San José.— Mujer y víctima de la represión política que se desató en Guatemala contra todo lo que se sospechaba que olía a comunismo y a guerrilla en el conflicto bélico de ese país, de 1960 a 1996, Marcia Méndez Calderón no es una hija detenida y desaparecida a la fuerza: es una hermana de una detenida y desaparecida a la fuerza, que tras la muerte de su madre, no ha dejado de buscar.
Centenares de miles de mujeres de América Latina y el Caribe que son madres de desaparecidas y, a diario e incansables, escudriñan debajo de piedras y en predios, montes, ríos y fosas y revuelcan papeles y pistas en todos los rincones en su intento infinito de hallar huesos o cualquier rastro de hijas e hijos. Marcia arrastra una historia similar de búsqueda… pero de su hermana.
La guatemalteca Luz Haydée Méndez Calderón tenía 35 años y una hija de 9 y un hijo de 12 cuando fue detenida y desaparecida por los aparatos represivos del régimen militar que gobernó en Guatemala de 1954 a 1986.
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“Son 39 años de búsqueda. Se tenía la esperanza de que la íbamos a encontrar. Mi madre, Thelma, murió en 2004 de 80 años con esa esperanza”, narró Marcia a EL UNIVERSAL. “Yo creía que Luz Haydée iba a aparecer. Pensaba que iba a aparecer. Seguimos en la lucha para que no vuelvan a ocurrir estos casos en Guatemala, porque la desaparición forzada es un daño a los familiares y a la sociedad”, afirmó.
Luz Haydée sufrió detención, tortura y desaparición forzada en la capital guatemalteca una fecha emblemática —8 de marzo de 1984— porque coincidió con el Día Internacional de la Mujer, una efeméride mundial que se afianzó en la década de 1970. En su actividad cotidiana pública y normal, Luz Haydée era actriz y secretaria de una oficina de abogados en Ciudad de Guatemala.
En su vida clandestina, era secretaria de Relaciones Internacionales del (izquierdista) Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT). Con ese rango, y en secreto, en 1983 viajó a reuniones en México de esa agrupación que estaba prohibida en Guatemala porque el régimen militar consideró su ideología como parte del movimiento guerrillero que, inspirado en la revolución de 1959 en Cuba, se alzó en armas en ese país en 1960. Luz Haydée regresó de México en enero de 1984. Marcia, de 32, la visitó en febrero.
“Fue la última vez que estuvimos juntas. Ella me comentó que sí, que la situación política en Guatemala estaba difícil. ‘Estoy bien’, me aseguró. Pero también me dijo: ‘Prefiero morir en Guatemala que irme’. Fue la última vez. Como a los 15 días, estando ella en su hogar con sus hijos en la capital, su casa fue rodeada en un operativo policial y militar y ocupada por 48 horas”, recordó.
Entre lágrimas, casi sin poder articular palabra, relató que “herida, a mi hermana se la llevaron y desde ese día —8 de marzo de 1984— no volvimos a saber nada de ella. Su compañero sentimental [Marco Antonio Santizo Velásquez] se asiló en la embajada de Francia y salió al exilio en Canadá. Los dos hijos también se fueron luego a Canadá. Allá están. Nunca regresaron”.
Por revelaciones militares de 1999, la familia se enteró de que Luz Haydée fue secuestrada, detenida y torturada y sufrió desaparición forzosa junto a 185 guatemaltecos. Ella tuvo la ficha número 183.
“Jamás supimos en dónde está, si fue enterrada o qué. Si quisiera saber, por supuesto que sí”, aseguró la hermana, sin poder contener su llanto.
El drama se agravó el 6 de diciembre de 1985 con otra noticia fatal. Las fuerzas del régimen militar asesinaron ese día a Roberto, de 33 y estudiante de la Universidad de San Carlos, de Guatemala, hermano de Marcia e hijo de Thelma y Felipe Méndez (fallecido en 1978).
“Nos entregaron el cadáver de mi hermano y lo sepultamos. Desgraciadamente eso fue diferente con Luz Haydée: con ella no hemos podido concluir el duelo, aunque siempre tuvimos la esperanza de que la podíamos encontrar. Pensando así se murió mi mamá”, describió.
“La lucha por las personas desaparecidas sigue y, desgraciadamente, es de nunca acabar. La violencia tampoco acaba. No hay día actualmente en Guatemala en el que no asesinen a una mujer. Creo que hay más asesinatos de mujeres hoy que durante el conflicto armado”, denunció.
Los miles de desaparecidos
Los 36 años de guerra civil en Guatemala se saldaron con 250 mil muertos y desaparecidos. De ese total, de 45 mil a 50 mil fueron víctimas de las políticas de detención y desaparición forzada aplicadas al menos desde 1966 por el aparato castrense del país por la doctrina de seguridad nacional impuesta en esa época por Estados Unidos en su combate a la expansión comunista de Cuba en América Latina y el Caribe.
Amnistía Internacional (AI), organización global de defensa de derechos humanos, calculó que, de 1966 a 1981, hubo unos 70 mil detenidos-desaparecidos por la guerra sucia y la represión en México y las dictaduras militares derechistas y aliadas a EU que gobernaron en Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Argentina, Uruguay, Bolivia, Chile, Panamá, Paraguay, Brasil y Haití en el siglo XX.
La guerra de El Salvador (1980-1992) arrojó unos 80 mil muertos y desaparecidos. Perú reportó unas 20 mil desapariciones políticas de 1990 a 2000 y Chile sumó unas 3 mil por la represión tras el golpe de Estado de 1973 y la dictadura que gobernó hasta 1990. Las guerras de Colombia (1964-2016) dejaron una cifra parcial de unos 225 mil muertos y unos 45 mil desaparecidos, aunque hay reportes oficiales que incrementaron ese número a unos 83 mil.
“El dolor no lo podemos olvidar”
Madre de cuatro mujeres y dos hombres, la colombiana Margarita Restrepo, de 70 años, decidió derrotar todos los días al dolor. Del dolor canta y con el dolor vive y sufre. Al dolor lo reta y lo enfrenta. “El dolor no lo podemos olvidar”, advirtió Margarita a este diario al repasar los calvarios de desaparición, asesinato, amenaza y otros episodios que marcaron a su familia. Su hijo, John Steven Aguirre Restrepo, de 19, fue asesinado por equivocación en una calle de Medellín.
Su hija —Carol Vanessa Restrepo, de 17— fue víctima de desaparición forzada, el 25 de octubre de 2002, en la Comuna 13 (barrio) de Medellín, capital del noroccidental departamento (estado) de Antioquia.
“El Ejército de Colombia lanzó ese día la Operación Orión y a Carol se la llevó con muchas personas, muchas más, sin razón. Mi hija no pertenecía a ninguna organización” criminal o guerrillera, aseguró.
“Estaba en secundaria. Fui a la Fiscalía General a denunciar su desaparición. Va a cumplir casi 21 años de desaparecida y sigo esperando respuesta de la Fiscalía: nada”, lamentó.
El Ejército creía que la comuna era reducto de las guerrillas comunistas colombianas y, con fuerzas paramilitares derechistas, ejecutó Orión. “Todo lo que se movió se lo llevaron, indiscriminadamente. Ni mi hija ni muchos otros que se llevaron tenían que ver con las guerrillas. Y estar en la guerrilla tampoco habría sido motivo para ser detenida y desaparecida a la fuerza”, alegó.
Por eso, mezcló dolor y esperanza. El gobierno y la ya disuelta guerrilla de las comunistas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) firmaron en 2016 un pacto de paz que puso fin a 52 años de guerra y entró a regir en diciembre de ese año.
“Con esta esperanza, nuestra lucha ha permitido sensibilizar la desaparición forzosa. Esto ha sido muy duro… con dolor”, planteó. Esperanzada en que, pese a los obstáculos, seguirá en la búsqueda “de mi hija y de las personas desaparecidas en Colombia”, reprochó que de la Fiscalía “todavía no surge ningún resultado”.
“De mi hija no tengo pista”, admitió Margarita.
Su caso contrastó con otros en los que, dentro o fuera de Colombia, surgieron indicios de que las víctimas fueron llevadas a un cuartel, un centro de torturas, una estación militar secreta o a una base policial clandestina y, con ese dato, se siguió una huella para tratar de localizar huesos y otros registros de las personas.
Al abogar para que “esto no vuelva a suceder ni a repetir… ni en Colombia ni en ningún otro país”, indicó que “la memoria está conectada a la verdad, por más dura que sea esta verdad y volver a repasar todo lo sufrido”.
En “repetir” … decidió detenerse. Frente a esa palabra, acusó: “Cada rato se sigue desapareciendo gente. Este es el verdadero pan de cada día hoy en Colombia”.
Con una abundante experiencia de casi 21 años de batallas, argumentó que “luchando todo este tiempo pues ha habido una transformación humana y personal. El dolor se convierte en el amigo de uno”.
Anclada en el dolor, hasta se convirtió en cantante en actos de solidaridad por las personas desaparecidas. “Si no lo hago, si me dejo vencer por el dolor, no tendré la fortaleza ni la salud para seguir buscando a Carol”, aclaró.
Ante el desafío de cantar, debatir y denunciar las desapariciones del presente y exponer sus vivencias curtidas por las del pasado, Margarita jamás dudó. “Soy la voz de miles de familiares de personas desaparecidas. El dolor no lo podemos olvidar. Siempre estará con nosotros”, señaló.
A la pregunta de “¿qué hará sin noticias de Carol?”, contestó que “si me encierro en el dolor, ¿Quién la seguirá buscando?”.
“No nos podemos dejar de vencer por el dolor. Parece mentira, pero el dolor es el que nos da la fuerza para seguir buscando a los desaparecidos”, sentenció.
Margarita y Marcia son dos activistas que no se conocen.
Las dos recurrieron, por distintas vías, a hablar con angustia del dolor.
Con precisión, describieron detalles de los momentos, instantes, en que sus parientes desaparecieron: Carol Vanessa hace 244 meses y Luz Haydée hace 468.
Ambas tienen cada día más memoria.
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