Vaya que la Suprema Corte de Estados Unidos ha estado ocupada en las últimas semanas: de varios plumazos devolvió al país 50 años atrás y borró avances de los que el país más poderoso del mundo se vanagloriaba.

El peor temor de millones de mujeres se hizo realidad cuando se anunció la derogación de Roe vs. Wade. El aborto dejó de ser un derecho constitucional. Los estados más conservadores aprobaron de forma exprés la prohibición del aborto, exponiendo a las estadounidenses a interrupciones del embarazo riesgosas, o en el caso de las leyes más restrictivas, a ser arrestadas, junto con quienes las ayuden.

Y con el derrumbe de Roe vs. Wade, surgieron nuevos temores. ¿Sigue el matrimonio igualitario? ¿El derecho a tomar anticonceptivos? ¿Las mujeres serán rastreadas a través de sus aplicaciones para averiguar si se sometieron a un aborto? Lo que bajo otras circunstancias podría considerarse paranoia puede volverse realidad en un país que ha dado un giro tan grande como Estados Unidos.

Luego, vendría el fallo sobre las armas. Nueva York, determinó el Supremo, no tiene derecho a exigir a los ciudadanos justificar de forma exhaustiva por qué requieren portar un arma en público. La decisión sienta un precedente que también está siendo aprovechado por los conservadores en estados donde, como en California, existen leyes que buscan restringir la portación de armas. En una nación que suele estar de duelo ante los constantes tiroteos masivos, el fallo de la Corte no es sino una bofetada en la cara. Ya encarrerados, los seis jueces conservadores de la Corte Suprema aprovecharon la mayoría con que los benefició el hoy expresidente Donald Trump para limitar la capacidad del gobierno federal de combatir el cambio climático.

La desesperación crece entre el presidente Joe Biden, los demócratas, los activistas, frente a la regresión que sufre el país a manos del sistema judicial. Crece también el murmullo que llama al Congreso a ponerle un freno a los jueces del Supremo. ¿Es posible? Sí, pero...

Para evitar los debates eternos de las iniciativas, el Senado aprobó en 1917 la regla 22, que indica que el filibusterismo, o debate eterno, se acaba si dos terceras partes de los legisladores votan a favor de terminarlo. De este modo, se necesita una supermayoría de 60 votos, de los 100 del Senado, para poner fin a una discusión. Con la mayoría magra que tienen los demócratas, resulta misión imposible. Cambiar las reglas para que no se requiera esa supermayoría generaría tal escándalo y división en la política estadounidense que no se ve en el panorama que vaya a suceder.

Luego del fallo sobre el cambio climático, el escritor Stephen King tuiteó: “Así que la Suprema Corte decreta que debemos ahogarnos en nuestra mierda”. Una frase válida para casi todas las decisiones recientes del Supremo de la Edad de Piedra de Estados Unidos.

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