manera las relaciones entre México y Washington. Hay cuatro fuentes de conflicto, dos antiguas y dos nuevas: las antiguas son la migración y los grupos criminales que estimulan el tráfico de armas de norte a sur, y de drogas (recientemente el fentanilo) de sur a norte, tráficos mortíferos en los dos países. Los dos nuevos frentes son por un lado el enfrentamiento de nuestro gobierno con EU y Canadá sobre el T-MEC; por el otro, la línea seguida por México frente a la agresión rusa contra Ucrania. El lector, o quien sigue los noticieros en radio y televisión, está al tanto de las escaramuzas cotidianas ocasionadas por tantos retos.

De manera sorprendente, cuando todos esperaban un choque violento entre los presidentes Trump y López Obrador, los dos hombres se hicieron amigos. Sí, hubo un choque inicial y un ultimátum lanzado por Trump que obligó México a encargarse de frenar la migración en su frontera del sur, de modo que, hasta hoy, México funciona como el muro migratorio de EU. Por cierto, el vecino ha devuelto un millón de indocumentados mexicanos en tres años y 600 mil de enero a agosto de 2022. Después del ultimátum, el racista y xenófobo Trump fue halagado con extrema solicitud, al grado de que el presidente mexicano simpatizaba con su eventual reelección. Sorprendente también, la inesperada frialdad manifestada hacia el presidente Joe Biden, recibido “con tambores de batalla (batientes o en sordina)” (Sergio García Ramírez). Al grado de que algunos comentaristas hablan del quiebre con Biden. En lo que va del año que termina, la cronología de los enfrentamientos es muy apretada. Por la reforma energética, concretamente en el campo eléctrico, hay una pugna alrededor del T-MEC y se avecina un litigio cuyo desenlace tendría consecuencias imprevisibles, pero peligrosas. EU y Canadá nos acusan de violaciones al tratado en ese sector y los cambios en el gabinete, en la Secretaría de Economía, en el mes de octubre, no van en el sentido de la conciliación. Ciertamente, el 16 de septiembre pasado, el presidente renunció a convocarnos a la guerra, como lo había anunciado unas semanas antes (en julio, cuando dijo “¡Uy, qué miedo!”), pero… Andrés Manuel López Obrador, en lo que va del año, ha chocado con John Kerry, con Joe Biden, con Justin Trudeau. Su boicot de la Cumbre de las Américas, prolongado por su gira por Centroamérica y Cuba, la suspensión de una larga cooperación con la DEA, su acusación contra unos Estados Unidos supuestos financiadores de la oposición en México, todo parecía confirmar una escalada, hasta que se puso suave en su discurso del 16 de septiembre.

Falta ver cómo el nuevo equipo de Economía, nombrado por Raquel Buenrostro, tratará los conflictos, principalmente sobre energía, industria automotriz y agricultura: hay que saber que importamos 48 por ciento de nuestros granos y oleaginosas y que nuestras exportaciones agroganaderas son formidables. ¿Sabrá evitar la convocación de los páneles de resolución de controversia o irá por el choque de trenes? 
 
La política exterior “bolivariana” de nuestro gobierno no ha sido abiertamente criticada, pero genera molestias. Me limitaré a la guerra de agresión de Moscú contra Ucrania. El presidente López Obrador ha podido ser calificado como “el plomero de Putin”. Desde el primer día, se ha negado a condenar el agresor y ha dejado a su secretario de Relaciones y a su embajador en la ONU limitar el desastre. Washington ha sido más discreto que la Unión Europea que ha expresado su molestia, pero ha de estar sumando todo. En 2021, nuestro presidente quería que Vladimir Vladimírovich presidiera con él el desfile del bicentenario de la independencia… Putin estaba demasiado ocupado en preparar su “Operación Especial” contra Ucrania; de la que nos salvamos. Ni una crítica del gobierno mexicano contra Rusia y sendas críticas contra la OTAN, la UE, contra el presidente ucraniano que se atreve a rechazar su plan de paz. Con razón, la embajada rusa le expresa su agradecimiento. Me falta espacio para tratar el asunto del convenio discretamente concertado entre México y Moscú sobre cooperación espacial que involucra a GLONASS, organismo de vigilancia espacial. Me quedo con la abstención de México en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU (descalificado por AMLO) cuando se nombró un relator especial para evaluar la situación en Rusia (China y Venezuela).

Historiador en el CIDE.

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