Se le conoció como la Dama de Titanio. Por su mano dura, su firmeza, su estilo franco y su postura aguerrida. Así era Madeleine Albright, la primera mujer en convertirse en secretaria de Estado en Estados Unidos y quien falleció ayer, a los 84 años, víctima de un cáncer que la aquejaba.

Si la vicepresidenta Kamala Harris rompió un techo de cristal al convertirse en la primera mujer —además de color—, en llegar a este cargo, Albright le abrió paso. Migrante de origen checo, le tocó la generación de mujeres que bregaban por “un futuro femenino”, la que vio ascender a mujeres como Sandra Day O’Connor y Ruth Bader Ginsburg al máximo tribunal, la Corte Suprema de EU.

Albright, nacida en Praga como Marie Jana Korbelova en 1937, apenas dos años antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, tenía reservado su lugar en la historia. Uno no exento de polémica, por su actuar durante las guerras de los Balcanes, por ser una “halcona” en un campo de palomas demócratas.

Su padre, Josep Korbel, diplomático, decidió llevar a la familia a Londres para huir de los nazis. Pero el destino final de la familia sería Estados Unidos, adonde llegaron en 1948, cuando Albright tenía 11 años de edad.

Instalada en Denver, Albright, amante del francés, decidió que quería ser llamada Madeleine, como se decía su apodo en ese idioma. Nunca lo hizo legal, pero poco importó. Para todos, sería conocida desde entonces como Madeleine. Era el principio de una larga trayectoria en la que, para bien, o para mal, expresaría su opinión sin tapujos. “Me llevó bastante tiempo desarrollar una voz y ahora que la tengo, no voy a quedarme callada”, dijo en 2010.

Mientras estudiaba Ciencia Política en la prestigiosa Universidad de Wellesley, obtuvo la ciudadanía estadounidense en 1957 y conoció al que sería su marido, Joseph Medill Patterson Albright —de quien se divorció en 1983—. Siendo madre de tres hijas, retomó los estudios en la Universidad de Columbia, donde se doctoró en Filosofía y obtuvo su certificado en ruso.

La coleccionista de broches —era su debilidad— llegó a la política de la mano de uno de sus maestros, Zbigniew Brzezinski, otro hijo de refugiados de la Europa Oriental y quien fue designado consejero de Seguridad Nacional durante la presidencia de Jimmy Carter (1977-1981). Gran impulsora de la campaña de Bill Clinton, éste la designó embajadora ante Naciones Unidas.

Su voz clara, su mano dura, comenzaron a ganarle, en plena Guerra Fría, el apodo de la Dama de Titanio, una forma de compararla con la primera ministra británica, Margaret Thatcher, conocida como la Dama de Hierro. Ambas eran enemigas de cualquier signo de debilidad. “Nunca lloré”, dijo Albright de su tiempo en las altas esferas políticas. “Pueden salir pronto y voluntariamente, o pronto e involuntariamente”, espetó a los militares que derrocaron en 1991 al presidente haitiano Jean-Bertrand Aristide. Sin embargo, su postura más polémica fue la defensa de la intervención militar en la antigua Yugoslavia, en medio de las denuncias de la masacre de civiles perpetrada por los serbios en Sbrenica (la actual Bosnia-Herzegovina), en 1995.

No dudó, como recordó en sus memorias Señora Secretaria, en cuestionar al entonces general Colin Powell sobre el uso de la fuerza: “¿Qué sentido tiene guardar este magnífico ejército, Colin, si no podemos usarlo?”. Al final, Albright convenció a Clinton de actuar y la Organización del Tratado del Atlántico Norte realizó una serie de bombardeos que orillaron a los serbios a negociar los Acuerdos de Paz de Dayton. “La Guerra de Albright”, la llamaron.

De ahí, Albright dio “el gran salto”, cuando Clinton la designó, en su segundo mandato, secretaria de Estado, en 1998. Desde allí impulsó la ampliación de la OTAN: Polonia, Hungría y República Checa se integraron, para recelo de Rusia. Fue la primera jefa de la diplomacia estadounidense en reunirse con el entonces líder norcoreano, Kim Jong-il, en 2000.

Ni siquiera en el retiro Albright pudo mantenerse quieta. En 2001 fundó el Albright Group, un gabinete asesor en estrategia internacional. Autora de bestsellers como Fascismo: Una advertencia, recibió en 2012 la Medalla de la Libertad de manos del entonces presidente Barack Obama, quien ayer la llamó “campeona de los valores democráticos”.

Fue, sobre todo, una pionera. “Sólo en Estados Unidos podría una refugiada de Europa Central convertirse en secretaria de Estado”, dijo sobre su propio “sueño americano”.

En vísperas de la invasión de Rusia a Ucrania, advirtió del “error histórico” que significaría la guerra. En su honor, el presidente Joe Biden ordenó que las banderas ondeen a media asta por cuatro días en la Casa Blanca y edificios federales.

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