Washington.— Este viernes se cumplen cinco años de la, el primer gran movimiento reaccionario a la presidencia de Donald Trump, un movimiento orgánico, social, claramente feminista, transformador para muchos, impulsado por el #MeToo y que dijo “presente” ante un mandatario abiertamente misógino, con claras intenciones de aplicar políticas que afectarían a las mujeres.

La aparición de centenares de miles de personas en las calles de Estados Unidos en repudio de Trump fue el inicio de una resistencia activa de dimensiones históricas. Lo que nació como una protesta casi espontánea se ha convertido en una organización, Women’s March, aliada del activismo progresista de todo el espectro, desde la defensa de la migración a Black Lives Matter.

“La marcha de las mujeres es un tipo de espacio amigable si eres nuevo en el activismo o en la organización o en el movimiento feminista”, aseguraba hace unos años Elle Rochford, socióloga de la universidad de Perdue que estudió el impacto del movimiento, y cómo su aparición hizo crecer una nueva generación, especialmente mujeres, con interés en participar activamente de la transformación social y política.

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La Marcha de las Mujeres llega al lustro de vida con el desgaste habitual en estos movimientos. Por varias razones ha dejado de convocar las tradicionales manifestaciones a finales de enero, que no se hacen desde la derrota de Trump en las elecciones. Además ha tenido que superar una crisis profunda en el seno de la organización, cuando hace un par de años tuvo que hacer frente a acusaciones de antisemitismo, desorganización, centralismo, personalismo excesivo y acuerdos financieros dudosos entre su cúpula directiva y fundadora, hasta el punto que tuvo que rehacer por completo su liderazgo para tratar de salvar una unidad del movimiento que ha costado mantener.

“Women’s March no se creó sólo para resistir, se construyó para persistir y transformar”, dicen en la organización, apuntando que su trabajo no concluyó con la salida de Trump del poder —en la que las mujeres, indiscutiblemente, tuvieron un papel fundamental con su movilización y activismo—. Sus convocatorias no son tan multitudinarias, y ahora se concentran más en tareas de acción social y presión política en momentos clave, no sólo en asuntos de mujeres sino también incorporando temas como el derecho a voto, la epidemia de las armas o temas ambientales y de defensa de los migrantes.

A todas las reinvindicaciones iniciales, la pandemia ha dejado de manifiesto otras carencias del sistema que afectan especialmente a las mujeres, como peores salarios y oportunidades laborales, además de cargas de cuidados que afectan su capacidad financiera. La fuerza de la Marcha de las Mujeres, como organización, no es la que era hace cinco años, pero el movimiento se encuentra en un momento fundamental, histórico para uno de sus pilares iniciales. El aborto está en riesgo serio de dejar de ser legal, con un caso en el tribunal que podría destripar su legalidad tras casi medio siglo.

Su agenda, sin embargo, no se ciñe sólo a este asunto, si bien ahora mismo es el más acuciante. El avance de una agenda feminista, progresista e igualitaria es mucho más transversal, y el movimiento de la marcha de las mujeres, a pesar de su pérdida de peso social en comparación al estallido que tuvo con Trump en la presidencia, quiere seguir presente y con voz propia.

“Han sido cinco años de lucha para nuestro futuro feminista. Ha sido un largo camino, pero no vamos a parar pronto. Atentos a más en lo que hemos planeado para 2022”, tuiteó Rachel O’Leary Carmona, actual directora ejecutiva de Women’s March. Hoy, cuando se cumplen exactamente cinco años de la primera y multitudinaria marcha de las mujeres, sólo algunas secciones muy locales han organizado algunos encuentros virtuales para conmemorar la efeméride. Las calles de Washington, en cambio, las ocuparán activistas antiaborto en la clásica autodenominada Marcha por la Vida que ven en este 2022 un año clave para restringir los derechos reproductivos de las mujeres.

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