Madrid.- Pocas cosas satisfacen más en la vida que contribuir a la de los demás, haciéndolos reír buenamente; sobre todo a los más pequeños. Es algo que llevan haciendo los payasos desde tiempos inmemoriales.

En estas épocas mustias en las que su labor es más necesaria que nunca, hay payasos que se han quedado sin público al que deleitar con sus zapatones, sus narices postizas y sus sonrisas dibujadas.

El confinamiento, los límites de movilidad y las medidas de seguridad impuestas por la pandemia, que también afectan el desplazamiento de los niños, han restringido el trabajo de la mayoría de los payasos, volviendo prescindible ese maquillaje que tanto los enternece y obligándolos a dosificar sus pantomimas.

Sin embargo, a pesar del cierre de locales, la pérdida de público, y la cancelación de espectáculos, muchos de los histriones no se rinden, sobre todo los que colaboran con organizaciones solidarias y son conscientes de que hay que aprovechar cualquier oportunidad para seguir divirtiendo a la gente menuda, aunque para ello deban asumir riesgos, cambiar el formato de sus actuaciones y pintarse incluso una sonrisa en el cubrebocas.

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Es el caso de Albert Grau, conocido en el mundo artístico como “ Denguito ”, integrante de la compañía catalana de payasos "Mabsutins” y quien desde hace años realiza acciones de voluntariado con Payasos Sin Fronteras (PSF), lo que le ha llevado a actuar desde 2005 en países como Palestina, Jordania, El Líbano, Congo, Mozambique, Camerún, Perú y Colombia.

El payaso debe su apodo a una de sus experiencias internacionales, cuando en una de sus primeras visitas solidarias a Nicaragua, recién estrenado el milenio, un mosquito malintencionado le transmitió el dengue. Llevado por su talante risueño, el artista decidió a partir de ahí ningunear el percance y convertir la infección en su mote artístico, pero en diminutivo: “Denguito”.

De ese viaje salió el payaso que soy, reconoce a sus 50 años Grau, quien comenzó sus andanzas haciendo teatro de calle y formándose en escuelas de circo.

Sonrisavirus, lo que busca transmitir el payaso "Denguito" pese a la pandemia
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El cierre de fronteras provocado por la pandemia ha cancelado también a los payasos la posibilidad de viajar para llevar soporte emocional a los refugiados y a la población que se halla en zonas de conflicto o afectada por una catástrofe; pero no ha mermado el espíritu solidario de decenas de artistas como “Denguito” que, con sus compañías y bajo el paraguas de PSF, han recorrido en los últimos meses localidades de Cataluña y para actuar en escuelas públicas ubicadas en barrios vulnerables, con un alto porcentaje de alumnos de origen gitano o migrante, sobre todo magrebíes y subsaharianos, y con dificultades económicas.

“Los payasos no podemos estar sin hacer nada y la manera de solucionarlo fue trabajar en las escuelas de los barrios más necesitados, que están viviendo de forma más dramática la pandemia, para dar apoyo emocional y llevarlos la risa, que forma parte de nuestra cultura”, señala a "Denguito”.

“Siempre vamos con PSF a lugares muy especiales, donde no se llega habitualmente. En este caso de las escuelas notamos el agradecimiento y el entusiasmo de los alumnos. Es un placer, un regalo, porque siempre recibimos mucho más de lo que damos. No encontramos diferencias con otras situaciones en las que nos hemos podido encontrar en países y zonas de conflicto”, explica el payaso.

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“Cuando actuamos no utilizamos la mascarilla, pero nos la ponemos cuando invitamos al escenario a algún voluntario. Obviamente cumplimos con los protocolos que nos permiten llegar a un sitio y actuar. Es verdad que es un impedimento mirar al público y no ver las sonrisas, aunque las oigas y veas el entusiasmo en sus ojos. Al final, payasos como somos, acabamos haciendo un gag con el tema de las mascarillas”, indica.

Grau asume que sigue siendo el mismo cuando se despide del payaso que ha sido en sus actuaciones, aunque reconoce que el atuendo le otorga un pasaporte para conectar con los niños, con la gente en general.

“Llegas, conectas y se producen las vibraciones, la risa. Si fuera vestido como Albert Grau no me harían ni caso. La nariz de payaso es un salvoconducto para trabajar con el corazón, te da la libertad directa de hacer lo que te da la gana”, sentencia, luego de enfatizar que los payasos cuentan desde siempre con la vacuna de la risa, que sólo tiene efectos secundarios positivos.

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El artista aprovecha para matizar que cuando han trabajado en expedición con PSF lo han hecho siempre como voluntarios, pero en esta campaña humanitaria que realizan en Cataluña y Madrid, y de manera excepcional, se está compensando a los artistas que participan con una paga razonable, con fondos de la ONG, ya que se han visto muy perjudicados laboralmente por la pandemia y necesitan mantenerse. En un gremio tan golpeado como el suyo, no han recibido ninguna ayuda por parte de la administración.

“Nada nos gustaría más que ser capaces, entre todos, de convertir este # sonrisavirus en una gran pandemia, que mientras que el coronavirus se vaya controlando, nuestro virus de sonrisas se dispare, fuera de control. Ojalá, muy pronto, no sea necesario dibujar nuestras sonrisas en las mascarillas y sean nuestros rostros los que sonrían a la vida”, proclama PSF, la ONG de payasos con mayor proyección internacional a la que pertenece Albert Grau.

jabf/rmlgv