Bruselas.— En la Iglesia de Notre-Dame aux Riches Claires, al Padre Óscar se le ve apresurado, sin tiempo para atender imprevistos, al menos no hasta que pase la conmemoración anual de la Pasión de Cristo.

Todo debe estar listo para celebrar con miembros de la comunidad de habla hispana que viven en Bruselas y localidades aledañas. En la iglesia de estilo barroco ubicada en el casco viejo de la capital de Europa, el plan sigue pese a la presencia de Covid-19, aunque el formato no es el habitual.

El año pasado el religioso de origen colombiano cerró puertas por instrucción de la Comuna de Bruselas para frenar la expansión del coronavirus.

Para esta edición, la lectura del Evangelio la dará frente a sólo 15 personas, todo un reto considerando que antes de la pandemia por coronavirus, a las misas dominicales asistían unos 350 fieles y para la del Domingo de Pascua la gente excedía el cupo del recinto.

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“Tenemos la posibilidad de celebrar con 15 personas, lo cual es muy difícil, ¿Cuáles son los criterios para decirle a una persona usted sí y usted no?”, dice a EL UNIVERSAL el sacerdote.

“Siempre hemos preconizado una iglesia abierta para todos, las circunstancias no lo permiten”.

No habrá tómbola de selección, ni sorteo, el criterio para entrar a misa es el método de inscripción, es decir, los primeros que se apunten en la lista.

“Será una Semana Santa muy sencilla, invitando a la gente a que en sus hogares oren y lo vivan en familia. Hoy hablamos más que nunca de la familia como iglesia doméstica, al final es eso, un espacio en donde todos se pueden encontrar, orar, meditar, celebrar juntos”.

Nacido en Colombia y perteneciente al Instituto de Misiones Extranjeras de Yarumal, Óscar Escobar tiene 25 años como sacerdote.

Antes de hacerse cargo de los creyentes de habla hispana en Bruselas en 2013, trabajó en África Occidental, en la misión de Costa de Marfil.

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En la iglesia que preside todo se celebra en español, las misas, los sacramentos y la catequesis, al ser un recinto concurrido principalmente de latinos, en su mayoría procedentes de El Salvador, Ecuador, Bolivia, Colombia y México.

La Riches Claires es además conocida como un lugar de acompañamiento de los grupos más vulnerables, principalmente sin papeles y refugiados.

“Ya casi no había personas sin documentos, pero otra vez hay muchos”, dice la chilena Verónica Rojas Durán, quien participa en la preparación de la catequesis y la confirmación.

Dice que la gente que perdió su trabajo por los confinamientos ya no pudo renovar sus papeles. Algunos volvieron a sus países con sus ahorros, otros quedaron atrapados.

“Por su situación esta gente no recibe la ayuda del gobierno, están solos, sin empleo y con las deudas aumentando todos los días”, sostiene la originaria de la Ciudad de la Serena, en el centro de Chile.

Pero el Covid-19 no sólo aumentó la labor de orientación y apoyo a indocumentados, también cambió el estilo de trabajo. Hoy Óscar es un Padre multimedia y activo en redes sociales.

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“En este último año casi todo es virtual y esto nos lleva casi todos los días a que estemos replanteando la manera cómo vamos a trabajar, entrar en contacto con la gente, cómo podemos ayudarles”, comenta.

“No es fácil, como latinos nos gusta la cercanía, el calor humano, la proximidad, y eso no es fácil”.

El colombiano considera que la situación de los últimos 12 años cambiará el rostro de las comunidades, así como el estilo de trabajo.

“Aparecerán nuevos desafíos para nosotros como cristianos, pastores y acompañantes. Ya no será lo mismo, aparecerán comunidades más pequeñas, más conscientes de la realidad y la necesidades del otro”, comenta.

“Espero que seamos comunidades mucho más solidarias. Muchos han perdido familiares y han tenido que hacer el duelo aquí, en silencio, callados. No ha sido fácil, ni para ellos, ni para muchos de nosotros. Pero todo esto despertó mucho más solidaridad de la que ya había”.

También dice que los nuevos estilos de trabajo creados por la pandemia llegaron para quedarse por un plazo difícil de estimar.

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“Ahora uno tiene que trabajar con un teléfono en la mano o delante de una computadora, contestando mensajes y atendiendo a la gente virtualmente; celebrando en formato digital, ¡Guau, ha cambiado muchísimo!”.

Aunque no necesariamente para mejor, sostiene que la pantalla hace que las relaciones humanas sean mucho más frías y lejanas.

“Es un recurso que tenemos y del cual hacemos uso, pero nunca superará la cercanía, el frente al frente, el reunirnos, el vernos. La pantalla nunca superará ese espacio”.

“La gente está pasando por la necesidad espiritual, muchos viven esto con mucha angustia y necesitan un espacio espiritual. El hecho de cerrar las iglesias de alguna manera afecta, porque aunque no haya celebraciones, la iglesia abierta es un espacio donde la gente puede estar allí, encontrarse consigo y con Dios”.

Otro reto que heredará la pandemia, continúa, tiene que ver con la migración. “No sé cómo se van a plantear las cosas respecto a la gente que no tiene papeles. Para muchos ya era duro, y ante esta situación se pondrá todavía más difícil”.

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Antes del Covid-19, se estimaba que 10% de la comunidad hispanohablante que asistía a la iglesia se encontraba en situación vulnerable.

En Bélgica, como en muchas otras sociedades modernas europeas, la iglesia pierde terreno. En 2018, unas 238 mil 298 personas asistían a la misa dominical, 17% menos que en 2016, al tiempo que los bautismos disminuyeron 12%, las confirmaciones 4% y los matrimonios 14%.

Son diversos los argumentos que usan quienes deciden alejarse de la iglesia, desde los escándalos de abuso sexual hasta temas como la unión de parejas homosexuales y el sacerdocio de la mujer.

A la pregunta de si le preocupa la baja de fieles, el sacerdote responde: “no mucho, yo creo que esto no es una competencia, de quién gana o pierde fieles, si vinieron más o menos, se trata de tener siempre una iglesia disponible a servir al que lo necesita, espiritual y materialmente”.