Los aranceles decretados recientemente por ambas cámaras del poder legislativo, encaminados a aplicarse sobre las importaciones provenientes de los países con los que México no ha suscrito tratados de libre comercio, han generado un gran desconcierto por su impacto negativo en el suministro internacional de las cadenas de valor, vitales como sabemos para la buena marcha y la continuidad de nuestra economía.
Los principales países a las que atañe esta medida son la India, Corea del Sur y la República Popular China, siendo este último nada menos que nuestro segundo socio comercial a nivel global. No es un hecho menor, esta reversión neoproteccionista camina en sentido opuesto al modelo económico que hemos elegido y construido en las últimas décadas.
La medida parte del mismo supuesto con el que a mediados del siglo pasado se concibió el modelo de sustitución de importaciones en la era del desarrollo estabilizador y el llamado Milagro Mexicano. Se cree que, sustituyendo importaciones, protegiendo a la industria nacional, y disminuyendo la asimetría en el intercambio comercial con estos países, se generaran nuevos empleos y se obtendrá un beneficio económico inmediato.
Sin embargo, las buenas intenciones caminan cuesta arriba sobre un suelo empedrado y lleno de obstáculos. Sus propósitos, por buenos que parezcan, se topan con la realidad misma del sistema económico mundial, que vive un proceso de transición hacia nuevas formas de interacción e integración globales, y por lo tanto podría resultar altamente perjudicial para la industria manufacturera nacional.
Tomemos como ejemplo nuestras relaciones comerciales con China: En 2024 el comercio total con el gigante asiático alcanzó una cifra cercana a los 130 mil millones de dólares, con un déficit para nuestro país de alrededor de loa 90 mil millones de dólares. No obstante, el 85 por ciento de las importaciones provenientes de China fueron bienes intermedios destinados a incorporarse a la manufactura que realiza la industria nacional, misma que después se traduce en exportaciones a otros mercados, especialmente al de Estados Unidos. No se trata pues de una importación de productos y bienes pasiva, terminal e improductiva, sino de su contrario: es el resultado de las nuevas formas de interacción e integración comercial internacional de las que México es un protagonista.
¿Por qué importamos tantos bienes y productos de China? Muy simple: porque China ofrece una variedad inmensa de componentes a buen precio, calidad probada, y resultado de la aplicación de tecnologías de punta de las que China es un indisputado líder global. Si gravamos esas importaciones, las exportaciones mexicanas serán menos competitivas en el mundo, y poco a poco nos desplazarán de los mercados extranjeros.
En lo que respecta a los efectos negativos de esta medida para China, la realidad nos muestra que aún en hipotético y extremo caso en el que se suspendieran todas y cada una de sus exportaciones a México, incluyendo las ventas vía terceros países, estas representan apenas un 3.5 por ciento de sus exportaciones globales. No obstante, y con base en el principio elemental de la reciprocidad, China no se quedará inmóvil ante esta medida, que contradice y reta el espíritu amistoso y colaborativo que ha mostrado la relación bilateral a lo largo de más de medio siglo.
Podemos reconocer entonces que las relaciones diplomáticas y económicas con la República Popular China se enfrentan a un nuevo reto y se encuentran en su punto más bajo del último cuarto de siglo. A pesar de todo, los últimos mensajes enviados por el Ministerio de Comercio chino indican una voluntad a negociar.
Una alternativa viable en ese nuevo escenario sería el de buscar el apoyo del gobierno de Pekín para convencer a las empresas chinas, proveedoras de estos insumos vitales para nuestra cadena de suministros, que vengan a fabricarlos en México. De llegar a instalarse plantas o simples línea de producción de estas empresas en México, disminuiría en automático el déficit comercial, se crearían nuevos empleos -esos mismos que buscamos generar por la vía proteccionista- y de paso nos beneficiamos de tecnologías de punta, renovando y reforzando a la planta industrial y exportadora mexicana. Todo lo anterior en la inteligencia de que dichas inversiones tendrían que realizarse en un ámbito estrictamente productivo, que no ponga en riesgo a la seguridad de nuestro vecino del norte.
No sólo existe el riesgo de afectar nuestros vínculos comerciales y económicos con China: India es el otro gran afectado por esta medida. Alejarnos de India significa darle la espalda a uno de los motores en ascenso de la economía global, que ya ha emprendido un camino de apertura al exterior irreversible, y se ha colocado como un fabricante y suministrador de insumos farmacéuticos de enorme relevancia. Otro significativo mercado para México es Corea del Sur, un gran inversionista y proveedor de tecnologías de punta, y una potencia en ascenso con la que tendríamos que establecer alianzas y no levantar muros arancelarios.
Aún es tiempo de rectificar, lo que esta en juego es la posición estratégica de México en la configuración del nuevo orden económico y comercial hacia el que nos moveremos en las próximas décadas. Finalmente, como se avizora en el horizonte, China y Estados Unidos llegarán a un acuerdo en aras del más puro pragmatismo que conduzca al mundo a un período de desarrollo y cooperación sin precedentes.
Emb. Sergio Ley López
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