San José. – Los sacerdotes sufrieron la persecución de los regímenes de izquierda y de derecha en los últimos 61 años de la historia contemporánea de América Latina y el Caribe… por ponerse al lado de los perseguidos. 

Como líder máximo de la revolución comunista cubana que se instaló en 1959 y educado de 1939 a 1945 en Cuba en los colegios Dolores y Belén, regentados por jesuitas, Fidel Castro expulsó de la isla en 1961 a 26 sacerdotes de esa orden al culparlos de defender intereses contrarrevolucionarios anticomunistas. 

El régimen castrense derechista salvadoreño los acusó de ser mentores de la guerrilla comunista de ese país y en 1989, en la cúspide de la guerra civil en esa nación de 1980 a 1992, las Fuerzas Armadas de El Salvador asesinaron a seis sacerdotes jesuitas en San Salvador. 

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La dictadura militar derechista que gobernó Argentina de 1976 a 1983 los persiguió. 

El gobierno castrense derechista y de facto de Paraguay de 1954 a 1989 expulsó en 1964 al cura jesuita español Francisco de Paula Oliva. 

El régimen izquierdista de Nicaragua comenzó a acosarlos en 2018. 

Al cuestionado gobierno izquierdista venezolano le incomodan. Para el jesuita venezolano Arturo Sosa, superior general de la Compañía de Jesús desde 2016, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, encabeza “un régimen dictatorial” que destruyó a ese país. 

También le molestan al Cártel de Sinaloa, uno de los más poderosos del crimen organizado de México. Los asesinatos el lunes pasado en Chihuahua de los sacerdotes jesuitas mexicanos Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar fueron atribuidos a esa mafia del narcotráfico internacional. 

Fundada en 1534 en Roma por el militar y religioso español Ignacio de Loyola y reconocida en 1540 por el Papa Paulo III como orden religiosa, la Compañía es la única que, a los votos de obediencia, pobreza y castidad, añadió el de obediencia absoluta al papa para defender al Vaticano. 

Con privilegios financieros y frente a intrigas con otras órdenes y jerarcas eclesiásticos por su defensa incondicional del papado, fue expulsada de varias monarquías católicas europeas a mediados del siglo XVIII y de España en 1747 por el rey Carlos III y suprimida en 1773 por el Papa Clemente XIV. 

La Compañía fue restablecida en 1814 por el Papa Pío VII. Los jesuitas llegaron primero a Brasil en 1549 y luego al resto de América, como a México en 1572. 
Consolidada como la mayor orden católica, contó en 2020 con más de 15 mil miembros —unos 11 mil son sacerdotes— y se afianzó en labores educativas, intelectuales, sociales y de misioneros y con medios católicos de comunicación, según datos oficiales. 

“Por varias razones, no siempre las mejores, la historia de la Compañía en América Latina y el Caribe ha sido de persecución”, afirmó el abogado, politólogo y ex guerrillero izquierdista salvadoreño Benjamín Cuéllar, dirigente de Víctimas Demandantes (VIDAS), grupo (no estatal) de El Salvador de defensa de derechos humanos. 

En las décadas de 1960 e inicios de la de 1970, Cuéllar estudió 12 años de preparatoria, primaria y secundaria en el Colegio Externado de San José, conservador, de élite, regido por jesuitas y de San Salvador, en un entorno de profunda ebullición política y socioeconómica en un país gobernado por regímenes militares derechistas. 

En ese contexto, el sacerdote jesuita salvadoreño Rutilio Grande fue prefecto de disciplina en el Externado e impulsó la teología de la liberación, la opción prioritaria religiosa a favor de los pobres y que ganó fuerza con el Concilio Vaticano II, de 1962 a 1965, y la Conferencia Episcopal de Medellín, Colombia, en 1968. Grande fue asesinado por escuadrones derechistas de la muerte en El Salvador en 1977. 
“La política de acompañar al pueblo se agudizó con la designación del vasco Pedro Arrupe como superior general de la Compañía, de 1965 a 1983. Por eso los jesuitas son perseguidos en América Latina y el Caribe: por su compromiso con las mayorías populares”, adujo Cuéllar. 

Al surgir las guerrillas izquierdistas salvadoreñas en el decenio de 1970, el régimen militar y la oligarquía política y económica de El Salvador fustigaron a los jesuitas como promotores ideológicos de la insurgencia al amparo de la teología de la liberación por comunista. 

La crisis llegó a su cúspide con el múltiple asesinato, cometido el 16 de noviembre de 1989 por una tropa élite, de cinco sacerdotes jesuitas españoles y uno salvadoreño en la (no estatal) Universidad Centroamericana, de San Salvador y conducida por la Compañía. El bloque militar—oligárquico cobró su rencor con los jesuitas. 

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De Cuba a Argentina


Aunque fueron perseguidos casi desde que llegaron a América en el siglo XVI, con asesinatos y expulsiones, en los últimos 61 años enfrentaron situaciones peligrosas. 

Nombrado en 1973 como provincial de los jesuitas de Argentina, el argentino Jorge Bergoglio, hoy Papa Francisco, enfrentó el asedio de la dictadura militar de ese país sobre sacerdotes de la Compañía, con secuestros y persecución. 

En 1961, y en tirantez con los jesuitas, Castro expulsó de Cuba a 26 sacerdotes de esa orden. El Colegio Belén, de La Habana, cerró y en la isla quedaron 48 jesuitas (31 españoles, 16 cubanos y un mexicano). 

En 2018, la (no estatal) Universidad Centroamericana, de Managua y regida por jesuitas, sirvió de refugio de miles de opositores nicaragüenses que, en una marcha antigubernamental en demanda de libertad y democracia, fueron reprimidos a balazos por policías y paramilitares que gobierno de Nicaragua lanzó en su contra. 

Por abrir las puertas universitarias a los opositores, el sacerdote jesuita nicaragüense José Alberto Idiáquez, rector de la Universidad, se ganó el repudio gubernamental. Al denunciar que el gobierno le amenazó de muerte, Idiáquez mencionó un motivo por el que la orden es acosada en América Latina y el Caribe: por ser curas con “olor a ovejas”. 

Pero en la Compañía conviven jesuitas aliados a minorías privilegiadas o a la dominación y asociados a mayorías desprotegidas… o a la liberación. 

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